EDITORIALA

Más que nombres, Macron debe cambiar políticas

El presidente del Estado francés, Emmanuel Macron, nombró ayer a Gabriel Attal nuevo primer ministro en sustitución de Élisabeth Borne, que ha permanecido en el cargo durante 20 intensos e inestables meses, marcados por la pérdida de la mayoría absoluta del macronismo en las legislativas de 2022. El pobre legado de Borne, tercera primera ministra del actual presidente, quedará ligado a la impopular y contestada reforma de las pensiones que el Gobierno acabó aprobando mediante decreto, y a la reciente ley de inmigración, aprobada finalmente con los votos de la derecha y la extrema derecha, una fuerza política que está capitalizando más que nunca la errática actuación de un Gobierno a la deriva.

Attal se presenta como el producto típico de la élite parisina. Tiene solo 34 años, lo que lo convierte en el primer ministro más joven de la V República, y está casado con Stéphane Séjourné, secretario general del partido de Macron y uno de sus puntales. Attal es, por lo tanto, parte de un núcleo macronista que se intuye cada vez más aislado y es, al mismo tiempo, un esfuerzo -el enésimo- por dar un golpe de efecto que cambie una inercia cuyo principal beneficiario es el Reagrupamiento Nacional de Marine Le Pen. La juventud de Attal va en la línea con la del candidato de RN a las elecciones europeas, Jordan Bardella, de 28 años. La cita comunitaria con las urnas será un test de primer orden para calibrar las aspiraciones de Le Pen y el estado general de la extrema derecha en la UE. De poco sirve alegar que se trata de unas elecciones menores en las que domina el voto protesta. También se dijo eso de la victoria de Milei en las primarias argentinas de agosto.

Puede otorgársele a Attal el beneficio de la duda, pero cabe tener claro que los golpes de efecto a los que tanto afecto muestra Macron no servirán de nada si no van acompañados de un cambio real en las políticas aplicadas. Mientras los recortes sociales y la persecución de los más vulnerables sigan copando la agenda, y esta siga imponiéndose mediante decretos o con el apoyo de las derechas, el Elíseo no estará más que abriendo sus puertas a Le Pen.