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Vademécum periodístico


Un polimili que estudiaba Secrétariat de Rédaction en París y luego se decantó por el cine me regaló hace muchos años ya el “Vade-Mecum du Journaliste” editado por el Syndicat des journalistes français CFDT. La introducción (Avant-Propos) es de julio de 1968, está firmada por Paul Parisot y André Tisserand, y concluye, a modo de resumen: «Para discutir, ¿no es preciso acaso estar informado? La recopilación que sigue no tiene otra finalidad que la de informar a todos nuestros camaradas, amigos y simpatizantes. Debería ser el ‘Vade-mecum’ de todo periodista profesional». El opúsculo incluye una recopilación de las leyes y normas que rigen en ese momento en el Estado francés, las relaciones entre empleador y empleado, sus derechos y deberes. Finaliza con una charte du journaliste que arranca así: «Un periodista digno de este nombre asume la responsabilidad de todos sus escritos, incluso los anónimos».

Sigue luego con que el periodista digno no calumnia, no acusa sin pruebas, no altera los documentos, no deforma los hechos, no miente, no engaña, no se sirve de medios desleales para obtener una información o sorprender la buena fe de alguien; no recibe dinero de un servicio público o de una empresa privada en su calidad de periodista; no explota sus influencias ni sus relaciones, ni firma reclamos comerciales o financieros; no plagia, cita a sus autores cuando reproduce un texto ajeno; guarda el secreto profesional...: no confunde su papel con el de policía. Podría pensarse que este punto responde al tiempo sesentayochista en el que está redactado, pero lo desmiente la Charte d’éthique professionelle des journalistes de marzo de 2011, una revisión con ocasión del 93 aniversario del Sindicato Nacional de Periodistas (SNJ), cuando lo recoge y amplía diciendo que el periodista no debe confundir su papel con el del policía o juez, y subraya que se librará de comportarse como auxiliar de la policía o de cualquier otro servicio de seguridad, y se limitará a hacer llegar a estos servicios exclusivamente los elementos de información hechos públicos en un medio.

Es la entrevista que Jordi Évole le hizo a Josu Urrutikoetxea la que me ha devuelto a estas cuestiones. No diría que el periodista haya confundido su papel y se haya comportado como un policía o un juez, pero sí me ha parecido que actuaba como un fiscal, desperdiciando la ocasión para interesarse y repreguntar por aspectos de la actividad de ETA sobre los que nunca se habla y la relevancia del entrevistado posibilitaba: es decir, desaprovechando la ocasión para ejercer la función de periodista. Porque Urrutikoetxea reconoció, por ejemplo, su papel como responsable de ETA en actividades internacionales, lo que bien hubiera podido dar pie para preguntarle por alianzas y aliados, acerca de los cuales solo se conocen versiones policiales. Porque a la hora de valorar los atentados por los que era cuestionado, desaprobó unos y no otros: hubiera sido muy pertinente pedirle aclaraciones, ampliaciones. Incluso la no respuesta hubiera aportado información. Se debió interesar desde luego por aclarar por qué el entrevistado rehuía la palabra «atentado» y la sustituía por «acciones».

Inmediatamente después de visto el reportaje-entrevista, tomé unas notas que reproduzco: dice que le han deshumanizado, que son otros los que hablan por él, y desea que se conozca su versión; se le nota que el castellano no es su lengua habitual desde hace mucho tiempo; las respuestas son contenidas, meditadas y precedidas por un tic desaprobatorio; la relevancia dada al escolta del alcalde de Galdácano ejecutado por ETA, con la participación indirecta del entrevistado, no es de fácil justificación, a menos que se buscara reflejar el extendido clima social de aquellos años contra los colaboradores del franquismo, lo que no es probable; de manera más o menos explícita, el entrevistado ha aceptado el atentado de Hipercor como un error, el del cuartel de la Guardia Civil de Zaragoza solo como lamentable, porque la Guardia Civil estaba advertida; en relación al del cuartel de Vic creo haberle entendido que se debió haber abortado si los del comando vieron a los niños que se interponían. Al largo y penoso cautiverio de Ortega Lara ha contrapuesto el de los largos y penosos años de aislamiento de los presos de ETA. Ha reconocido su relación con Yoyes y el encuentro que con ella tuvo en su exilio de México: ha venido a decir que su ejecución la aceptó por disciplina organizativa, al tratarse de una decisión de la dirección de la organización. Las muertes de guardias civiles y de militantes de ETA las ha contemplado como consecuencias previsibles en el marco de una confrontación armada. Se ha recordado en la entrevista el temprano y fallido atentado contra él y su familia. No se ha hablado de la tortura, ni de las guerras y estrategias sucias de los contendientes, de esas no asumibles ni en el marco de una confrontación armada...

Como argumento para la defensa se podría contemplar la confesión de Josu Urrutikoetxea, conocido a su pesar como «Ternera», de que no estaba en ETA -habría sido desautorizado, y se fue− cuando tuvieron lugar los atentados por los que se pretende su extradición a España, y también su explicación de que fue elegido para comunicar el cese de la lucha armada por la notoriedad de su persona. Como explicación de la lucha armada, se ha podido escuchar de su boca que ETA buscaba con su accionar forzar al Estado a sentarse en una mesa de negociación. De su boca se ha oído la referencia a la mochila, la carga con la que debe convivir por su implicación en estas actividades, y la afirmación de que a nadie le gusta matar. Pero todo esto no pareció merecer ni repreguntas ni ampliaciones ni exigencia de aclaraciones por parte de un periodista que tuvo buen cuidado, desde luego y como curándose en salud, de que el televidente no olvidara que estaba entrevistando a un terrorista.

No sabemos qué edición soportó una entrevista reportajeada que debió ser larga y tensa. No sabemos si quedaron sin emitir las clarificaciones que se echan en falta sobre cuestiones tan delicadas. Tal vez el periodista hizo su labor, realizó las repreguntas pertinentes y grabó las respuestas, pero fue consciente de que esa difusión no era posible. Y el entrevistado tuvo que saber también que así sería si sus respuestas le favorecían, hubo de ser consciente de que solo se harían públicas si quedaba él suficientemente mal. Por eso que tampoco resulta fácil encontrar explicación para su aceptación a ser entrevistado.