Anjel ORDOÑEZ
Periodista
JOPUNTUA

Influencers

La OMS ha advertido de un «alarmante» incremento de los casos de sarampión en los últimos meses en Europa. Según los datos ofrecidos por este organismo, 40 de los 53 países de esta región del mundo han reportado contagios de esta enfermedad, que ha registrado un incremento superior al 30% con respecto al año anterior. Algunos de estos casos han terminado con la muerte del paciente. La única solución es la vacunación y, sin embargo, en los últimos años esta ha sufrido un descenso preocupante. Por un lado, por la incidencia de la pandemia y, por otro, por el delirante comportamiento de lo que se ha dado en llamar movimiento antivacunas, promovido por una caterva de famosos e influencers autoinvestidos como expertos en salud, que cargan con violencia contra las campañas públicas de inmunización.

Hay más de veinte millones de influencers en el mundo. No es exagerado afirmar que es la profesión -lo es en tanto que supone un nivel de ingresos- preferida de las nuevas generaciones del siglo XXI. Los jóvenes no quieren ser abogados ni periodistas, quieren ser youtubers, instagramers o tiktokers, meterse en un negocio que mueve miles de millones de euros anuales. Nastya, una niña de siete años, ganó el pasado año más de 47 millones de euros gracias a su canal de Youtube. La industria del postureo ha seducido al mundo, aunque todo apunta a que el modelo se agota porque su capacidad de influencia desciende en la misma medida que lo hace su credibilidad, minada precisamente por el dominante vector comercial del fenómeno. Nacieron como alternativa creíble al famoseo casposo, y se han convertido en establishment asimilado y engullido por las fiestas y los viajes patrocinados.

En realidad, y si soy sincero, todo esto me da igual. Si quieren vender vestidos, zapatos y hasta su propia vida, me resbala El problema empieza cuando irrumpen en terrenos tan delicados como, por ejemplo, el de la salud. Millones de followers pueden dar dinero, pero no la razón. Y jugar a los médicos con la vida, especialmente con la de los niños, no solo es irresponsable, es repugnante.