FEB. 04 2024 GAURKOA Cuando el lobo ya no asusta Raúl ZIBECHI Periodista El Componente Activo del ejército estadounidense tiene dos tercios del tamaño que debería tener, opera equipos que son más antiguos de lo que deberían ser y está agobiado por niveles de preparación que son más problemáticos de lo que deberían ser», señala en sus conclusiones un reciente informe de la Fundación Heritage sobre el poder militar de Estados Unidos (https://goo.su/OZ1Jb). El informe titulado “Fuerza militar estadounidense” se difunde como «la única evaluación anual y no gubernamental de la fuerza militar de EEUU». Lo cierto es que la fundación es aliada del Partido Republicano que, en año electoral, tiene interés en exagerar los problemas, como viene haciendo su candidato Donald Trump. Sin embargo, no es la primera vez que se difunden datos sobre los problemas para reclutar nuevos soldados, el envejecimiento del material de guerra y la incapacidad de las fuerzas armadas para enfrentar los desafíos que tiene por delante la ex superpotencia. El Ejército, por ejemplo, es señalado como «débil» por el informe, ya que apenas cuenta con «el 62 por ciento de la fuerza que debería tener» y enfrenta serios problemas de financiación. Concluye que «no está claro cuán preparadas están realmente las brigadas del Ejército o cuán efectivas serían en combate». Sobre la Armada, destaca que la brecha tecnológica se ha reducido a favor de sus competidores, en particular China, y que «los barcos están envejeciendo más rápido de lo que son reemplazados». La desindustrialización del país hace que un solo astillero de China produzca lo mismo que siete astilleros que trabajan para las fuerzas armadas estadounidenses. China ya sobrepasó al Pentágono en el tamaño de su flota. «Se proyecta que la Armada tendrá una flota de 280 barcos para 2037, lo cual es más pequeño que la fuerza actual de 298 y muy por debajo de los 400 necesarios para satisfacer las demandas operativas». Pero el problema principal está en la fuerza aérea. Sostiene que para gestionar más de un conflicto importante requeriría 1.200 aviones de combate en servicio activo, pero solo cuenta con 897. En el caso de los bombarderos la situación es aún peor ya que solo cuenta con el 64 por ciento de los necesarios. En consecuencia, Estados Unidos «solo podría manejar un único conflicto importante», lo que está revelando las debilidades de una estrategia que pretende combatir por lo menos en dos grandes conflictos de forma simultánea. Además, faltan pilotos y su capacitación es baja: «No existe un escuadrón de cazas en la Fuerza Aérea que tenga los niveles de preparación, competencia y confianza necesarios para enfrentarse a un competidor similar, y la preparación continúa cayendo en espiral». La única fuerza a la que el informe define como «fuerte» es la Infantería de Marina, aunque sostiene que necesita crecer, mientras la Fuerza Espacial también es calificada como «débil». Este análisis es complementario del que realiza Emmanuel Todd en la introducción de su último libro, “La derrota de Occidente”, donde enfatiza una de sus mayores sorpresas: «La industria militar estadunidense es deficitaria; la superpotencia mundial es incapaz de garantizar el suministro de proyectiles -o de cualquier otra cosa- a su protegido ucranio». Se deduce que la potencia militar dominante está abocada a un declive inevitable, lo que coloca al sistema-mundo en una situación delicada». Entonces, cabe preguntarse, ¿de dónde sale la tremenda arrogancia de las clases dominantes, de los Estados Unidos y de Occidente ante los países del Sur Global y los pueblos oprimidos? Cuando el rey está desnudo y todo el mundo puede ver su desnudez; cuando el poder declinante de EEUU es tan evidente que resulta inocultable; entonces queda apenas la arrogancia del poder. Esa arrogancia, ese sentido de superioridad, está tejido de clasismo, de racismo y de machismo, sin pretender establecer un orden jerárquico. Para las élites de Occidente supone bajarse de la grupa de cinco siglos de superioridad ante América Latina y África y de tres siglos ante Asia y China. En ese tiempo consiguieron amasar fortunas en base a la violencia despiadada contra los pueblos. La esclavitud es una de marcas de Occidente, está en la génesis y en la genética del capitalismo realmente existente, no el que vende la publicidad de Davos. Si a esto le sumamos una historia de milenios de patriarcado que remacha la superioridad de los varones, y en particular de los machos en armas que se creen capaces de modelar el mundo con músculos y puños, el combo está completo: colonialismo y patriarcado se trenzan en capitalismo. Las grandes instituciones de Occidente, a las que se acude para prolongar la dominación (la CIA, el FBI, el MI6, el Pentágono y el Mossad, entre otras), están todas dirigidos y sostenidos por machos alfa armados, porque aunque aparezcan ocasionalmente mujeres, estas actúan como aquellos. El problema es que los guerreros necesitan alimentarse, vestirse, armarse y trasladarse. O sea, dependen de quienes trabajen con sus manos y sus mentes. Siempre apelaron a la piratería y al pillaje para conseguirlo. Pero ahora los pueblos del Sur no se están dejando. Y los que se dejan son esquilmados hasta la inanición, como le sucede a aquellos países que han optado por los Milei o los Bolsonaro, lecciones que nadie en el mundo debería olvidar. Las guerras en curso, y las que vendrán, son para piratear recursos. Las bases yanquis en Siria e Irak para robar petróleo. La guerra en Gaza para explotar el gas. Una guerra interminable para seguir robando y, esto es también central, para controlar a los pueblos, para convertir al Sur en un gran campo de concentración sin alambrados, pero con infinidad de armas y de dispositivos de control digital. Pero en contra de lo que piensan las clases dominantes, entumecidas en las mullidas alfombras del poder, las guerras no las ganan ni las armas ni las más avanzadas tecnologías. Nunca sucedió así en la historia, ni sucederá en los conflictos actuales. Cuando el poder declinante de EEUU es tan evidente que resulta inocultable; entonces queda apenas la arrogancia del poder