GARA Euskal Herriko egunkaria
[ NAYIB BUKELE ]

El talón de Aquiles económico de un autoproclamado «dictador cool»

(Marvin RECINOS | AFP)

 

Pocos dudan, más allá de los problemas técnicos del recuento y del anuncio anticipado de Nayib Bukele, de su aplastante triunfo electoral, sea con el 85% de votos y 58 de los 60 diputados que reivindicó nada más cerrar las urnas, o con ocho veces más sufragios que los dos partidos tradicionales, el exguerrillero FMLN y la no menos histórica u derechista Arena, con el recuento oficial al 70%.

Otra cosa es cómo ha llegado hasta aquí. Tras entrar en política en 2012 de la mano del FMLN como alcalde primero de Nuevo Cuscatlan, periferia de San Salvador, y luego de la mismísima capital, tras su expulsión en 2017 se presentó como independiente y ganó las presidenciales de 2019 con la promesa de acabar con la corrupción y la inseguridad.

No tardó ni seis meses en disolver las comisiones de lucha contra la impunidad y la corrupción, pero se centró en una guerra abierta, y oscura -negociaciones con sus líderes-, contra las maras. Desde marzo de 2022, ha renovado el estado de excepción 24 veces. Y seguirá.

Para ello, no dudó en invadir con el Ejército y una turba la Asamblea Nacional, en la que su grupo, ahora Nuevas Ideas, estaba entonces en minoría, y le obligó a aprobar una partida para financiar su «plan de lucha contra la criminalidad». No contento con desactivar el Parlamento, laminó la Corte Constitucional para colocar a los suyos, destituyó al fiscal general y se autoproclamó irónicamente como un «dictador cool», con su indumentaria informal -camiseta, pantalones vaqueros y gorra vuelta del revés-.

Bukele ha fomentado un culto a la personalidad y una devoción popular que va de la mano de sus indudables dotes comunicativas, con difícil parangón no solo en América Latina, sino más allá. Lo que conjuga con su presencia en redes sociales (5,8 millones de seguidores en X, antes Twitter), donde ahora se autotitula como el «rey filósofo».

DOS TERCIOS SON INOCENTES

Un ego oculto bajo una imagen galante y que tiene su correlato de crueldad, como cuando, tras amenazar las maras que iban a llevar el caos en respuesta al primer estado de excepción, Bukele amenazó con matar literalmente de hambre y sed a sus presos, 75.000, de los que organizaciones de derechos humanos advierten de que hasta dos tercios son inocentes detenidos en redadas masivas.

El «dictador cool» alardea de que la tasa de homicidios bajó de 106,3 por 100.000 habitantes en 2015 (una de las más elevadas del mundo en un país sin conflicto armado aparente) a 2,4 en 2023. No incluye a los cientos de desaparecidos en sus cárceles, donde la tortura es sistémica.

Pero la mayoría de los y las salvadoreñas, sobre todo de las comunidades más pobres, pueden salir a la calle o dejar que salgan sus hijos sin el miedo de antaño, acaso con el temor de que algunos caigan, por error, en manos de la Policía bukelista.

Hijo de un empresario palestino de éxito en los sectores del textil, las farmacéuticas y la publicidad, Bukele se ha rodeado de un grupo de asesores venezolanos provenientes de la oposición más carpetovetónica (Juan Guaidó y Leopoldo López), quienes estarían pilotando las decisiones económicas de su régimen.

Ahí reside, precisamente, el reto para su supervivencia.

Ha pulverizado el sistema político pero, lejos de mejorar, la situación económica ha empeorado. Sus aventuras con el bitcoin han sido un fiasco, el crecimiento económico ha bajado (se prevé un 1,9% para 2024, cuando el mínimo para afrontar la crisis está en torno a un 3%). Un 30% de salvadoreños viven bajo el umbral de la pobreza; uno de cada 10, en pobreza extrema, y la cesta básica se ha encarecido un 30% (frente al 20% de incremento salarial). Todo de la mano de una bajada de las producciones agrícola e industrial.

Bukele defiende que El Salvador es el país del mundo con mayor tasa de presos porque ha «transformado la capital mundial del crimen».

No se descarta que prosiga con su modelo de represión si la economía sigue en barrena. No en vano ha prometido duplicar en cinco años las ya sobredimensionadas Fuerzas Armadas.

Modelo Bukele. Todo cool.