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Un biopic sin alma


La trama nos sitúa en el verano de 1957, cuando el legendario piloto de carreras Enzo Ferrari se encuentra en medio de una crisis personal y empresarial. La empresa que fundó con su pareja Laura está al borde de la bancarrota, mientras que su matrimonio enfrenta dificultades tras la pérdida de su hijo. El protagonista busca salvar su negocio abriéndolo a nuevos inversionistas, mientras que ella insiste en mantenerlo como una empresa familiar. En medio de esta crisis, Enzo apuesta todo en una única carrera: la legendaria Mille Miglia que cruza Italia. Sin embargo, la película “Ferrari” presenta varios obstáculos que dificultan el disfrute de la historia.

A diferencia de películas como “Rush” o “Le Mans ‘66” -en la que Mann ejerció como productor-, que logran transmitir la emoción y la adrenalina de las carreras de forma magistral, “Ferrari” carece de cohesión. El montaje es torpe y abrupto, con una banda sonora que irrumpe de manera desordenada, y con secuencias paralelas que interrumpen el flujo narrativo. Además, la película presenta anacronismos que distraen del desarrollo de la trama, como las retransmisiones televisivas de las carreras, que no encajan con la época. Aunque no son errores graves, contribuyen a entorpecer el ritmo de la narración.

No obstante, hay aspectos positivos que destacar. Aunque las actuaciones de Adam Driver y Shailene Woodley pueden resultar poco inspiradas, la presencia de Penélope Cruz eleva la calidad de la película. El diseño de sonido, especialmente en la secuencia climática, es otro punto destacado de la película. Sin embargo, esta atención al detalle puede llegar a ser excesiva y no encajar con el tono general de la película.

Michael Mann aporta detalles relativos a un personaje complejo, pero no incide en los aspectos más complejos del excéntrico protagonista.