Raimundo FITERO
DE REOJO

Donación de órganos

Uno de los avances sociales que nos humaniza es el llamado testamento vital, que se hace en vida y que autoriza a que una vez fallecido se puedan usar los órganos que estén todavía reutilizables por otras personas enfermas que puede reemprender un nuevo tramo de vida con nuestras córneas, por ejemplo. Es un bello acto. Un legado que se puede oficializar, debe saber el entorno familiar y ser aceptado por el cuerpo médico en el momento de la expiración.

La nueva y exitosa vida del libro de Pablo Vierci, “La sociedad de la nieve”, en el que se inspira J. A. Bayona para su película homónima, contribuye a entender la inquietud de la ciudadanía por comprender qué sucedió en los Andes a través del visionado de la película o la lectura del libro y pensar hasta dónde seríamos capaces de llegar cada uno de nosotros para sobrevivir en situaciones límite. Pero llega a un punto en el que, al leer una entrevista al autor uruguayo, encuentro una idea que me destroza, me reconstruye y me convierte en un ser de luz intermitente. Dice que lo sucedido en esas circunstancias, al cabo de los años se puede entender que abrió la normalización de la donación de órganos. Sucedió a los pocos años del primer trasplante de corazón.

Colocar la antropofagia de supervivencia extrema en lo que podríamos entender como un humanismo consciente es un ejercicio superlativo de recalificación. Los jóvenes uruguayos se autorizaron a ser utilizados como nutrientes si fallecían. No es un concepto fácil, ni asimilable sin entrar en combustión. Puede entenderse como la vía materialista a la trascendencia.