Dabid LAZKANOITURBURU

Gaza, el 11-M y la nada

Analizar las motivaciones, los tiempos y la sique político-ideológica de la violencia yihadista es harto complejo. Más cuando se trata, en la mayoría de los casos, de acciones perpetradas por comandos no adscritos a una organización jerárquica o por lobos solitarios. Y cuando no pocas veces utilizan métodos tan poco convencionales como un avión comercial o un coche, o un simple cuchillo, para sembrar terror.

Sin olvidar que está imbricada con fenómenos como la migración (de primera o segunda generación) y su inserción social y con el nihilismo que impregna a las sociedades occidentales y del que son excrecencias reaccionarias tanto el yihadismo como el auge de la extrema derecha.

Lo que está claro es que los acontecimientos mundiales tienen relación con el incremento de la amenaza yihadista.

Parece probado que el comando de Leganés que se inmoló tras ser localizado después de perpetrar la matanza de los trenes de cercanías de Madrid estaba operativo desde mediados-finales de los noventa y respondía a la llamada de Al Qaeda a «liberar Al-Andalus», anterior a la fatwa que emitió el líder de la red, Bin Laden, tras la invasión de Irak.

Pero es poco discutible que la participación española en aquella aventura (Bush, Blair y Aznar por ese orden) encendió los ánimos del mundo arabo-musulmán y sirvió de refuerzo para los autores de la oleada de ataques yihadistas que asoló a Europa el siguiente decenio.

Injustificable, pero que ayuda a explicar, siquiera en parte, la conducta suicida e inhumana de tamaña violencia.

¿Alguien está en condiciones de asegurar que la matanza diaria de gazatíes no tendrá repercusiones y consecuencias en una población martirizada, en el desarrollo mental, político e ideológico de esos niños y niñas huérfanos, que han perdidos a sus hermanos y hermanas y que mueren de desnutrición a la intemperie?

Ya lo dijo el secretario general de la ONU, Antonio Guterres, al explicar, que no justificar, que la incursión brutal de Hamas no llegó de la nada.

Porque nada viene de la nada, pese a lo que sostienen los nihilistas. Y el mal existe -no nos hagamos trampas al solitario- pero también se le alimenta.