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Una muestra indaga en los nexos de unión entre Balenciaga y Chillida

No compartían generación -los separaban tres décadas- y el primero se dedicaba a la alta costura, mientras que el segundo destacó en la escultura. Pero observando sus obras se pueden intuir varias confluencias: los estudios sobre el espacio, las geometrías envolventes, las superposiciones, el pliegue de la materia supeditada a la forma, y una filosofía en común de rigor, armonía y proporción. Las obras de Balenciaga y Chillida comparten espacio en Getaria.

Imagen de la exposición que pretende hacer sentir, no solo ver. (Jon URBE | FOKU)

En total se exponen más de cuarenta piezas en el Museo Balenciaga. Destaca el modo elegido para presentar las creaciones. La museógrafa y escenógrafa Anna Alcubierre se ha encargado del diseño expositivo a partir de la idea de Fernando Bernués. El visitante se sumerge en una sala donde los vestidos, las esculturas y obras sobre papel comparten protagonismo bajo un juego de luces y sombras.

El espacio se tiñe de blanco y negro; todas las creaciones seleccionadas del modisto tienes estos dos colores. Las obras danzan sobre sí mismas sobre estructuras giratorias. «La atmósfera pretende que el espectador pueda sentir, no solo ver», destaca Alcubierre.

Ambos artistas se conocían y se admiraban. Esto se evidencia en “Homenaje a Balenciaga”, escultura realizada en 1990 por Chillida. La obra, de dos metros de altura y cuatro toneladas y medio de peso, preside el hall del museo.

«El diálogo entre las obras es más importante que las obras en sí mismas», dijo Chillida. El que alberga el Museo Balenciaga hasta el 5 de enero de 2025 no es un diálogo formal, sino un diálogo conceptual. «La confluencia se da en sus conceptos filosóficos», subrayaron.

El arquitecto del vacío y el arquitecto de la moda. «Ambos son hijos de la pregunta y de la experimentación». Así lo destaca la muestra. «Unidos en la búsqueda de la belleza y la armonía, trabajan la materia desde el respeto, escuchando el latir propio de los materiales utilizados», tan diversos entre sí. Las telas en el caso de uno, el hormigón, el acero, el papel, en el caso del otro.

Los dos artistas coincidían en su obsesión por eliminar lo superfluo para llegar a lo importante, la esencia. Lo hacían planteando un juego de vacío-lleno y buscando nuevos límites. «Plegar la forma les permitió penetrar en el espacio interior que generan en sus creaciones. En el caso del modisto, ese espacio estaba destinado al cuerpo de la mujer que vestía sus diseños, mientras que en el caso del escultor es un espacio habitable para el espíritu» en palabras de Igor Uria, responsable de las colecciones del Museo Balenciaga y comisario de la exposición.

«A ambos creadores les une una vocación arquitectónica. La sobriedad y armonía de su obra se concibe con una creación única. Comparten el orgullo de su origen vasco, la honestidad y rigor en el trabajo, y un carácter reservado y educado que generaba un gran respeto. El hecho de sentir el material y estar de acuerdo con sus cualidades expresivas es fundamental. Pero desde nuestro punto de vista, lo más sorprendente en ambos es el interés por el volumen por encima del cuerpo, en el caso del modisto, y en el caso del escultor, el interés por el volumen para evidenciar el espacio. Casas-vestidos versus esculturas-lugares», apuntan.