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Interview
Xavier Legrand
Cineasta

«En el cine hay mucho maniqueísmo y poco espacio para el matiz actualmente»

Su ópera prima “Custodia compartida” (2019) ganó todos los premios habidos y por haber (León de Plata en Venecia, Premio del Público en Zinemaldia, César a la Mejor Película). Con “El sucesor” vuelve a hablar sobre la violencia patriarcal, esta vez sobre el modo en que esta afecta a los hombres.

Xavier Legrand (J. Danae | FOKU)

 

La nueva película de Xavier Legrand está protagonizada por un prestigioso diseñador de moda que regresa a Montreal al morir su padre. Una vez allí tendrá que confrontarse con una serie de revelaciones que le harán asumir la naturaleza perversa de su progenitor y su carácter depredador. La gestión emocional de esa herencia, y su toxicidad inherente, conducen al protagonista del filme a un callejón sin salida.

Cuando presentó «El suceso» en Zinemaldia, usted dijo que podía asumirse como el reverso de su ópera prima, «Custodia compartida». Me gustaría que profundizara en esa idea.

¿Dije yo eso? Bueno, tampoco me lo tengas en cuenta, cuando uno habla de sus películas normalmente dice muchas tonterías (Risas). Pero bueno, es probable que me refiriera a que entre ambas películas hay un hilo conductor. En ‘Custodia compartida’ hablaba de la violencia hacia las mujeres y los niños mientras que en ‘El sucesor’ me interesaba explorar los mecanismos de la cultura del patriarcado para lograr aplastar identidades masculinas.

Es un enfoque interesante, ya que son pocas las veces en las que se habla de cómo el patriarcado condiciona el desarrollo de un modelo de masculinidad.

Exactamente. Los niños que crecen dentro de esa cultura, cuando llegan a ser adultos, desarrollan su masculinidad atendiendo a una serie de exigencias que tienen que ver con la capacidad del hombre para ser fuerte, para dominar, para someter a sus semejantes y para ejercer de protector sin que se nos permita mostrar nuestros sentimientos.

El protagonista de «El sucesor» vive, de hecho, sometido a esas tensiones. Se debate entre el deseo de no caer en esa trampa y la preocupación de haber heredado ciertas inercias de su progenitor.

Ellias es alguien en cuyo cuerpo se deja sentir una huella que él lleva años luchando por ocultar. De ahí también ese transfuguismo de clase que lo define. Porque él es alguien que viene del extrarradio de Montreal y nada parecía predestinarle a acabar convertido en diseñador jefe de una gran casa de modas en París. Pero, por mucho que durante años haya habido un océano de por medio entre él y sus orígenes, hay una cierta toxicidad vinculada a estos que no sabemos muy bien cómo definir pero que se manifiesta en cuanto él retorna a Canadá para enfrentarse a la muerte de su padre. Es ahí cuando emerge esa huella del pasado que, poco a poco, va saliendo a la superficie.

En este sentido, un título como «El sucesor» se antoja un tanto irreverente en la medida en que vale para definir a alguien, como Ellias, que ha de gestionar un legado indeseable, ¿no?

Es un título que ironiza sobre ese mandato social de honrar al padre atendiendo a que tenemos el mismo apellido y compartimos el mismo linaje. Parece como si estuviéramos condenados a ser piezas en la construcción de una identidad dinástica cuando, en ocasiones, como en el caso del protagonista de mi película, lo que toca es deconstruir esa identidad, romper con esos vínculos.

Siendo el título bastante irónico, la película también está salpicada de momentos de humor negro. ¿Qué le permitió trabajar en ese registro?

Nunca me planteé trabajar en un registro de comedia, pero me parecía importante dejar espacio para que esos momentos de humor que comentas emergieran por sí solos. Lo que descubre Ellias acerca de su padre resulta tan inesperado e impactante, que es normal que eso le lleve a una espiral de la que se ve incapaz de salir, encadenando una mala decisión tras otra.

Hay un elemento absurdo en su comportamiento y eso hace que el espectador tome una cierta distancia respecto al personaje. Yo creo que las risas que puede llegar a despertar la película son risas nerviosas que ponen de manifiesto esa distancia.

¿Es consciente de que ese elemento absurdo es el que ha llevado a algún espectador de recelar de la propuesta?

Sí, sé que mi película puede llegar a resultar molesta, pero es algo que atribuyo a que estamos acostumbrados a confrontarnos con narraciones demasiado simplistas donde el espectador debe decidir en qué lado quiere estar en función de quienes son los buenos o los malos de la película. En el cine hay mucho maniqueísmo y poco espacio para el matiz actualmente, los personajes son definidos como víctimas o verdugos y no se profundiza en el contexto específico de cada situación.

¿Y a usted, como narrador, no le frustra semejante escenario?

Al contrario, porque yo como director lo que intento es combatir esa simpleza discursiva. Y eso quizá es lo que moleste y no guste, el hecho de que, a través de mis películas, busque llevar al espectador a escenarios de incomodidad, zarandearle, provocarle, no dejarle indiferente.

Pero no solo al espectador. Yo mismo, como director, también me siento cómodo transitando por esos escenarios, de ahí esa necesidad de hacer algo diferente a lo que se espera de mí.

¿Entonces, con «El sucesor» lo que buscaba es salir de su zona de confort como director?

En parte sí. Como cineasta me resulta muy interesante sorprender, ofrecer al espectador algo que a priori no se espera, pero he de reconocer que eso, lejos de ser valorado como algo positivo, levanta muchas suspicacias. De hecho, son muchos los espectadores que han ido a ver ‘El sucesor’ con el recuerdo de ‘Custodia compartida’ y aunque, como te he dicho, son dos películas que tienen el mismo hilo conductor, se perciben como obras totalmente diferentes y eso genera decepción.

Parece como si, después de mi ópera prima, para buena parte de la crítica y el público, yo tuviera que ser un director consagrado a hacer películas sobre la violencia machista y no pudiera salir de ahí. Dicho esto, también hay muchos espectadores que han aplaudido este aparente cambio de registro.

Volviendo al tema de los matices y de la ambigüedad que atesora una historia como esta, ¿cómo trabajó ese enfoque con los actores y, singularmente, con Marc-André Grondin, protagonista del filme?

Fue un trabajo basado en la confianza mutua, porque el personaje de Ellias demandaba por parte de Marc-André una entrega inhabitual, en el sentido de que teníamos que construir una imagen masculina alejada de cualquier épica. Y para eso tuve que dejarle su espacio y que él mismo se sintiera seguro de los matices que quería conferir al personaje.

Yo tiendo a rodar muy pocas tomas, por eso mismo antes de gritar ‘¡acción!’ doy tiempo a los actores para que entren en la secuencia de manera que no haya que repetir muchas veces, porque eso haría que sus interpretaciones perdieran espontaneidad.

Frente a la unanimidad que suscitó una obra como ‘Custodia compartida’, el hecho de tener que enfrentarse a la división de opiniones que ha generado «El sucesor» ¿le lleva a alguna reflexión?

Pues a que el éxito es algo demasiado efímero (risas). A ver, está claro que me hubiera gustado que ‘El sucesor’ suscitara comentarios igual de positivos que los que logré con mi anterior filme, pero al mismo tiempo era muy consciente de que, después del consenso logrado con ‘Custodia compartida’, hiciera lo que hiciera, iba a decepcionar. Era inevitable. Así que, sabiendo de antemano que no iba a volver a lograr esa unanimidad, pensé: ¿por qué no aprovechar y hacer algo completamente diferente que descoloque al espectador?

¿Prefiere los disensos a los consensos?

En parte sí. Como te decía antes, para mí los matices y la ambigüedad son importantes y sé que ‘El sucesor’ es una película que genera controversia. Cuando abandonan la sala, los espectadores no paran de debatir y eso es positivo, porque, guste o no guste, se trata de una película de la que se habla. Me interesa más eso que poner a todo el mundo de acuerdo.