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LA GABARRA VUELVE A SURCAR LA RÍA

Una explosión de felicidad en el universo rojiblanco

La victoria del Athletic en Sevilla provocó, además de una tremenda alegría, una sensación de alivio inenarrable. Después de cuarenta años y con seis finales seguidas perdidas, la carga emocional era terrible. Libres ya de esa mochila, lo de ayer fue pura fiesta, una catarsis que acentúa la comunión entre un equipo campeón y una afición entregada.

En la página anterior, Iker Muniain muestra la Copa a la afición a la altura de San Mamés. Al lado, un niño asiste junto a miles de personas a la recepción en el Ayuntamiento. (Humberto BILBAO-Endika PORTILLO | EUROPA PRESS-FOKU)

Lo que se vivió ayer en la Ría fue una locura difícilmente descriptible. Una explosión, quizá no del calibre del Big Bang, pues este originó el universo, pero ahí le anduvo. Desde luego, provocó un estado de felicidad absoluta en el universo rojiblanco. Consecuencia lógica, quizá, de haber aguantado cuarenta años sin posibilidad de desencadenarla sin peros, frenos ni medidas.

DEL ALIVIO AL ÉXTASIS

«Todo Bilbao fue un espectáculo en rojo y blanco». Con crónica de Juan Carlos Latxaga y reportaje gráfico de Alfredo Alday y Roberto Zarrabeitia, este titular de “Egin” resumía en mayo de 1984 el último viaje de la gabarra. Desde entonces ha estado cuatro décadas esperando ser rescatada. Hasta ayer. Y claro, decía Gardel que veinte años no es nada, pero cuarenta empiezan a serlo, y en el ambiente se notaba el sabor de las jornadas históricas.

La cita era a las 16.30 en el Club Marítimo de Getxo, y allí estaba la barcaza azul, lustrosa y maqueada para la ocasión. Alrededor, como en una disparatada guardia de honor, más de un centenar de barcos, veleros y traineras flotaban en el Abra. Sobre las embarcaciones, también flotando, en sentido literal y figurado, cientos de personas dispuestas a vivir el momento tantas veces soñado. No eran las únicas, a esas horas todo el trayecto, desde la desembocadura del Ibaizabal hasta el Ayuntamiento de Bilbo, era un hervidero de gente.

De hecho, a primera hora de la mañana no eran pocos los aficionados que ya se habían plantado en las inmediaciones del Consistorio, donde a mediodía no era fácil encontrar sitio. Había muchas ganas.

Cinco días después, quien más quien menos ya había recuperado la voz y la cordura, y digerido lo ocurrido en La Cartuja. No crean, no ha sido fácil. No era solo el tiempo transcurrido, era el peso de seis derrotas consecutivas en otras tantas finales, cinco de Copa y una de Europa League, y el riesgo quizá insoportable que suponía encadenar una séptima. Una bomba emocional.

Por eso mucha gente, en Sevilla y en Euskal Herria, vivió el penalti transformado por Álex Berenguer casi con tanto alivio como alegría, como una liberación, y muchos hicieron el tránsito del vetusto estadio a sus hoteles, o a donde fuera, en estado de shock, exhaustos.

Pero eso fue en la madrugada del domingo. Arrojado el peso de la responsabilidad al fondo del Ibaizabal, jugadores, cuerpo técnico y directivos partieron rumbo a Bilbo con ánimo de desquitarse de la historia. Aunque los primeros ya disfrutaron de un aperitivo la noche del martes, con una kalejira que se hizo viral y que puede que haya sido el preludio de una nueva tradición.

EN LOS MÁRGENES DE LA RÍA, UN MAR

Puntual, la flota dejó el Cantábrico a su espalda para remontar las aguas. En cabeza, claro, la gabarra, con plantilla, entrenador, y presidente, entre otros. Los jugadores vestían camisas rojiblancas de línea fina parecidas a las que portaron los campeones de 1984.

Un bonito detalle que quizá estos pudieron comentárselo en persona, pues viajaban a solo unos metros de distancia en otro barco. Con Javier Clemente siempre en proa, ver a leyendas del Athletic como Dani, Zubizarreta, Endika, Goiko, Liceranzu, Urkiaga, De Andrés, Sola, Sarabia, Salinas y compañía fue un lujo evocador.

A velocidad de txinbito, las embarcaciones avanzaron secundadas por una multitud de gente a ambos lados de la ría. A la derecha, la Margen Izquierda, a la izquierda, la Margen Derecha. Es lo que tiene ir a contracorriente. Y en todos los lugares donde alcanzaba la vista, un mar de cabezas, banderas, puños y, afinando la mirada, de lágrimas y sonrisas.

CON LOS BUZOS Y CASCOS

El espectáculo fue en esos primeros compases, entre Portugalete, Leioa, Erandio y Sestao, impresionante. Se dice, con razón, que una imagen vale más que mil palabras, pero no va a haber fotografía ni video que refleje con total fidelidad el cúmulo de emociones y sentimientos agolpados en tan pocos kilómetros cuadrados.

También hubo tiempo para recordar a quienes no han tenido oportunidad de vivir esto. Cada uno tiene sus propios seres queridos en el recuerdo, muy presentes estos días, y en el sentir colectivo, gente como Jose Iragorri, Jesús Arrizabalaga, “El Txapela”, Howard Kendall, Txetxu Rojo, y por supuesto Iñigo Cabacas, que no se nos fue, nos lo arrebataron. Cómo habrían gozado todos.

Precisamente, una de las imágenes del día fue el homenaje tributado en San Mamés a los miembros de la familia rojiblanca que nos han dejado. Los campeones arrojaron pétalos de rosas rojas y blancas al agua en recuerdo de aquellos que no están y que han hecho grande al club.

Pero eso ocurrió en Bilbo. Antes, la gabarra atravesó uno de los puntos neurálgicos de la Bizkaia industrial que le puso marco en sus primeros viajes. Una zona fabril que es sombra de lo que fue pero donde se vivió un momento emotivo, con trabajadores y trabajadoras saludando desde sus puestos de trabajo, en algunos casos subidos a las grúas, bengalas en ristre y pancarta con el lema “Athletic txapeldun”.

Fue una especie de déjà vu en una sociedad que ha cambiado muchísimo desde la última travesía de la gabarra. Ayer, por ejemplo, enfundada con la camiseta rojiblanca había muchísima gente llegada de todos los puntos del globo, personas que han hecho nido en nuestro país y que han encontrado en el Athletic un punto de enganche y arraigo. Siempre ha sido así en este pequeño rincón del planeta, y qué bueno que así siga siendo.

RECEPCIÓN OFICIAL

Poco a poco, las embarcaciones, todo un ejemplo de diversidad fluvial, fueron quemando etapas, con los jugadores saludando a babor y estribor, exhibiendo de vez en cuando la Copa -sobre todo Iker Muniain, capitán y maestro de ceremonias-, y dejándose querer por una afición que no paró de cantar y gritar durante el recorrido. También estuvo muy activo José Ángel Iribar, guía y faro de este club único en el mundo, que no dejó su lugar en primera línea de babor.

Pasado el puente de Rontegi el skyline de Bilbo no tardó en aparecer en el horizonte. La llegada a la villa, pasando entre Deustuko Erribera y Olabeaga, resultó apoteósica. El perfil característico de la península de Zorrotzaurre, con edificios monumentales, solares y lugares con solera, es siempre una delicia para la vista, pero al atardecer, con miles de personas a la vera de la Ría, el espectáculo fue inolvidable.

Como lo fue pasar por debajo de los puentes del Euskalduna, Deusto y La Salve, una zona donde aceras, jardines y tejados aparecían colonizados, igual que las inmediaciones del Palacio Euskalduna y el Guggenheim, unos recién llegados a este tipo de festejos.

La gabarra arribó al Ayuntamiento cuando el sol nos regalaba la luz más bonita del día. La recepción en el edificio consistorial, y luego en la Diputación, fue el broche a un día mágico que los protagonistas exprimieron con su gente hasta el último momento.

La mayor parte de la comitiva inicial, como el barco donde iban los medios, acabó su trayecto a pocos metros del Consistorio. Cerca del lugar donde, en 1984, encaramado a una farola y en imposible equilibrio, un chaval de seis años con el 2 de Urkiaga a la espalda estiraba el cuello para intentar ver a sus héroes. Justo donde, cuatro décadas más tarde, este periodista de 46 años ha pasado antes de ponerse a escribir y se ha sentido, otra vez, el niño más afortunado del mundo.