Alfredo OZAETA
GAURKOA

Fascismo de nueva generación

No vamos a volver a reiterarnos en el preocupante avance de la extrema derecha en la mayoría de las sociedades europeas y occidentales, ni a la velocidad que va empapando muchos de los tejidos que conforman y protegen la convivencia democrática y recortan el avance de comunidades más solidarias y equitativas.

Es verdad que en el fondo la génesis del fascismo sigue invariable, su supremacismo, pensamiento único, intolerancia, totalitarismo y su violencia tanto física como verbal permanecen inalterables en el tiempo y continúan referenciando sus señas de identidad. Son sus formas las que han mutado acorde a los cambios y nuevos tiempos de las sociedades modernas, tratan de ser más «amables», en el sentido de decir lo que mucha gente quiere escuchar, trasladan a terceros responsabilidades propias en el deterioro de nuestra coexistencia y nuestras vidas, o la del planeta, y si esto no es creíble, niegan cualquier tipo de problema.

Ahora quieren llamarse liberales, anarcocapitalistas, libertarios o cualquier otro termino que no les delate o defina a las claras lo que realmente son. De lo que no son capaces, es de ocultar su egocentrismo y mesianismo como vía y argumento de convencimiento o difusión de sus nostálgicos postulados para la «sanación» de las «perniciosas derivas democráticas».

Los responsables de sus males siempre son los de fuera. Su discurso es recordar el imperio o potencia económica que dicen que fueron, y volver a recuperar su «glorioso pasado». Utilizan mensajes populistas de corte profético como: «lo nuestro para nosotros», «fronteras seguras», «contra la ideología de genero», «la familia natural», «seguridad por derechos», «el peligro de los inmigrantes», ... ; del estilo del patentado por el inefable Trump: «make America great again», (hacer Estados Unidos grande otra vez).

Son las proclamas con los que los neofascistas del tipo Orban, Meloni, Milei, Ayuso, Abascal, Bolsonaro, etc., alimentan y retroalimentan su demagogia y falsas promesas de una mejor vida en un sistema basado en unas normas y comportamientos sociales que sistemáticamente ellos incumplen o han incumplido. Por ello, son capaces de aliarse y justificar genocidios, como el vergonzoso y criminal caso palestino, con los que en el pasado intentaron eliminar.

Su moralidad, austeridad, competencia en el trabajo, aportación social, honradez o capacidades como ejemplo para la sociedad deja mucho que desear, por no hablar de su escaso bagaje cultural. Son oportunistas interesados únicamente en su relato o versión, nunca en la verdad. La cuestión es por qué personajes tan mediocres pueden concitar, más allá de la de los impenitentes fascistas y nacional católicos de manual, a algunos sectores jóvenes e inmigrantes, los cuales por naturaleza debieran estar más cercanos al vitalismo de Ortega y Gasset y a la utopía que tan brillantemente nos describió Eduardo Galeano que a postulados cercenadores de derechos y libertades.

No sé si parte de la respuesta al alarmante dato la debiéramos buscar en el individualismo, falta de compromiso y ociosidad tecnológica de una parte de las actuales generaciones. Las cuales tienen como una de sus mayores preocupaciones la de vivir despreocupados. Conocen que la vida es inquietud, también problemas de distinta naturaleza: salud, trabajo, familia, vivienda, relaciones, etc., lucha, en definitiva, y esto los lleva a intentar dedicarse únicamente a lo que consideran que les puede hace felices sin afrontar problemas. Vivir cómodos, sin preocuparse por los demás, ni incluso por sus propias libertades.

En muchos casos el no saber qué hacer con sus propias vidas los lleva a niveles de ansiedad o angustia que les empuja a participar de ideologías que les exime de responsabilidades propias y no les exige compromiso o esfuerzo, ya que el sistema les va a proporcionar lo que necesitan, en parte recuperando lo que «otros» les han hurtado. Es una forma de despersonalización dejándose llevar por corrientes que no les exigen ningún sacrificio o esfuerzo ni tan siquiera analizar qué hacer con su propia vida.

Sin olvidar la contribución que las redes sociales y plataformas realizan con la difusión «fake news», mentiras, difamación y manipulación que utilizan en desprestigio de la verdad y de la propia democracia en sí. Es al albur del clima de confusión que generan en donde encuentran el caldo de cultivo en la generación de nuevos grupos o partidos de extrema derecha de diversas orientaciones, pero con idénticos propósitos.

No hay duda de que es un problema cultural y de valores. Las injusticias que los poderes generan provocan disfunciones y desarraigos sociales que, en muchos casos, se traducen en violencia e inseguridad, utilizando esos mismos poderes estas situaciones para justificar un mayor control o represión sobre la población. Y cuando la solución en vez de buscarla en el origen se plantea en intercambiar derechos por seguridad es que algo está fallando en las raíces o estructuras del sistema.

Estas próximas elecciones al Parlamento Europeo pueden ser una buena oportunidad para frenar en seco al fascismo en favor de fuerzas progresistas para seguir avanzando en derechos e igualdad. Seguro que Euskal Herria seguirá siendo punta de lanza en esta importante confrontación para el futuro propio, del viejo continente, y del resto en general.