JUN. 30 2024 DIVISIÓN EN EL MOVIMIENTO AL SOCIALISMO (MAS) DE BOLIVIA La lucha intestina desangra a la izquierda boliviana Ni siquiera un golpe de estado fallido puede unir en Bolivia a la izquierda, que lleva años sumida en una lucha fratricida en el Movimiento al Socialismo (MAS). A un lado está el presidente Luis Arce, respaldado por la burocracia; al otro, Evo Morales, por los obreros rurales. Su lucha puede entregar el poder a la derecha en 2025. En la página anterior, durante el aniversario del MAS en La Paz, un boliviano muestra con una bufanda su apoyo a Arce. Arriba, en la ciudad de Uyuni, muestras de apoyo a Evo Morales. (Jannis PRÜMM) Miguel FERNÁNDEZ IBAÑEZ La división en el seno del Movimiento al Socialismo (MAS) es tan profunda que ni un fallido golpe de Estado parece unir por completo a su militancia. Los seguidores de Evo Morales y de Luis Arce llevan años atacándose sin contemplación y nada hace presagiar un cambio de actitud de cara a las elecciones de 2025. De hecho, enfangados en la disputa, evistas como el presidente del Senado, Andrónico Rodríguez, sugirieron que el Gobierno orquestó un autogolpe para elevar su popularidad, máxima que sostuvo una vez apresado el líder golpista, el exjefe del Ejército Juan José Zúñiga. Más allá de la demostrada capacidad de movilización de la izquierda boliviana, la fallida asonada refleja la debilidad de un Gobierno que es incapaz de atajar las divisiones internas. La disputa en el MAS comenzó cuando Evo anunció su intención de presentarse para liderar el partido de cara a las elecciones de 2025. Y se recrudeció cuando, a finales de 2023, el Tribunal Constitucional Plurinacional emitió un veredicto en el que consideraba que no es posible ser elegido presidente por más de dos mandatos, sean consecutivos o no, pese a que la Constitución solo limita las legislaturas consecutivas cuando superan las dos. Evo interpretó esta sentencia como una inhabilitación de facto y acusó a los magistrados de estar aliados con la derecha boliviana y con Arce para eliminarlo de la contienda electoral. Desde entonces, los evistas insisten en las calles en la renovación de las altas esferas de la magistratura, algo que tendría que haber ocurrido en 2023 y que sigue posponiéndose. Esta disputa ha despedazado por completo a la izquierda boliviana, incluidos los sindicatos robustos que permitieron articular las reformas en los primeros mandatos del MAS, en el poder desde 2006. Así, las diferencias se reflejan en todos los ámbitos de la sociedad, en el Congreso y en la calle, y muestran un recelo enquistado. Los evistas acusan a Arce de traidor, capitalista y corrupto; minucias si se comparan con los insultos que vierten la derecha y algunos arcistas sobre Evo: le acusan de pederasta, corrupto y narcotraficante, y recuerdan que por eso mandó construir un aeropuerto que nadie usa en Chimoré, cerca de la región del Chapare. La división llega a tal punto, que en el vigésimo noveno aniversario del MAS se organizaron dos congresos separados: uno celebrado el 28 de marzo en La Paz y encabezado por Arce, y otro en Yapacaní, en la región de Santa Cruz, liderado por Evo el 30 de marzo. CARISMA DE EVO Evo Morales, antiguo sindicalista cocalero, primer presidente indígena de Bolivia, gobernó el país durante tres legislaturas, entre los años 2006 y 2019. Acostumbrado a bregar contra las adversidades, tiene carisma, fuerza, y nadie sabe si se detendrá en su lucha por volver a gobernar Bolivia. Su gran éxito fue crear las bases sociales que hoy apoyan al MAS, dotar de orgullo a esa periferia obrera e indígena que siempre fue despreciada por la derecha boliviana de Santa Cruz. Sus seguidores, agrupados en federaciones, son forofos dispuestos a hacer colapsar las ciudades y hacer la vida imposible a cualquier gobierno. Afincados en la mitad occidental del país, representan a esa periferia rural, a los más pobres entre los pobres, en contraposición a los funcionarios y los empresarios arcistas de La Paz. Fieles, y tan radicales como Evo, los evistas sienten que solo el líder aymara puede enderezar la economía y mantener el rumbo ideológico. En la región vinícola de Tarija, Isabel, madre de ocho hijas que vende surtidos de frutos secos en la calle, solo chapurrea el castellano. Como muchas de las mujeres indígenas adultas de Bolivia, en la vida aprendió a trabajar sin descanso y ahora no sabe hacer otra cosa con su tiempo. Asegura, en repetidas ocasiones, que solo quiere a Evo. Oriunda del Chapare, el corazón del evismo en Bolivia, dice que «Arce es hambre», que las «cosas están caras». «Con Evo había venta; ahora no hay venta», insiste y, tal vez bromeando, repite que prefiere a la derecha antes que a Arce. En Cochabamba, la ciudad que da entrada a la región cocalera por antonomasia de la selva boliviana, Iris lleva un sombrero con una pegatina en apoyo a Evo y otros símbolos de izquierda. Estudiante universitaria en La Paz, se dirige al encuentro evista de Yapacaní celebrado en marzo. Es radical, y respalda a los dirigentes de izquierda más cuestionados: Nicolás Maduro, Daniel Ortega y Kim Jong-un. Su discurso se centra en la ideología y la igualdad, y junto a un hombre espigado tan afable como ella, reconoce su apoyo incondicional a Evo. MODERACIÓN ARCISTA Dos líderes y dos realidades, la urbana y la rural, pugnan por controlar la izquierda boliviana. Luis Arce, ministro de Economía durante más de una década, es un tecnócrata moderado que llegó al poder aupado a dedo por el propio Evo: le consideraba más dócil y menos carismático que a David Choquehuanca, el actual vicepresidente. Desde que venció en los comicios de 2020 como marca propia, Arce ha apostado por el desarrollo industrial y los proyectos estatales. Como no puede vender un proyecto ideológico, con el músculo del Estado trata de contentar a la sociedad urbana mientras aúna el apoyo de los enemigos de Evo: antiguos primeros espadas del MAS que estaban enemistados y distanciados como Román Loayza han decidido apoyar a Arce. Como el propio Arce, los arcistas son más moderados que los evistas. Recuerdan que Evo hizo un gran trabajo en sus primeros años, pero sostienen que ya es suficiente, que solo busca eternizarse en el poder y que sus ansias están dañando al MAS. «Evo debería dejar que otros gobiernen. No lo hizo mal, es innegable que ayudó a que disminuyera la discriminación a la clase baja, una discriminación que existía incluso en las empresas», reconoce Yamil, un ingeniero de 29 años. «El Gobierno de Arce apoya más a los jóvenes, a los profesionales, a los becarios. Tiene otra mentalidad», añade, y alerta de «tiempos difíciles para la izquierda» si los dos bloques no consiguen enterrar sus diferencias. «Ellos tienen que arreglarlo y ver los puntos en los que no están de acuerdo. Se necesita unidad para seguir adelante. Como personas, nos podemos equivocar, y creo que Evo se equivoca y tendría que repensar su postura», considera Gladys, de 30 años, durante el aniversario arcista del MAS celebrado en marzo. Oriunda de Cajuata, recuerda que su comunidad ha comenzado a crecer gracias al MAS: «Antes, en mi pueblo vivíamos 50 personas y nos dedicábamos a la minería y en menor medida a las frutas y la hoja de coca, pero ahora, gracias a los programas sociales, sobre todo en los últimos años, cultivamos mango y café y las personas están volviendo». DOS FRENTES ABIERTOS Arce tiene dos frentes abiertos, el de la derecha y el del evismo, que están desangrando su Gobierno. Pese a las diferencias, para afrontar con garantías las elecciones de 2025, necesita a Evo. ¿Qué hará el líder aymara si finalmente la Justicia no le permite presentarse? ¿Pedirá a sus seguidores que apoyen a Arce o que se abstengan y beneficien a la derecha? Más allá de esta decisión crucial, puede que incluso una izquierda unida pierda en la contienda electoral por el desgaste de casi 20 años en el poder de forma casi ininterrumpida, con el inciso de un año provocado por el golpe de Estado de 2019. Además, Bolivia atraviesa una crisis de divisas extranjeras y de diésel, y la pobreza angustia a una población que vive al día. En un país polarizado, la única ventaja con la que cuenta la izquierda es la ausencia de un candidato conservador que no genere rechazo en la sociedad. Es el zapatero José Miguel Usagasti Vargas quien mejor refleja esta falta de ilusión: votó durante tres legislaturas al MAS y no lo hará en 2025. Está harto de las dificultades crecientes, pero no encuentra soluciones en otras formaciones. Busca un cambio radical, y ahí surge Javier Milei. «Quiero que entre alguien que termine con esta situación», explica, y añade: «(Carlos) Mesa y Manfred (Reyes Villa) tuvieron su oportunidad y no lo consiguieron. Ahora se habla del hijo de Jaime Paz Zamora, pero es más de lo mismo. Tiene que haber un giro de timón, que venga un hombre como ese de Argentina».