Josu IRAETA
Escritor
GAURKOA

Declive

Salvo algunos a los que puede calificarse de «especialistas» en defenestrar proyectos políticos, unos más, otros no tanto, pero todos hemos analizado la situación. La divergencia, como siempre, está en las conclusiones, lo que −en este caso concreto− expresa con claridad lo erróneo de la famosa máxima que dice «querer es poder». De cualquier forma, es de celebrar el haber decidido abrir las puertas a un nuevo modo de hacer política, también de fijar objetivos claros y precisos para los que se pretende articular activos que aporten congruencia, eficacia y solidaridad con las grandes decisiones y sacrificios aportados en las últimas décadas.

Esto requiere modificaciones teóricas y prácticas, ya que, en el quehacer político actual, la dedicación y otras virtudes bien reconocidas −como se ha evidenciado en los últimos comicios electorales− hoy no son suficientes. Solo con un proyecto inteligente, honradez y trabajo, mucho trabajo, se puede modificar la letra de una historia caduca y vacía.

Hemos llegado a una situación tal, que con Sabin Etxea es difícil hasta coincidir en la hora. Es por eso que cuando se recurre «a los hechos», como hemos escuchado en algún discurso «jeltzale» en las pasadas elecciones, para justificar una determinada opción social o política, se está utilizando también una determinada -y no única- interpretación.

Es parte del eterno dilema; decir o hacer, ser o parecer, y es que la ideología liberal que, si bien tiene diferentes vertientes, antepone como corazón de su sistema la prioridad del individuo sobre la sociedad.

Hay quienes manifiestan que priorizar la sociedad sobre el individuo no deja de ser una pretensión ideológica, pero yo opino que lo contrario, es decir, la exaltación del individuo frente a la sociedad, no lo es menos.

Sinceramente, creo que es tan erróneo magnificar una organización omnipotente −aunque no lo sea− como divinizar al individuo aislado.

Nadie puede negar la parte de verdad de esos argumentos, sin embargo, quienes así defienden su opción «liberal», olvidan la historia de las naciones llamadas «libres» y su apoyo a las más salvajes dictaduras del Tercer Mundo. Todo ello en nombre de la libertad de mercado. Sin olvidar las condiciones que soportó la clase trabajadora en tiempos de la fundación del Estado liberal.

En contra de lo que afirman aquellos que hoy se proclaman -o no− liberales, la raíz y fundamento de su ideología no es la libre elección, sino la competitividad.

Aquello que defendía ufano un «socialista», pequeño y navarro y que hoy practican todos los gobiernos que acceden a Lakua, de hecho, aplican una confesión ideológica que algunos llaman «darwinismo social».

Un modelo que, en resumen, defiende que la sociedad solo puede progresar si no interfiere en la lucha entre los más fuertes y los más débiles. Es decir, aplicando el modelo de la evolución de las especies. Algo que en Sabin Etxea seguro han «metabolizado» en sus reflexiones tras las reiteradas debacles electorales.

Son muchas las razones del deterioro organizativo y político del PNV. Sin duda, su gestión «estrella» de la sanidad pública en las últimas décadas es el exponente claro de lo que un gobierno no puede ejecutar y mucho menos ocultar.

Desde los escaños gobernantes de Gasteiz se defiende que la protección de los débiles, además de retrasar a los «buenos y mejores», supone un fraude que distrae los recursos imprescindibles para el progreso. Este es el «catón» del que beben los cerebros jeltzales.

Es evidente que este discurso resulta duro e inaceptable, teniendo presente que estamos quemando la segunda década del siglo XXI, por eso se subraya la «libre elección individual», lo que parece más atractivo y aceptable, pero que de hecho es idéntico.

El liberalismo que se exporta −desde hace décadas− en Sabin Etxea −porque, cómo olvidar el deambular por Lakua de auténticos «malabaristas», que hoy ejercen gracias a la puerta giratoria de gallardos millonarios de la democracia española− es un liberalismo epidérmico.

Aquello de la separación de poderes, control del poder ejecutivo por el legislativo, garantías individuales de libertad de conciencia y pensamiento, crítica a los abusos y arbitrariedades del poder, son conquistas de un liberalismo clásico. Los liberales de hoy cabalgan a lomos de un «tigre predador» insaciable, y el resto es solo literatura, caducas formulaciones.

Y digo que es solo formulación porque, cuando se establece lo inevitable, es decir, el cruce entre la libertad de conciencia y la libertad económica, también entre la autonomía del individuo y el «reglamento» del juego del mercado, es donde salta el conflicto. No hay que olvidar que el liberalismo, en los momentos clave de la lucha social, se arrima siempre al autoritarismo. Cuando se ven incapaces de persuadir, recurren a la fuerza en todas sus expresiones. Y esto lo comprobaremos en las próximas semanas.

Hoy, los vascos que pretendemos, de verdad, un nuevo marco de relaciones con el Estado español, consideramos estar en condiciones de plantear con rigor el final de un ciclo político. Y lo estamos, a pesar del que el PNV sigue inmerso en su eterno dilema «decir o hacer», interpretando la gestión que con sus, forzadas, puntuales e imperiosas dádivas, permita el nacionalismo español desde Madrid.

He aquí la radiografía de un modelo de gestión en declive.