Las sorpresas de la política iraní
La política iraní no deja de sorprender a propios y extraños. Más allá de lecturas simplistas sobre la división reformistas-conservadores que obvian la heterogeneidad de cada campo, con corrientes ideológicas en ocasiones aliadas y en otras enfrentadas, como evidencian los resultados de las elecciones presidenciales de la semana pasada.
La victoria de Masud Pazeshkian se ha debido a una conjunción de elementos. Azeríes y kurdos votaron abrumadoramente por él, así compo los suníes de Baluchistán. Venció en las grandes ciudades, a excepción de Mashhad o Isfahan. A ello habría que sumar el voto de sectores reformistas que dieron la espalda a los llamamientos al boicot, así como a votantes tradicionales y religiosos que lo ven como una figura compasiva y resistente.
También ha pesado su historial político. Desconocido en Occidente, en su país era reconocido por su trayectoria intachable y como una persona que no ha llegado al poder por conexiones familiares o corrupción. Y ha podido atraer a parte de la base social del expresidente Mahmoud Ahmadineyad, por su uso del persa sencillo y a su apuesta férrea contra la corrupción.
La campaña electoral ha sido otra clave. Ha sabido compaginar la calle, el cara a cara y el casa por casa, con una imagen de islamista moderado y una retórica humanista. Ha abierto cientos de oficinas electorales y organizado reu- niones con trabajadores, mujeres, académicos, estudiantes… Lo que le ha podido servir para recuperar la confianza de parte de la clase media, soporte del movimiento reformista, y de las clases trabajadoras.
Los retos de Pazeshkian comenzaran a manifestarse pronto, con la conformación de su gabinete. En campaña se ha ido rodeando de algunas figuras de peso político, que suenan como ministrables. Pero la aprobación de sus nombramientos está en manos del Majles (Parlamento), controlado por los sectores conservadores, y las carteras de Exteriores, Interior o Inteligencia deben contar, además, con el visto bueno del líder supremo, Ali Jamenei. Hay rumores de que podría nombrar a una mujer y a algún miembro de las minorías étnicas, lo que sería un movimiento importante.
Tendrá enfrente a los sectores más conservadores que controlan los principales centros de poder, y a sectores reformistas que quieren un cambio de régimen y apostarán por tensionar la situación llegado el momento.
Frente a los que creen en una transformación radical en los próximos meses, Pezeshkian está comprometido con Jamenei y con los pilares de la República Islámica. Pero a quienes apuntan que por esos motivos la figura del presidente es una mera comparsa, cabe recordarles que en su mano también hay aspectos importantes que pueden traer cambios, como la composición del Consejo Supremo de Seguridad Nacional, que podría allanar el camino a algunas reformas y determinadas políticas.
En política interna puede buscar la flexibilización de ciertas restricciones (redes sociales, hijab...), así como incidir en la política económica (subsidios, vivienda, control de divisas, corrupción...).
LA POLÍTICA EXTERIOR TENDRÁ TAMBIÉN SU PESO.
Está basada en el equilibrio de intereses y objetivos estratégicos, y en el consenso entre diferentes centros de poder. En campaña no ha hecho mención al programa de misiles, el eje de la Resistencia o la confrontación con Israel, por lo que no se esperan giros espectaculares.
Lo que sí resaltó es la voluntad de mejorar los vínculos con otros Estados (con China, la cooperación estratégica de 25 años, y otro documento similar con Rusia). Las elecciones de noviembre en EEUU probablemente condicionen los pasos a dar en sus relaciones. Y ello, junto a su poca concreción durante la campaña, hace que no esté claro hasta dónde estaría dispuesto a llegar en la cuestión nuclear.
Es pronto para desentramar el rumbo de Irán bajo la Presidencia de Pezeshkian, pero la mayoría del país coincide con lo que escribió un periodista: «Otros no pueden determinar quién puede o no gobernar Irán. Nosotros lo hacemos, ya que vivimos aquí, y seguramente sabemos quién es el menos malo para nosotros».
Como resumía un analista local, la política iraní está loca: el presidente muere en accidente; el sistema apuesta por Mohammad Qalifab, pero permite que la extrema derecha (Saed Jalili) y un reformista liberal (Pezeshkian) compitan también; Jalili es eliminado en primera ronda; y parte de los que llaman al boicot y sectores de Qalifab acaban apoyando a Pezeshkian.