Testigos incómodos de toda clase de injusticias
La liberación del periodista vasco Pablo González en el marco de un canje de rehenes entre Rusia y varios Estados es una gran noticia para su familia, para el periodismo y para la diplomacia. También para la sociedad vasca, que ha demandado su libertad una y otra vez. González queda libre tras pasar 900 días encarcelado en Polonia, sin pruebas en su contra ni fecha para un juicio. Las condiciones de su reclusión han sido contrarias a varios convenios internacionales de derechos humanos, vinculantes en la Unión Europea.
Durante estos más de dos años, la desidia de las autoridades vascas, españolas y europeas ante el encarcelamiento arbitrario de un periodista que es ciudadano suyo ha sido vergonzosa. Se sugirió que la discreción podía ser parte de un plan para lograr un proceso justo o su liberación. Los hechos demuestran que no era así. Rusia ha incluido a González en la operación porque nació allá y tiene doble nacionalidad -su padre fue uno de los menores que huyendo del golpe de Estado franquista fue acogido por la URSS-. Esto ha sido utilizado para justificar su arresto y la genérica acusación de espionaje, sin más pruebas que un pasaporte legal y el nombre con el que lo bautizaron: Pavel Rubtsov.
Seguramente, el periodista vasco ha entrado en el canje porque en la mesa de negociación había otros colegas, como el corresponsal del “Wall Street Journal” en Rusia Evan Gershkovich, que había sido condenado a 16 años de cárcel por espionaje y que era uno de los principales presos que EEUU quería liberar. La diplomacia también consiste en apuntalar relatos políticos a través de paralelismos, agravios y suspicacias. Lo único cierto es que en todo conflicto los periodistas son objetivos a batir para los poderes y gobiernos, que siempre les aplican leyes excepcionales y acusaciones de «espionaje» o «terrorismo». Precisamente, la alegría por la libertad de Pablo llegaba el día en el que Gaza enterraba a los últimos periodistas palestinos muertos a manos de Israel, Ismail Al Ghoul y Rami Al-Riffi. El periodismo es necesario, entre otras cosas, para denunciar las injusticias, incluso aquellas que sufren los y las periodistas en sus propias carnes.