NORA FRANCO MADARIAGA
QUINCENA MUSICAL

Experiencia musical

Un momento del concierto del lunes, con las proyecciones en el fondo.
Un momento del concierto del lunes, con las proyecciones en el fondo. (QUINCENA MUSICAL)

Cada vez más, se tiende a la fusión entre distintas disciplinas artísticas, a la mezcla de géneros o al encuentro de distintas épocas, entendiendo el arte y la cultura como algo vivo y expansivo, y no constreñido a compartimentos estancos, y eso es exactamente lo que ofreció el lunes el concierto del ciclo de Música Antigua de Quincena: una velada musical completamente barroca, con cantatas de J.S.Bach interpretadas por los especialistas en el género Bachcelona Consort y los Solistas Salvat Beca Bach, pero unidas al videoarte de Bruno Delgado.

Para poder disfrutar la experiencia más plenamente, el concierto se trasladó del claustro habitual de San Telmo Museoa a la iglesia, de modo que la luz natural no rompiese el efecto visual buscado. Con los intérpretes vestidos de negro en una sala completamente a oscuras, con apenas una mínima luz que les permitiera seguir las partituras, y tras dos pantallas de considerables dimensiones sobre las que se lanzaban las videoproyecciones y que acaparaban casi completamente la atención del público, dio comienzo el concierto.

Además del ambiente oscuro, lo primero que llamó la atención fue la diferencia de acústica que el cambio de escenario trajo consigo. Si la acústica del claustro es nítida y cercana, en la iglesia, situados bajo la bóveda del coro, la sonoridad se volvió reverberante, llena de ecos y un poco distante. Sin embargo, esta peculiar sonoridad que en un principio pareció farragosa y poco clara, con el paso del concierto -y, tal vez, con la mayor atención prestada por la oscuridad reinante- los oídos se fueron acostumbrando.

EJECUCIÓN INTACHABLE

El quinteto Bachcelona Consort, formado por un cuarteto de cuerda y clave y liderado por la violinista Farran Sylvan James, presentó una ejecución intachable, con empaste, equilibrio y, sobre todo, una articulación exquisita. Por su parte, los cuatro solistas Salvat Beca Bach se alternaron en arias, dúos, tercetos y coros con buen gusto, trabajado fraseo, esmerada dicción y cuidado estilo. La soprano Maëlys Robinne cantó con voz dulce y ligera, de timbre aflautado en el registro agudo; la contralto Eulàlia Fantova mostró una voz bien coloreada, aunque algo escasa en el registro más grave; el tenor Matthew Thomson hizo gala de una voz bien timbrada, con un agudo ligero cercano al falsete, aunque algo corta de registro; el bajo Noé Chapolard presentó un color más bien abaritonado que le permitió, sin embargo, una elogiable ligereza en las coloraturas.

En cuanto a la parte visual, el joven y reconocido artista Bruno Delgado planteó un trabajo interdisciplinar partiendo de los medios cinematográficos, alternando imágenes en directo del concierto, proyectando las siluetas de los intérpretes como sombras sobre un fondo rojo, con otras imágenes sin aparente relación y cierto aire vintage que iban desde una puerta acristalada que se cierra al trabajo de reencuadernación de un libro, pasando por cielos nubosos, imágenes difuminadas difíciles de precisar y otras muchas sorprendentes escenas.

Probablemente el público general no entendió las proyecciones y seguramente se pueda debatir la necesidad o no de proyectarlas, pero el espacio, la iluminación -o, mejor dicho, la falta de ella-, las imágenes… buscaron encender la curiosidad del espectador. Sin duda, habrá habido como mínimo tantas interpretaciones como espectadores. ¿Cuál es la acertada? Probablemente ninguna. Solo el videoartista sabe qué quiso transmitir exactamente e, incluso, cabe dentro de lo posible que fuera una propuesta abierta a la experiencia de cada espectador. Todo esto unido creó una experiencia musical diferente y, de alguna forma, enriquecedora.

Cuando asistimos en directo a un concierto, además de escucharlo, está implicada la vista y, muchas veces, después de los primeros minutos, no hay nada nuevo que nos estimule y la vista busca un nuevo foco de interés; y, a veces -muchas veces, más de las que queremos reconocer-, nos distraemos.

Este tipo de videoarte consiguió recoger esa atención que dispersamos y, aunque no llegásemos a entender el sentido o la utilidad de lo que estábamos viendo, permitió concentrar nuestro interés en el hecho artístico, elevando un bello concierto a toda una experiencia musical.