AUG. 17 2024 GAURKOA Pacto de San Sebastián Rafa DIEZ USABIAGA y Eugenio ETXEBESTE ARIZKUREN Miembros de Sortu Hace hoy, 17 de agosto, 95 años, un acuerdo político, el llamado Pacto de San Sebastián, fue el origen de una estrategia que permitió acelerar el final de la monarquía española de Alfonso XIII y, en consecuencia, abrir las puertas a la II República en el Estado español. Un cambio republicano barrido posteriormente por un alzamiento militar cuya herencia sigue reproducida en la actual justicia y política española. Un fascismo que impuso nuevamente la monarquía borbónica, Juan Carlos I, como icono y garantía para una «transición democrática» construida, entre otras cosas, desde la negación de las realidades nacionales y la incuestionable soberanía y unidad de la nación española. ¿Qué fue el Pacto de San Sebastián? ¿Qué paralelismo se puede realizar con el contexto actual? Tras la dictadura de Primo Rivera en el Estado español, la monarquía con Alfonso XIII instauró una «dictablanda» bajo la dirección del militar Dámaso Berenguer, cortocircuitando cualquier cambio político. En ese escenario de continuidad monárquica se reunió en Donostia la izquierda española (Alianza Republicana de Lerroux, Partido Republicano Radical, Grupo de Acción Radical de Azaña, Partido Radical Socialista de Álvaro de Albornoz, Derecha Liberal Republicana de Maura y Alcalá-Zamora), la izquierda soberanista e independentista catalana (Acción Catalana, Acción Republicana de Cataluña), la Federación Republicana Gallega y Ramón María Aldasoro, republicano nacionalista vasco que fue consejero de Comercio con el Gobierno de Agirre. Además, a título personal, asistieron a la reunión Indalecio Prieto, Felipe Sánchez Román y Eduardo Ortega y Gasset. Es decir, se encontraba la élite de la izquierda española del momento con representantes del soberanismo catalán y gallego. El objetivo central de aquella cita histórica era acordar una estrategia para impulsar la II República. El acuerdo, al que se adhirieron PSOE y UGT, impulsó un comité revolucionario e insurrección militar para, palabras textuales,«meter la monarquía en los archivos de la historia». En esa reunión se abordó específicamente la situación de Cataluña asumiendo «el compromiso de presentar a unas Cortes Constituyentes el Estatuto redactado libremente por Cataluña para regular sus relaciones con el Estado español, acuerdo que se hacía extensivo a todas aquellas regiones (Vasconia, Galizia) que sientan la necesidad de una vida autónoma». Es decir, en el Pacto de San Sebastián se abordaron tres cuestiones capitales para afrontar el cambio político en el conjunto del Estado. Derrocamiento de la monarquía y establecimiento de la II República y, dentro de ella, abordar un modelo de Estado con tres naciones como sujetos políticos con personalidad institucional propia, Cataluña, Vasconia y Galizia, para decidir sus relaciones con el Estado español. Ahora, casi un siglo después, nos enfrentamos a una monarquía que «ocupa» la jefatura del Estado sin legitimidad popular. Y nos encontramos con un modelo territorial, emanado del régimen del 78, que estableció una descentralización autonómica (con división territorial del sur de nuestro país) que, tras el autogolpe de Estado de Tejero, fue «loapizada» y/u homogeneizada bajo la filosofía de «café para todos». Desde entonces, la acción del legislativo español y la sentencias del TC -convertida en «tercera cámara política»- han producido una enorme invasión en las teóricas competencias exclusivas de las comunidades históricas afianzando una homogeneidad y rompiendo los contenidos de los acuerdos políticos de origen. Con posterioridad, los intentos de modificar ese estatus político han sido bloqueados desde el legislativo español en el caso del Plan Ibarretxe, o «cepilladas» por el Congreso y TC en el caso del Estatut de Cataluña. Modelo de Estado y territorial son, pues, los factores de un «Estado fallido» que cíclicamente se enfrenta a crisis de legitimidad democrática y confrontación interna. En este nivel de conflictividad, el bipartidismo sistémico (PP-PSOE), junto con los aparatos de Estado, ha ido frenando las demandas de las naciones del Estado con represión judicial y policial e imposición política. Fiel reflejo es lo ocurrido con el Acuerdo de Lizarra y Plan Ibarretxe en nuestro país o el Estatut y la aplicación del 155 en el proceso catalán. Ahora la política española se encuentra en una gran encrucijada. Es hora, y a su vez una gran oportunidad, de que la izquierda española deje ser rehén del marco político que instala la derecha neofranquista en torno a la monarquía y al modelo territorial asumiendo su responsabilidad histórica y de futuro en el ideario republicano y, por consiguiente, en el reconocimiento plurinacional del Estado y su ejercicio democrático. Es, pues, necesario ofrecer a las nuevas generaciones la posibilidad de romper con los candados que el franquismo instaló en la muy poco ejemplar transición española. Y para ello dos son los cimientos sobre los que construir un nuevo edificio político. Por un lado, la monarquía, herencia del franquismo, no puede ser un elemento del «pack constitucional» y la sociedad tiene que tener la oportunidad de optar alternativas republicanas. Por otro lado, asumir el carácter plurinacional del Estado y, por tanto, el reconocimiento de Euskal Herria, Cataluña y Galiza como naciones que tienen que decidir libremente su modelo de relaciones con el Estado. Es por ello que la izquierda española tiene, conjuntamente con las izquierdas soberanistas-independentistas, que abordar sin complejos las bases de un nuevo modelo de Estado y asumir el espíritu de aquel Pacto de San Sebastián en este momento histórico. Decía Sánchez hace unos días que «el acuerdo con ERC es un paso hacia la federalización del Estado». Efectivamente, hay que avanzar hacia un federalismo asimétrico, hacia un modelo de naturaleza confederal desde el reconocimiento de la plurinacionalidad. Hay que salir ya del marco sistémico que viene arrastrándose desde hace varias décadas a golpe de negación y represión. De lo contrario, esa izquierda seguirá presa del modelo de la derecha cronificando los conflictos territoriales. Busquemos pues, como en aquel lejano tiempo, el espacio táctico de encuentro entre las izquierdas españolas y las izquierdas y los sectores progresistas de las naciones sin Estado.