«Lamento decirlo, pero EEUU es un país en declive»
Nacido en Jackson, Mississippi, en 1944, a sus 80 años goza de una posición de privilegio como uno de los mejores novelistas estadounidenses vivos. Acaba de publicar en castellano su última novela, “Sé mía”, quinta entrega de las andanzas de Frank Bascombe, con la que pretende darle un final digno a su personaje más icónico.
Aunque Richard Ford acostumbre a decir que sus novelas no son autobiográficas, resulta muy difícil disociar a un personaje como Frank Bascombe del propio autor. El protagonista de “El periodista deportivo” (probablemente una de las cumbres de la literatura estadounidense de los años 80) fue evolucionando en otros tres libros (“El día de la independencia”, “Acción de gracias”, y “Francamente, Frank”) a los que ahora se añade una quinta entrega, “Sé mía”.
En este último volumen nos encontramos a Frank, con 78 años, haciéndose cargo de su hijo Paul, enfermo de ELA. Juntos se embarcan en un viaje por el Medio Oeste con el Monte Rushmore como destino final en un relato que, como las anteriores novelas de la serie, ofrece una precisa radiografía de un país en crisis, pese a lo cual Richard Ford recela de que sus libros puedan asumirse como un retrato sobre la evolución de EEUU a lo largo de estas últimas cinco décadas: «Tendemos a percibir el paso del tiempo de una manera lineal, pero cada vez estoy menos seguro de que ese sea el mejor modo de confrontarse con el pasado. Es cierto que esta serie de novelas, protagonizadas por Frank Bascombe, están ambientadas un territorio como EEUU y que la situación del país, indirectamente, aparece reflejada en cada uno de estos libros, pero siempre como telón de fondo, nunca he querido poner el foco sobre las tensiones políticas y sociales que existían cuando escribí las distintas novelas. Para mí, se trata de algo secundario. En todo caso me gusta apelar a ese trasfondo para hacer más plausibles los conflictos que viven los personajes de mis novelas, pero nada más».
UN PERSONAJE A LA BÚSQUEDA DE UN FINAL
El autor reconoce que nunca previó que el personaje de Frank Bascombe pudiera dar lugar a una saga: «Cuando escribí ‘El periodista deportivo’, pensé que el personaje no daba para más. Luego hice una segunda novela protagonizada por Frank y tampoco pensé que fuera a haber una tercera o una cuarta. Y de repente, te encuentras con un personaje que ha ido acompañándote a lo largo de tu vida como escritor y que tiene más o menos tu misma edad y ahí es cuando piensas: quizá habría que ir pensando en darle un final digno a este tipo». De esa necesidad, surge una novela como “Sé mía”, donde inevitablemente resuenan ecos fúnebres, pese a lo cual, como en anteriores entregas de la serie, basta adentrarse en sus páginas para constatar que estamos ante una obra profundamente luminosa: «La gran literatura siempre tiene esa ambivalencia entre lo esplendoroso y lo tenebroso y, por eso, en la relación entre Frank y Paul quise meter elementos de distensión. Cuando murió mi padre, me sorprendió el hecho de que no lloré nada y, pensándolo años después, creo que se debió a que con su muerte me sentí, en cierto modo, liberado. Son sensaciones muy íntimas y lo suyo es que cada quien las viva de acuerdo a su propio sentir. Para afrontar la muerte lo que debes hacer es abandonar cualquier noción convencional de miedo y hacer caso omiso a aquellos que pretendan aconsejarte como debes prepararte para cuando llegue ese momento».
No obstante, el modo de afrontar la muerte no es el gran tema sobre el que versa “Sé mía”, sino que la nueva novela de Ford bascula entre dos conceptos que son el de felicidad y el de memoria. El autor, de hecho, no tiene empacho en reconocer la influencia de su esposa, con la que lleva más de cincuenta años casado, en su éxito como escritor. Fue ella la que le aconsejó escribir sobre un tipo feliz, sugerencia de la que nació el personaje de Frank Bascombe: «Mi esposa es la persona más feliz que conozco, pero, al mismo tiempo, es alguien con los pies en la tierra. A veces le digo: ‘No me abrumes con tu optimismo’, pero debo reconocer que, en ese sentido, yo debería ser más como ella, aunque por naturaleza soy alguien bastante escéptico. El escepticismo puede ser útil, pero no siempre, a veces te lleva a poner todo bajo sospecha».
Sin embargo, esa naturaleza escéptica no convierte a Richard Ford en un cínico: «Yo no creo en lo que me dicen otros, pero sí que creo en muchas otras cosas. Creo, por ejemplo, en el amor, creo en la bondad del ser humano, creo en la imaginación y en el uso que le podemos dar, y creo en la capacidad de unirnos para hacer las cosas mejor».
UN ESTADO DE MELANCOLÍA
Muchos de esos valores el autor los ha trasladado a su personaje, con el que mantiene una relación ambivalente: «No se puede decir que le tenga cariño, en la medida en que no es alguien de carne y hueso. Si pensara en él como en alguien vivo y autónomo no podría hacerle hacer las cosas que a mí, como escritor, me interesa que haga. Cuando escribo, no me interesa pensar qué haría el personaje en esta situación, sino qué me interesa a mí hacer que haga. No sería autor si no disfrutase de esa capacidad para manipular» [risas].
Pese a mostrarse reacio ante la idea de que Frank Bascombe encarne una experiencia colectiva, Richard Ford reconoce que el estado de melancolía en el que parece vivir instalado su personaje vale para definir un país a la deriva como EEUU: «Lamento decirlo, pero EEUU es un país en declive, no hay más que ver el creciente número de personas pobres que tiene el país y la incapacidad del Gobierno para hacer frente a esta realidad. El deplorable estado de la escuela pública es otro indicador bastante revelador. A esto hay que añadir la escasa capacidad de resolución de nuestros líderes políticos. Lo que está claro es que hace falta algo que nos sacuda y que nos vertebre como país. Pero a menudo aquello que tiende a unificarnos son coyunturas que tienen que ver con el estallido de algún tipo de violencia o de conflicto, por lo que tampoco sé si sería lo más positivo. Lo mejor sería hacer un ejercicio de autocrítica, reaccionar frente al hartazgo que puede llegar a generarnos el trumpismo e intentar pasar página cuanto antes».
En “Sé mía”, hay un momento, cuando Frank y Paul llegan al Monte Rushmore, en el que éste le dice a su padre, «resulta majestuoso pero ridículo», observación que parece encerrar la propia visión del autor sobre su país y sobre el concepto de patriotismo: «En general, todos los monumentos nacionales que tenemos en EEUU siempre me han parecido ridículos, ya que tienden a simplificar emociones muy complejas. El hecho de que una simple estatua encarne sentimientos tan profundos tiene un punto aberrante. Supongo que es algo que tiene que ver con el hecho de que yo crecí en el sur, rodeado de monumentos a generales sudistas, monumentos que siempre me parecieron ridículos pues intentaban blanquear ese supremacismo blanco y esa voluntad esclavista que inspiraron a los estados del sur en la Guerra Civil. Y con el Monte Rushmore me pasa un poco lo mismo. Cuando veo la cara de esos cuatro presidentes en la ladera de una montaña que, además, es un lugar sagrado para los indios, pienso: ‘Esto es absurdo’. Pero, a la vez, el lugar tiene un raro magnetismo, la razón por la que aparece en el libro es que un día pasé por aquella zona y al ver aquello pensé: ‘No sé cómo pero esto debe aparecer en mi próxima novela’».
Estas reflexiones sobre la decadencia de EEUU como país conducen a Ford a hablar sobre el otro gran concepto que vertebra su última novela, el de la memoria: «En nuestra sociedad hay demasiadas fuerzas que trabajan para borrar la memoria histórica de un país, y la tecnología es una herramienta inmejorable para acometer ese borrado. La memoria se construye con paciencia y la tecnología cambia un poco la voluntad de las personas de cara a tomarse el tiempo necesario para construir ese relato de la memoria, y nos predispone únicamente para vivir el presente. También es verdad que hay un impulso humano por no dejarse arrastrar por el pasado, por no quedar invadidos por la nostalgia y, sin embargo, en base a mi edad puedo decirte que si olvidas el pasado no estás en disposición de entender el presente. En todo caso, hay que encontrar un equilibrio porque tan peligroso resulta renegar del pasado como celebrarlo diciendo que cualquier tiempo pretérito fue mejor».