AUG. 25 2024 No hay valles felices Iratxe FRESNEDA Investigadora audiovisual Existe la cultura de la tortura, contra cualquier ser vivo, y está asimilada socialmente. La cultura de la tortura existe al igual que la cultura de la violación y ambas forman parte del mismo tronco que extiende sus ramas generando una maraña oscura que no nos gusta transitar. Leo estos días que las voces de las mujeres han pasado a estar prohibidas por ley en los espacios públicos de Afganistán. Una nueva ley se ha impuesto en el país asiático legitimada por humanos convertidos en divinidades. La normativa del régimen afgano define la voz de una mujer como un «atributo íntimo» que nadie debe escuchar en público. La ley les prohíbe cantar, recitar o leer en voz alta en cualquier espacio fuera de su hogar. Silenciar es tortura, es una de esas formas de violencia que se ejerce en las cocinas de las casas, en los espacios de trabajo, en la política. “Calladas estáis más guapas” o “me gustas cuando callas”. Silenciar implica la negación de las otras personas, la dominación, la subalternidad, hacer callar está ligado a tantas cosas indeseables que la lista se me hace interminable. He visto y he vivido el silenciamiento de las mujeres a lo largo de mi vida, en todos y cada uno de los ámbitos en los que me he movido, no hay excepciones. Ahora, las mujeres afganas nos piden que «hablen de nosotras, no nos olviden», fundamentalmente porque el silencio no las protegerá.