Duelo ante la muerte en Gaza
Los palestinos no han podido despedirse de esas más de 40.000 personas que han muerto tras diez meses de exterminio por parte del Ejército Israelí. Esto se traduce en un sinfín de historias personales, de duelos no resueltos, de madres que aún engañan a sus hijas con falsas llamadas por teléfono a un padre hace tiempo fallecido.
Todos los días, Um Omar toma el teléfono y simula que llama a su marido para tranquilizar a su hija de cuatro años que todavía no entiende que su padre haya muerto en la guerra de Gaza. «Agarra mi teléfono y quiere que lo llamemos para contarle el día», cuenta. «He terminado por hacerlo así para no perturbarla», explica Um, que vive en una carpa tras huir de su apartamento con sus tres hijos.
El padre, Ibrahim Al Shanbari, murió en los primeros días del conflicto por un ataque aéreo de Israel en el norte de la Franja. Todo pasó «demasiado rápido» para Um Omar, que dice haberlo perdido todo «en una fracción de segundo».
Originaria de Bait Hanun, vive desplazada con sus hijos de entre 4 y 11 años en Al Mawasi, en el sur del enclave palestino.
«No sé cómo han pasado los meses», explica la mujer, quien no ha podido vivir el duelo como es «costumbre» en Gaza, ni en el momento del entierro ni después.
Según el Ministerio de Sanidad del Gobierno de Hamás, más de 40.000 palestinos han muerto en Gaza desde el inicio de la guerra, desencadenada tras el ataque de este movimiento palestino contra el sur de Israel el 7 de octubre.
Después de meses de incesantes bombardeos, disparos de artillería y combates terrestres, los palestinos de Gaza viven en un campo de ruinas.
Um Omar llora por su marido «tan amable» y recuerda sus «sueños», pero intenta consolarse al considerarse afortunada en comparación con «aquellos que han perdido un familia entera, aquellos que no han podido decir adiós o aquellos que encuentran a sus hijos en pedazos».
Más del 1,5% de los 2,4 millones de habitantes del territorio palestino murieron, la mayoría en condiciones extremadamente violentas, según el balance suministrado por el gobierno de Hamás.
Algunos heridos se desangraron antes de llegar al hospital, mientras otros fallecieron sepultados bajo sus propias casas y sus cuerpos quedaron hechos pedazo.
«LA MUERTE REEMPLAZÓ A LA VIDA»
Para Mustafa al Jatib, de 56 años, «la muerte reemplazó a la vida». La violencia incesante colmó muchos de los cementerios, obligando a los gazatíes a improvisar tumbas con cualquier herramienta que encuentren, relata Jatib. Pero aclara que «no hay piedras o cemento para cubrir las sepulturas».
El apresurado entierro del tío de Jatib en el patio de un hospital lo dejó «apesadumbrado», asegura. Su hermana fue sepultada en un cementerio abandonado, que según Jatib fue luego bombardeado.
En el campamento de refugiados de Al Maghazi, en el centro de Gaza, una mujer posa su mano sobre el suelo, en el lugar donde fue enterrada su hija, que murió en sus brazos tras una explosión.
Los gazatíes, casi todos los cuales han sido desplazados al menos una vez en la guerra, entierran a sus seres queridos en cualquier espacio disponible, en la calle o en un campo de fútbol.
Muchos no saben cuándo podrán volver al lugar del entierro o si podrán encontrarlo de nuevo.
En estos más de 10 meses, periodistas de AFP han presenciado entierros masivos y cuerpos sepultados envueltos en sábanas ensangrentadas.
Algunos eran envueltos en plástico marcado con un número en lugar del nombre, ya sea porque el cuerpo quedó irreconocible o porque nadie lo reclamó.
A lo largo del territorio, se efectúan entierros apresurados a diario en medio de los combates, las órdenes de evacuación y los peligrosos recorridos en busca de alimento, agua y asistencia médica.
Jatib afirmó que se «acostumbró» a las despedidas caóticas y apresuradas. Pero algunos ni siquiera tienen la posibilidad de despedirse.
Gazatíes consultados por AFP no han podido expresar su dolor por una pérdida. Muchos dicen que esperan su propia muerte para reencontrarse con sus seres queridos.
Ali Jalil sabe desde hace más de seis meses que su hijo Mohammed, de 32 años, murió en el bombardeo de su casa en el campamento de refugiados de Al Shati, en las afueras de Ciudad de Gaza.
Pero él se encontraba lejos, habiendo huido con sus nietos al sur de Gaza, cuando supo la noticia.
«Lo que más me duele es no haber podido enterrar a mi hijo, no abrazarlo ni despedirme de él», lamenta este hombre de 54 años. «Me pregunto si su cuerpo quedó intacto o en pedazos. No tengo ni idea», añade.
La Franja de Gaza, un exiguo territorio densamente poblado, ya sufrió antes de la guerra cuatro conflictos y varios brotes de violencia y se encontraba sometido a un bloqueo casi total de Israel desde hace casi 15 años.