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Interview
Carlos Arturo Velandia
Exdirigente ELN y delegado en proc. de diálogo

«Si con la guerra no fue posible tomar el poder, habrá que buscar otras vías»

Carlos Arturo Velandia fue parte de la dirección nacional del ELN y, como tal, participó en procesos de diálogo con el Gobierno. Lo detuvieron y encarcelaron en Medellín, en cuya cárcel lo visitó en varias ocasiones el excandidato presidencial Horacio Serpa. Tras su puesta en libertad, dejó la lucha armada y se exilió en el Estado español, donde se vinculó como investigador a la Escuela de Cultura de Paz de Barcelona. Ha regresado a Colombia para seguir trabajando por la resolución del conflicto.


Desde su Colombia natal, a la que ha regresado para vivir de cerca y arropar los procesos de paz, el exguerrillero y exdirigente del ELN Carlos Arturo Velandia explica, en conversación telefónica con GARA, que «para el movimiento guerrillero esta es una oportunidad muy importante de poder superar una guerra de 50 años en la que el Estado no fue capaz de derrotar a las insurgencias ni estas tampoco pudieron derrotarlo». Subraya que «si a través de la guerra revolucionaria no fue posible tomar el poder, habrá que buscar otros caminos», como los de Venezuela, Bolivia o Ecuador.

No descarta que un exguerrillero pueda gobernar en Colombia como ya ocurre en El Salvador, Uruguay y Brasil, pero para ello «tendrán que superarse muchos obstáculos y los movimientos exinsurgentes tendrán que dejar las armas, hacer demostraciones y construir unos canales de comunicación con la sociedad para comunicarse en otro tipo de claves».

Ni siquiera ha pasado un mes y las presidenciales parecen ya algo lejano. Mantuvieron en vilo a muchos sectores por el rumbo que podrían tomar las conversaciones con las FARC y el ELN en caso de ganar el candidato uribista. ¿Qué panorama dibujó la victoria de Santos?

Fue una victoria muy clara y contundente del presidente que buscaba la reelección. Ganó las elecciones con el apoyo de la izquierda democrática y sectores de centro, lo que significa que tiene un mandato para darle continuidad al proceso de paz. Este mandato también es un mandato de los electores hacia el movimiento insurgente para que ponga fin al conflicto y busque. a través de la solución política. el fin del mismo. El resultado desautoriza la guerra y derrota de manera contundente a la extrema derecha, que tenía una oferta de guerra. Eso son gestos supremamente positivos.

Seguramente, el Gobierno del presidente, en su nuevo periodo que se inicia el 7 de agosto, propondrá la participación de los sectores que lo han apoyado. Sería una oportunidad para que la izquierda democrática entre en un momento donde se van a desarrollar e impulsar importantes reformas para poner en marcha los acuerdos de paz que se logren tanto en La Habana como los que se consigan con el ELN. Sería una buena oportunidad para que la izquierda participara en el gobierno y adquiriera experiencia en gobernar, porque no la tiene.

¿Cómo interpreta la alta abstención, cercana al 50%, teniendo en cuenta que la campaña se presentó como una elección entre la guerra y la paz?

Es la combinación de varios factores. Aquí existe una tradición histórica de una alta abstención electoral, mucho mayor cuando se trata de las elecciones al Parlamento -en las legislativas de marzo superó el 60%- y un poco menor, pero también supremamente alta, alrededor del 50%, cuando son presidenciales. Se juntan la desconfianza, el descreimiento, el escepticismo y la ilegitimidad de los partidos tradicionales. El elector no se ve motivado a participar en las elecciones simplemente porque no encuentra una oferta creíble o porque los candidatos tienen pasados poco claros. Esto explica en buena medida este comportamiento tan abstencionista.

Tras los comicios, el presidente electo, Juan Manuel Santos, anunció el inicio de conversaciones exploratorias con el ELN. En su condición de exdirigente de esta guerrilla, ¿cómo sitúa este incipiente proceso?

En este momento están en una etapa de exploración, en un proceso de construcción de la agenda. Han coincidido en identificar dos puntos que son sustanciales en ella: el de víctimas y el de la participación en política. Muy seguramente, aunque no conozco más, se trabajará en los mismos parámetros en los que se ha acordado el tema de víctimas en la agenda de La Habana. No podría tratarse de una manera con el ELN y de otra con las FARC. Los mismos parámetros, e incluso las mismas metodologías, serán implementadas en ambos casos.

¿Qué diferencias puede haber entre los dos procesos?

Quizás las diferencias que pueda haber las han venido marcando con anticipación los dirigentes del ELN. En 2007, Pablo Beltrán planteaba que se debía saber toda la verdad, utilizando para ello la frase «verdad, toda verdad, todos». Nadie puede escurrirse ni sacarle el hombro a esta responsabilidad, a este reto. Recientemente el comandante general del ELN, Gabino, afirmó que no debían ser las partes, es decir, el Gobierno y las insurgencias, las que establecieran los parámetros de verdad, justicia y reparación, y garantías de no repetición, sino que deberían salir a propuesta de las víctimas. Eso marca algunas diferencias que pudiera tener el desarrollo de los contenidos, pero aún falta por ver cómo acuerdan el abordaje de esos temas.

La verdad es uno de los puntos sustanciales de los diez principios acordados en La Habana. Y una de las principales demandas de las víctimas...

Así es. La verdad histórica sobre lo que ha pasado a lo largo de 50 años. Esto es una necesidad que no podemos obviar. La otra vertiente es la verdad sobre hechos concretos y específicos que han ocurrido en medio del conflicto en los que hay responsabilidades compartidas entre el Estado y la insurgencia e, incluso, entre sectores civiles, empresariales e instituciones del Estado. Esto tendrá que examinarse en un proceso de esclarecimiento y, seguramente, hacia el final del proceso se establezca la necesidad de una comisión de la verdad.

¿En qué condiciones se debe producir la incorporación de los guerrilleros a la vida civil?

Esta será también una parte bastante importante en el desarrollo de las conversaciones y, sobre todo, de los acuerdos. Para que pueda haber una paz, necesariamente se deben crear escenarios de participación política para los miembros de los grupos insurgentes que dejen las armas. Obviamente, esto tendrá que contar con unas garantías que puedan sostenerse en el tiempo, sobre todo porque el nuevo movimiento político que surja desde las insurgencias, que no tiene la experiencia ni la tradición ni los mecanismos para poder permanecer activo en términos de la política institucional, debe contar con unos mecanismos a favor que se mantengan en el tiempo. También debe haber garantías para las personas. No puede ocurrir lo que pasó en la década de los 80 y principios de los 90 con la Unión Patriótica. Tiene que haber garantías para la vida de cada uno de los militantes, dirigentes y combatientes de cada una de las exinsurgencias.

¿Qué amenaza real representan Álvaro Uribe y las estructuras paramilitares aún vigentes?

Es una situación de gran riesgo. El paramilitarismo es una amenaza real, no es inventada. En la época de los ocho años de gobierno de Alvaro Uribe fue una política de Estado, y en Colombia se desarrolló con mucha fuerza el terrorismo de Estado como una práctica cotidiana. Esto no puede ocurrir de nuevo. Por fortuna, hoy el mundo entero está observando este proceso y, tras la delación de las armas y con la firma de los acuerdos, el mundo entero seguirá estando atento a lo que aquí ocurra. De todas formas, es un riesgo bastante grande. La paz tiene enemigos supremamente poderosos; uno de ellos es Alvaro Uribe, quien no ha reconocido la victoria de Santos como sí lo ha hecho su candidato. Todo el mundo la ha reconocido menos Uribe, y esto es una manera de construir un discurso para legitimar los actos de violencia. Uribe es una amenaza real.

¿Qué huellas le ha dejado su vida en la guerrilla?

Cuando uno ha vivido con tanta intensidad y le ha dedicado toda su vida a la lucha revolucionaria, todos los momentos los tiene presentes. Pero para el movimiento guerrillero esta es una oportunidad muy importante de poder superar un conflicto, una guerra de 50 años donde el Estado no fue capaz de derrotar a las insurgencias, pero donde estas tampoco pudieron derrotarlo para tomar el poder.

En América Latina se están abriendo nuevos espacios. Hay que tener en cuenta que tenemos en nuestro continente cuatro revoluciones coexistiendo y combinándose de una manera muy dinámica. Está la revolución socialista de Cuba, la bolivariana de Venezuela, la revolución ciudadana de Ecuador, la comunitaria en Bolivia. Esto ha sido a través de la lucha política y electoral impulsada por nuevos movimientos políticos y sociales. Yo creo que Colombia tiene esa oportunidad y los revolucionarios también la obligación de observar estos caminos como herramientas válidas, muy importantes para poder transitarlos en reemplazo de la guerra. Los revolucionarios no nacimos para hacer la guerra, para estar viviendo detrás de un fusil. Nacimos para hacer transformaciones, y si a través de la guerra revolucionaria no fue posible tomar el poder, habrá que buscar otros caminos, como está haciendo América Latina.

¿Considera factible que en un futuro un exguerrillero pueda gobernar en Colombia?

No es descartable. Obviamente, tendrán que superarse muchos obstáculos y los movimientos exinsurgentes tendrán que dejar las armas, hacer demostraciones y construir unos canales de comunicación con la sociedad, el pueblo, para comunicarse en otro tipo de claves, ya no desde la lucha armada, y lograr construir unos discursos muy convincentes para poder llevarlos a la sociedad y que esta los entienda y los acoja como propios. Y que de esa manera pueda también reconocer a los líderes de las insurgencias como líderes aptos para dirigir los destinos del país. No lo descarto, pero no en un breve plazo. Quizá tenga que pasar un tiempo, como en El Salvador.

Los colombianos estamos haciendo nuestra lucha por una nueva independencia y por el derecho a decidir nuestro propio modelo. Tenemos una oportunidad histórica de poder superar el conflicto y de iniciar una etapa de construcción colectiva de paz, justicia social, bienestar, en la que todos podemos participar y en la que ya no habrá excusas para que nadie se deje excluir ni se sienta excluido. Es la gran oportunidad que, más que las partes, tiene el país y no puede dejar escapar.

¿Qué papel deberían jugar los presos y exiliados?

Los acuerdos tendrán que dar cuenta de estas realidades que existen. Habrá que crear condiciones con garantías para el retorno de los revolucionarios, luchadores populares, dirigentes, demócratas que han tenido que huir del país en busca de refugio. Sin duda, tendrán que producirse las excarcelaciones de los presos políticos, que han pagado largos periodos de privación de la libertad. En un proceso de paz y en medio de un clima de paz, nada más natural que ellos recuperen la libertad.

¿Cómo vivió su regreso a Colombia tras su exilio y haber pasado ocho años en la cárcel?

No ha sido fácil. Sin embargo, he llegado a Colombia en medio de una oportunidad de paz en construcción. Esto ha hecho un poco más favorable que haya podido conectarme con sectores sociales, incluso integrarme en dinámicas que contribuyen y ayudan a crear un clima positivo para la paz. Sobre mí hay amenazas de muerte, pero esos son los riesgos que se corren y yo he decidido estar aquí porque no quería quedarme fuera de esa oportunidad.

¿Ha sentido rechazo por su condición de exguerrillero?

Sí. Ese tipo de situaciones se presentan, aunque tampoco son frecuentes. Afortunadamente, he tenido unos niveles de diálogo e interlocución con todos los sectores, incluso de derechas y de extrema derecha. Incluso en algunas ocasiones he podido intercambiar pareceres con el mismo expresidente Alvaro Uribe, entrar en debates de carácter político-académico en programas de opinión de radio y televisión. Obviamente que por parte de estos sectores hay mucho rechazo, pero por parte del pueblo hay aceptación y respeto. Y, al final, eso es lo que cuenta.