Un medio centro a las afueras
Beñat ha encontrado su sitio, y curiosamente lo ha encontrado donde lo buscaba él y no Valverde. El entrenador le había alquilado un piso céntrico y ruidoso, tráfico, comercios y locales de moda, pero el de Igorre prefería un adosado a las afueras, un sitio tranquilo donde poder disfrutar de largos paseos y tiempo para pensar. El primero llevaba meses insistiéndole en que se mudara a la vorágine de la media punta, y el segundo declinando la invitación con el argumento de que mejor que en la paz y el sosiego de su medio centro, en ninguna parte. Visto el primer tramo de la temporada, daba la sensación de que no se pondrían de acuerdo: donde uno lo necesitaba el otro no quería, y donde el jugador ansiaba estar el entrenador no lo veía.
Por mucho que Beñat insistiera en que podía aparecer cuándo y dónde le dijeran con su coche, que era nuevo, diesel y con todas las prestaciones, al entrenador siempre le parecía que llegaba demasiado tarde. La mayor inversión económica del club en el último lustro había tirado su primera temporada por el sumidero entre lesiones y estados de forma preocupantes, y afrontaba esta como una reválida, una oportunidad para recuperar el nivel mostrado en el Betis, nivel que le permitió volver, y no con la frente marchita, precisamente, sino con un gran contrato y la vitola de jugador importante, de los que generan merchandising en camisetas.
La marcha de Ander Herrera le abrió la puerta para entrar en el once. Lo que el jugador jamás adivinó, o a lo mejor sí, es que esa puerta conducía a un laberinto; cuando creía estar bajando, en realidad subía, y viceversa, para acabar casi siempre viajando de ningún sitio a ninguna parte. Intrascendente en la construcción del juego, observaba la pelota, a lo lejos, como los suicidas fijan la vista al borde del peñón, la mirada turbia, melancólica, perdida. Cuando le llegaba el cuero, entre una maraña de centrales y medios centros defensivos, de espaldas y sin apenas posibilidad de darse la vuelta, no veía más que pasado. Y eso no era lo peor; había veces que le pedían correr al espacio y llegar de segunda línea. Escuchaba espacio, y segunda línea, entendía el concepto, pero solo veía un agujero negro por el que escurrirse. Probablemente, de haber tenido cuello, hubiera querido meter la cabeza bajo tierra, pero no le quedó más remedio que intentarlo. Con escaso éxito, todo hay que decirlo. Pero los minutos acumulados le sirvieron para mantener el ritmo de competición y las piernas a tono. Mientras, esperaba una oportunidad, su oportunidad, para demostrar las ventajas de un medio centro a las fueras. Desde que le llegó, ya solo ve futuro.