Gipuzkoa es agradecida
La lucha por mejorar las condiciones laborales, la lucha en favor de los derechos sociales, la lucha por unos barrios y municipios de escala más humana, unió a miles de personas de diverso origen, les dio una conciencia colectiva y les hizo sentirse parte de un mismo pueblo
Este país lo hemos construido en fábricas papeleras y de máquina herramienta, en astilleros, en textiles y altos hornos, en pequeñas y grandes empresas, en talleres y cooperativas. También, por supuesto, en caseríos y puertos pesqueros.
Hemos levantado un país sobre el sudor de decenas de miles de trabajadores y trabajadoras, un país en evolución que, por mirar al futuro, no debe olvidar su pasado.
Miles de esas personas que han forjado muestra realidad actual llegaron de otros territorios: dejaron sus lugares de origen y vinieron para vivir y trabajar en Euskal Herria. Por eso, hoy, Gipuzkoa quiere reconocer su aportación. Vamos a agradecer el esfuerzo de las miles de personas que en las décadas 40, 50 y 60 llegaron a nuestra tierra provenientes de diversos pueblos del Estado español: de Aragón, La Rioja, Asturias, Andalucía, Extremadura, Galicia, Castilla-León... Por- que sin su sudor no podríamos entender la Gipuzkoa y la Euskal Herria de hoy. Porque sin ellos y ellas no seríamos lo que ahora somos.
Gipuzkoa era, a mediados del siglo XX, un territorio con una fuerte base industrial sobre la que se levantó un proceso de fuerte y rápido crecimiento económico. Dicho desarrollo necesitaba de mano de obra, que se buscó tanto en Euskal Herria como en diversos pueblos del Estado español. La mala situación del campo en determinados territorios, las fuertes injusticias sociales, la asfixiante presión política y social del franquismo o la voluntad de mejorar el nivel de vida empujaron a decenas de miles de personas a salir de Castilla, Galicia, Andalucía o Extremadura y venir a Euskal Herria.
Aquí no encontraron ningún paraíso. Porque no hay paraísos que valgan, y mucho menos para quienes dejan su tierra en busca de un futuro mejor. Aquellos hombres y mujeres tuvieron que hacer frente, a menudo, a duras condiciones de trabajo: largas jornadas laborales, sueldos bajos y absoluta negación de derechos básicos como el de huelga o sindicación. Tampoco las condiciones de vida eran mejores, con familias -en muchos casos, numerosas- hacinadas en pequeñas viviendas, y en barrios y municipios en los que los servicios básicos brillaban por su ausencia.
Fueron precisamente esas condiciones de vida y de trabajo, y más concretamente la lucha por mejorar y superarlas, el determinante hilo de unión entre quienes llegaron desde diversos pueblos del Estado español y los trabajadores y trabajadoras aquí nacidas. La lucha por mejorar las condiciones laborales, la lucha en favor de los derechos sociales, la lucha por unos barrios y municipios de escala más humana, unió a miles de personas de diverso origen, les dio una conciencia colectiva y les hizo sentirse parte de un mismo pueblo. Si Euskal Herria cuenta con un fuerte tejido social y sindical, y si las condiciones laborales -a pesar de los duros recortes aplicados estos últimos años- son mejores que en otros territorios de alrededor, es gracias a quienes se organizaron y pelearon por ello. Es innegable, además, la aportación realizada por las personas llegadas de otros territorios a la lucha en favor de los derechos políticos de la ciudadanía de este país.
Por justicia, no vamos a negar dificultades de convivencia e incomprensiones producidas, en muchas ocasiones, entre personas venidas de otros lugares y las aquí nacidas; pero somos una sociedad madura que asume nuestro pasado y nuestro presente, con los aspectos que nos hacen enorgullecer y también con aquellos que debemos superar. Una gestión inadecuada de la diversidad de identidad, de cultura y de sentimiento de pertenencia en la Euskal Herria de aquella época generó tensiones y problemas; tampoco el franquismo facilitó, evidentemente, una mejor convivencia. Considero, sin embargo, que dichas situaciones están, en gran parte, superadas y que las lecciones que todos y todas hemos sacado nos sitúan mejor para enfrentarnos a cualquier hipotético problema que pudiera generarse en este ámbito y también a un mundo que se nos presenta cada vez más diverso. Gipuzkoa es hoy más diversa, más abierta, más inclusiva y más respetuosa. No tengo ninguna duda.
Toda persona que vive en Euskal Herria es ciudadana vasca. Haya nacido en Cáceres, Segovia, Burgos, Araba o Gipuzkoa. Entre todos y todas hemos construido este país y vamos a seguir haciéndolo. Y lo vamos a hacer en clave de derechos; derechos laborales, sociales y políticos para toda la ciudadanía. Derecho, también, a que cada cual mantenga viva su lengua y su cultura; derecho a ser parte de la ciudadanía vasca sin tener que renunciar, por ello, a la identidad propia o al lugar de origen. El futuro está en nuestras manos. Por eso, porque no tenemos miedo a nuestro futuro y porque queremos recordar nuestro pasado, Gipuzkoa va a reconocer la aportación y el trabajo realizados por decenas de miles de sus ciudadanos y ciudadanas que hace varias décadas llegaron desde diversos pueblos del Estado español. Por eso, vamos a otorgarles la mayor distinción de nuestro territorio el próximo día 28: la Placa de Oro. Se lo merecen. Y Gipuzkoa es agradecida.