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Las orquídeas arderán


Antes de entrar en el contenido de esta pequeña aportación sobre la autodefensa feminista, permítannos indicarles que, como sustentáculo del relato, en la rebotica tenemos un grupo de profesoras y profesores de artes marciales que, a modo de voluntariado, colaboramos con diferentes colectivos de mujeres y con la UPV-EHU en la enseñanza de técnicas de defensa personal. Nuestra visión y sistema de entrenamiento se recoge en el libro “En femenino: autodefensa científica”, elaborado con fines altruistas por mujeres practicantes de Hapkido y Taekwondo.

Las agresiones diarias contra las mujeres, situándonos ante una violencia sistémica a la que debemos afrontar desde diferentes visiones, nos empuja a aportar a cada cual lo que sabemos.

La autodefensa feminista se remonta a los días de la Revolución Francesa, cuando su mentora, Théroigne de Méricourt, agitadora feminista, como una forma de demostrar su rebeldía ante la manera desposeída con la que se trataba a la mujer, creó «el tercer cuerpo de ejército de los arrabales».

Las suffragettes, colectivo de mujeres que emergió a finales del siglo XIX, usando palos, fustas y paraguas, exigían acabar con la opresión patriarcal. Una de sus acciones más conocidas, en 1913, nos ha inspirado para darle título a este escrito: la quema del Pabellón de las Orquídeas del Real Jardín Botánico de Kew de Londres. Las bellas orquídeas, todo un símbolo nacional, habían sido arrasadas.

En muchos países, sobre todo en Francia, Inglaterra, Alemania y Estados Unidos, se crearon organizaciones formadas por mujeres que, además de instrucción militante, impartían clases de artes marciales. Merecen una mención especial las activistas alemanas que, para hacer frente a los nazis, promovieron clases de autodefensa.

Recurriendo a la hemeroteca, veremos que en Nueva York, Chicago o Sydney, se registraron numerosos casos de mujeres que, al ser atacadas, usaban los alfileres camuflados en los sombreros como defensa personal.

A modo de descargo, diremos que no es nuestra intención promover estas prácticas ni ninguna otra que no esté en concordancia con los preceptos marcados por la ley.

Vayamos ya a examinar, en nuestro contexto, cuáles son las presuntas e «insalvables» diferencias entre la autodefensa feminista que recibe el plácet institucional y la defensa personal impartida por mujeres con formación y experiencia marcial, advirtiendo de que no existen opiniones análogas sobre esta materia.

A sabiendas de que los patrones culturales establecidos, la violencia simbólica, la violencia directa o la estructural, son formas de expresión de la dominación masculina, señalaremos que la autodefensa a la que nosotras nos referimos es integral y contempla todas las herramientas: las físicas y las psicológicas.

Cómo encarar las agresiones contra las mujeres, dentro de sus diferentes movimientos emancipadores, ha sido y será siempre motivo de cierta polémica. Estando totalmente de acuerdo en la necesidad de un enfoque de género para combatir esta lacra social, creemos que por apriorismos y prejuicios, se ha generado una porfía estéril: la de enfrentar la autodefensa feminista, resguardada por formadoras y bastantes técnicas de igualdad de la actual vanguardia feminista, con la defensa personal en general.

Nosotras respetamos las disímiles teorías que anidan en el movimiento feminista, pero no nos parece prudente el afán de crear antagonismos imaginarios.

Nosotras razonamos el sistema de autoprotección estudiando las diferentes morfologías para adaptar o seleccionar el tipo de técnicas necesarias. Después de muchos años de práctica, vista las dificultades que entraña un aprendizaje técnico de antiagresión, no podemos conformamos con cuatro trucos, ni con las ocurrencias traídas sin unas bases formativas serias. Además, la falta de rigor, las falsas expectativas generadas en cursos de días, ponen en riesgo a las practicantes.

Enfatizamos un requisito imprescindible: la necesidad de una larga etapa de aprendizaje y el entrenamiento constante, por mor de la eficacia. La defensa personal física que nosotras hemos aprendido incluye recursos defensivos múltiples, tácticas contrastadas en todas las fases de probatura o entrenamiento, también entrenado con hombres.

He aquí las opiniones manifestadas por algunas formadoras de autodefensa feminista sobre estas habilidades de contención: «las artes marciales han surgido como instrumentos patriarcales», «menosprecian el aspecto psicológico de la defensa», «la defensa personal está planteada sin referentes y redes de apoyo», «fomenta la violencia», etc. Estos dictámenes nos suenan a apotegmas reduccionistas y nada prácticos ante una agresión física real, no una fabulada en un cursillo teórico de unas horas.

Las mujeres feministas y practicantes de artes marciales y deportes de contacto compartimos la esencia del discurso feminista, pero no entendemos por qué se contrapone aprender a defenderse con métodos científicos y verificados a la autodefensa feminista que solamente los contempla como una pequeña parte del todo o directamente los objeta.

Nuestra formación profesional es un activo a tener en cuenta, no es un inconveniente. Nosotras no excluimos a nadie, al contrario, creemos en la necesidad de sumar medios y voluntades para atacar el machismo y la misoginia que impera en la sociedad. Lo que patrocinamos unas y otras es absolutamente compatible.