Beñat Zaldua
Edukien erredakzio burua / jefe de redacción de contenidos
Dos mujeres en una mina de granito de Burkina Faso, en enero de este año.
Dos mujeres en una mina de granito de Burkina Faso, en enero de este año.
John WESSELS (AFP)

La quimera de la economía circular: solo se reutiliza el 8,6% de los materiales extraídos

Dos informes han advertido, en el lapso de un mes, sobre la baja tasa de reutilización de los materiales consumidos por el ser humano, una realidad que invita al mayor de los escepticismos ante las promesas de la economía circular.

Es odioso ponerse estupendo así nada más empezar, pero el lenguaje tiene su importancia: la economía circular no es posible, por mucho que los planes estratégicos de gobiernos y empresas la sitúen como horizonte. En el Plan de Prevención y Gestión de Residuos de Lakua (PPGR2030), recientemente en el Parlamento de Gasteiz, aparece hasta en 32 ocasiones. Es un eslogan redondo, literalmente, pero choca de frente con la segunda ley de la termodinámica, la de la entropía. Y en este mundo, obcecarse contra las leyes de la física no suele salir muy bien.

Según esta ley de la entropía, todo proceso natural o artificial –el mero paso del tiempo– implica una degradación. La infinita suma cero que supondría, en teoría, la economía circular –lo utilizado se vuelve a reutilizar en una cadena virtuosa– es físicamente imposible: por el camino se degradan los materiales y la energía se disipa en forma de calor. La economía circular puede funcionar así a modo de trampantojo, haciendo ver que es posible seguir aumentando el consumo sin generar más residuos ni contribuir al calentamiento global.

Antonio Valero, catedrático de la Universidad de Zaragoza y experto en recursos y consumos energéticos, lo explica de forma gráfica: «Si yo tengo una hoja en blanco y la reciclo, tendré una hoja de color marrón. Pero si reciclo una hoja de color marrón, se convertirá en un cartón. Y si proceso cartón, acabaré obteniendo dióxido de carbono y agua». Una hoja en blanco usada nunca volverá a ser una hoja en blanco. De ahí que numerosos investigadores prefieran hablar de economía espiral, en la que la capacidad de reutilización de un material va disminuyendo progresivamente.

Mujeres hacen cola en una mina de Granito en Burkina Faso.
Mujeres hacen cola en una mina de Granito en Burkina Faso, en enero de este año. (John WESSELS/AFP)

Esto no significa, ni mucho menos, que la reutilización de los materiales no sea importante. Es crucial, tanto a la hora de disminuir la huella ecológica y mitigar la crisis climática, como a la hora de optimizar el uso de materiales a menudo escasos o muy difíciles de obtener. Pero el desempeño global en este sentido es paupérrimo: la extracción de materias primas del medio ambiente sigue creciendo sin freno, y tan solo el 8,6% de lo consumido se vuelve a utilizar.

Ni circular, ni espiral

Con esta tasa de reutilización, no solo la circularidad queda lejos, es que la economía espiral misma también resulta una fantasía. Según la última edición del Circularity Gap Report, en los últimos seis años –en lo que va de la Conferencia de Paris de 2015 a la COP26 de Glasgow del año pasado–, el ser humano ha consumido medio billón de toneladas de materiales vírgenes, lo que supone un 70% más de lo que el planeta es capaz de reponer por sus propios medios.

En los últimos 50 años, desde que el informe sobre los límites del crecimiento encargado por el Club de Roma al MIT advirtiese de la urgente necesidad de frenar el consumo de materias primas, el uso de estas se ha cuadruplicado. En 1972 fueron 28.600 millones de toneladas las materias vírgenes consumidas, cifra que para el año 2000 había crecido hasta los 54.900 millones y que en 2019 superó los 100.000 millones. Se trata, por tanto, de un crecimiento exponencial sobre el cual ya se advirtió en aquel clarividente informe medio siglo atrás. Si todo sigue como hasta ahora, para 2050 estaremos consumiendo entre 170.000 y 184.000 millones de toneladas al año.

Y de esas toneladas, muy pocas van a ser reutilizadas, a no ser que algo cambie radicalmente. En cifras generales, en los últimos años se consumen anualmente cerca de 100.000 millones de toneladas de materias primas, de las que más de 90.000 se convierten en deshechos tras un solo uso. La evolución, según este último informe de la CGRi, es además preocupante. Vamos en dirección contraria: el porcentaje de materias reutilizadas ha pasado del 9,1% al 8,6%, según el informe publicado en enero.

Un minero desciende de una mina de esmeralda en Afganistán, en enero de este año. (Mohd RASFAN/AFP)
Un minero desciende de una mina de esmeralda en Afganistán, en enero de este año. (Mohd RASFAN/AFP)

También estos días ha visto la luz un informe del Centro de Resiliencia de Estocolmo sobre la elaboración de plásticos y productos químicos. Son nada más y nada menos que 350.000 los productos sintéticos inventados hasta la fecha por la humanidad; de hecho, la cantidad de plástico presente en la tierra cuadruplica la biomasa de todos los animales vivos. «Los efectos que comenzamos a observar son tan grandes como para afectar a las funciones críticas de la Tierra y sus ecosistemas», explicó Bethanie Carney Almroth, una de las autoras del informe. La producción de plástico se ha duplicado en dos décadas, y llega en la actualidad a las 367 millones de toneladas anuales, de las cuales solo un 10% se recicla. «Lo que tratamos de decir es que ya basta, no podemos soportar más. Tal vez hay que poner límites a la producción», alertó la científica.

Cambiar el enfoque

El informe sobre la brecha de la circularidad presenta una serie de propuestas para disminuir el consumo de materiales y favorecer su reutilización, con el objetivo luchar contra la crisis climática, partiendo del presupuesto según el cual el 70% de los gases de efecto invernadero están relacionados con el uso y manejo de materias primas. Hay medidas que, implícitamente, suponen un decrecimiento, como la reducción del suelo urbanizable, pero no se menciona en ningún momento un modelo de producción, de consumo y de desarrollo que encumbra el crecimiento económico y lleva aparejado, irremediablemente, un aumento del metabolismo social, en palabras del economista ecológico Joan Martínez-Alier. Es decir, un aumento constante de las materias necesarias para sostener dicho crecimiento.

Por no mencionar, tampoco menciona la serie de problemas y dificultades relacionados con la extracción misma de las materias primas, tanto por su escasez como por el coste humano que a menudo implica, como se puede comprobar en el cada vez más poblado Atlas de Justicia Ambiental.

Tres hombres posan con una esperalda recién extraída en una mina de Afganistán, en enero de este año. (Mohd RASFAN/AFP)
Tres hombres posan con una esperalda recién extraída en una mina de Afganistán, en enero de este año. (Mohd RASFAN/AFP)

Quizá el problema esté en el enfoque, en tratar un síntoma como si fuese la enfermedad en sí misma. Pese a todas sus virtudes –es una cruda radiografía de lo que se insiste en presentar como potencial economía circular–, el informe sobre circularidad no deja de tratar este crecimiento del consumo de materias primas como un mal aislado, como la causa de un problema que hay que tratar para poder «satisfacer nuestras necesidades y deseos», según se lee en el mismo. Ni siquiera se baraja que esta depredación de recursos naturales, así como nuestra incapacidad para reutilizarlos, sea poco más que un síntoma de un mal mucho mayor. Aquel que, precisamente, es capaz de modelar cuáles son necesidades y deseos.