«Tenemos una deuda con el colectivo transexual de darles espacio y de proteger sus derechos»
Estibaliz Urresola, la directora de la premiada ‘20.000 especies de abejas’, comienza a compartir su película con el público puesto que el viernes llega a las salas comerciales. La suya es una mirada sincera y honesta hacia la realidad de las personas transexuales.
Es el Día Internacional de la Visibilidad Trans en una Donostia que ha dejado los primeros días de calor de la primavera y es ahora azotada por un intenso viento que amenaza con desagradar esta mañana en Tabakalera. Estibaliz Urresola (Laudio, 1984) lleva consigo dos maletas de equipaje –«no llego a dormir en mi casa, a ver si hoy tengo suerte»–. Las últimas semanas han aumentado los preestrenos de ‘20.000 especies de abejas’, su primer largometraje que ha sido premiado en el Festival de Cine de Berlín y en el de Málaga, entre otros. Destaca el Oso de Plata a Mejor Intérprete que logró su protagonista, la niña basauriarra Sofía Otero. Todavía no ha llegado a las salas comerciales (lo hace este 21 de abril) y la película ya está en boca de todos.
Con ojos ojerosos y con un cansancio notable, una pausa para el café mientras llega nuestro fotógrafo. ‘¿Dentro o fuera?’... ‘¿Tienes tabaco de liar?’, ‘Sí’, ‘Pues entonces, fuera’. Un café cortado, una infusión y una botella de agua. Se lía un cigarrillo y comenta el trajín de las últimas semanas. Es viernes y mañana acude todo el equipo a Barcelona a otro preestreno. Son los compromisos del lanzamiento de una película que, antes de ser estrenada, ya está saboreando las mieles del éxito. Pero la directora alavesa se muestra muy agradecida con el feedback que ha tenido con las pocas personas que han visionado el film. Está cansada, pero es cansancio del bueno, del placentero.
Quizás sea el momento de vivir en una especie de letargo que llega tras haber acabado todos los trabajos. De haber realizado una labor ingente en pro de visibilizar al colectivo transexual. Lo hace a través del personaje de Aitor-Cocó-Lucía (Sofía Otero) y es, en su integridad, un ejercicio de honestidad hacia la realidad de estas personas y de la sociedad que los rodea. No hay tragedias, pero hay dolor, sufrimiento, y muchas barreras que derribar. Y, sobre todo, es un artefacto cinematográfico lleno de empatía. Sí, la mañana en la que se gesta esta entrevista es el Día Internacional de la Visibilidad Trans, y vamos a hablar sobre ello, con un café, un poco de tabaco y al calor de la sinceridad de Estibaliz Urresola.
Egun on, ¿qué tal se encuentra?
Muy bien.
¿Cansada? ¿Cómo lo lleva?
Un poco cansada, pero muy contenta porque estamos empezando a compartir la película con el público y en ese retorno que se produce también te alimentas y te llenas de la energía que te falta. Ahora se está dando esa simbiosis en la que el público recibe y yo también recibo del público, y ahí nos retroalimentamos.
Enhorabuena por la película. Ha solido decir que su intención ha sido la de realizar un film de acercamiento a la transexualidad, a ese universo. Creo que tiene muchos matices y acerca muchísimo al espectador a ese mundo, pero al mismo tiempo toca bastante e incluso paraliza. ¿Cómo lo ve usted?
Me llama la atención lo de la parálisis porque lo que he sentido es que la gente se ha acercado a mí mucho. Tanto en Málaga como en Berlín la gente venía a compartir lo que había experimentado con la película y ahí hay una acción de movimiento, que me parece súper interesante y que en muchas ocasiones ha sido muy emotiva, porque tenían la necesidad de compartir lo que habían vivido. Creo que ese es el mejor principio de acción posible. En ese compartir es muy diverso lo que la gente viene a devolvernos. La gente conecta con cosas muy distintas, con aspectos muy diferentes de las relaciones de los distintos personajes. Creo que ahí tiene que ver que la apuesta fuera también salir un poco del personaje central, hacer una reflexión más amplia sobre la identidad y sobre las relaciones familiares y cómo nos construyen como individuos.
En cuanto a lo paralizante me refería a que genera un socavón interior e invita a hacer una autocrítica en cuanto a cómo actuamos como sociedad en torno a este tema.
Sí, comparto esa visión. Yo sentí, por ejemplo, con el caso de Ekai (Lersundi), que la realidad de las infancias trans no formaba parte de la agenda social. Y yo creo que eso todavía le pasa a gran parte de la sociedad, que al enfrentarse a la película, se enfrentan a esta realidad por primera vez y eso les interpela y les pregunta también acerca de sí mismos, y puede que se genere ese momento de disociación, de tu propia experiencia de vida con respecto a lo que estás viendo en la pantalla. Eso es una grieta, un espacio donde deseablemente podamos hacernos preguntas que recuestionen todo aquello que damos por natural y por normal. También nos interpela a ver cómo estamos como sociedad, como bien dices, preparadas o capacitadas…
...o dispuestas…
Eso es. O dispuestas a dar espacio a toda la diversidad que implica el ser humano. Y de cuánto sufrimiento podemos infligir sin darnos cuenta. El hecho de cómo se naturalizan muchas violencias que están tan normalizadas, que ya ni siquiera las vemos, pero que a través de la mirada del personaje central, se hacen patentes. De cómo se está continuamente segregando, dividiendo y forzando a muchas personas a encajar en un sistema que se da por hecho que de forma natural es binario y que es estático, cuando todo ello es también una construcción social.
El peso de la religión o la propia estructuración de la familia son dos de las vertientes a través de las cuales se ejerce la violencia en esta película.
Sí. Respecto a la familia, me interesaba mostrar que, incluso desde el amor y desde la mejor de las intenciones, se puede ejercer violencia.
Respecto a la religión, me interesaba mucho también darle la vuelta a la consideración habitual, y también fundamentada en muchos casos, de que puede ser un espacio represivo. En este caso, a través de la protagonista, nos permite a los autores repensar el mundo desde una mirada libre de prejuicios, y en este caso me parecía interesante, justamente en el espacio menos esperado, que es de la mano de la abuela en el camino de la religión, que encuentre herramientas que le dan fuerzas para reafirmarse...
[Barkatu, eh! Zorionak! Ze gogo pelikula ikusteko!–. Bai, mila esker!]
...y, de repente, aparecen herramientas como la fe, o la idea de que Dios nos hace perfectos, y que se convierten en informaciones que curiosamente son fundamentales para que ella continúe perseverando en su propio sentir.
Ha mencionado a Ekai Lersundi, el joven de Ondarroa que se suicidó en 2018. ¿Qué peso tiene en esta película?
Tiene el peso del despertar que supuso para la sociedad vasca aquel trágico suceso y que realmente considero que fue un antes y un después en cómo empezamos a entender esta realidad y que no formaba parte hasta ese momento de la agenda mediática y social de este país. Era su voluntad. Él mismo decía en la carta que dejó escrita que esperaba que con esa decisión se visibilizara esa realidad y que ayudara a quienes vinieran por detrás. Para mí fue el detonante, me conmovió muchísimo en lo personal, también como colectivo, pero en lo personal fue la fuerza que me impulsó a acercarme a la asociación Naizen y empezar a entablar todo este diálogo con las familias, esa fase de documentación tan valiosa, tan rica para mí, de la que beben mucho ciertas escenas concretas o muchas reflexiones que hace el personaje central de la película.
Se adentra en un tema muy sensible. ¿Cuáles son los límites que se ha autoestablecido a la hora de abordar este proyecto?
[Silencio] No he querido hacer una película trágica, ni hiperconflictiva, ni oscura. Me parece que en las narrativas sobre personas trans siempre se incide mucho en ese aspecto problemático de la vivencia de esa realidad. Justo lo que yo he intentado es sacar esa idea del sufrimiento para trasladarlo al colectivo que abraza a esa persona. El malestar viene de fuera. A ver cómo lo explico... La idea clara es que he querido hacer un retrato del personaje de Lucía, pero sobre todo enclavado en su familia, porque creo que es una cuestión que nos interpela como sociedad y la familia me sirve para ese abordaje, pero desde una óptica en la que el tránsito que inicia la familia, y no la niña, es una oportunidad de aprendizaje, una oportunidad para reparar lazos y relaciones que estaban deterioradas por la falta de posibilidad de vernos y de comprendernos de una forma más profunda y más empática. Me parecía muy importante que los niños y las niñas pudieran verse o sentirse identificados en la pantalla con un personaje que aporta valor, y que no es un problema o que necesariamente genera conflicto alrededor. Ese era el límite más claro.
Acaba de mencionar la transición. En esta película la protagonista ya tiene esa transición realizada en su interior, y es su familia la que ha de comenzar a recorrer ese camino. Y tienen dos opciones: abordar el tema o obviarlo, una dicotomía que en esta sociedad se repite en muchas ocasiones.
Lucía sabe perfectamente quién es, lo que está explorando es la forma en la que poder expresárselo al mundo. Lo que me interesa, que es una idea que proviene de esas entrevistas que emprendí con las familias, es que no son los niños y las niñas quienes transitan, la transición la hacen los demás, sobre todo la mirada de ese otro, cuando mira a quien tiene delante. Es la transformación de las miradas lo que me interesaba trabajar. Cuando ocurre ese cambio, hay un resurgimiento en las propias relaciones que le lleva a un lugar de evolución y de aprendizaje y de encuentro.
La asociación Naizen ha aplaudido la película y desde luego supone un espaldarazo para el colectivo transexual. Me gustaría saber si ha recibido alguna crítica contraria.
Naizen me ha mostrado su agradecimiento por contar con un material a través del cual se pueden expresar sus realidades de una forma que llegue a más gente. Porque hasta ahora han estado haciendo un trabajo muy fatigoso de tú a tú, pero la película es una herramienta y, sobre todo, se sienten visibilizados. El momento en el que el personaje central descubre que no está sola en el mundo y descubre que hay más personas como ella, es una idea tan fortalecedora, que creo que han vivido también muchos padres y madres cuando han entrado en la asociación y se han encontrado con esa cantidad de familias que están ahí compartiendo la misma situación. El sentir colectivo es muy empoderante y una idea muy fundamental de la película.
De momento hemos hecho solo preestrenos y la película no ha llegado a la audiencia, pero seguramente haya personas a quienes les despierten alarmas, prejuicios o problemas, pero todavía no me han llegado, afortunadamente.
Ahí está, por ejemplo, el movimiento trans excluyente.
Sí. Pero yo quiero pensar que la película pueda servir incluso para los sectores que a lo mejor a priori se opondrían a la integración y al abrazo de los otros y de las otras, de los colectivos de identidades minorizadas dentro del patriarcado que ven en lo trans una amenaza para sus derechos, que la película pueda servir para erosionar un poco esa idea. No podemos pensar que lo trans a las mujeres nos pone en peligro, de ninguna manera, ni que va a borrar nuestros privilegios. Es una comunidad que ha estado totalmente humillada, invisibilizada, que sufre en todos los ámbitos de la vida, en lo profesional, en lo personal, en lo sentimental. No puedo entender que podamos pensar desde los feminismos que eso pueda poner en peligro nada. Es una deuda histórica que tenemos como sociedad con respecto al colectivo trans de darles el espacio que ocupan, que merecen y que se protejan sus derechos, como nosotras también hemos reivindicado históricamente los nuestros.
En la película se plasma la naturalidad con la que los niños afrontan la transexualidad, pero también se refleja, a través del personaje de la tía Lurdes (Ane Gabarain), cómo la gente adulta también tiene sus herramientas para aceptar lo que está ocurriendo. ¿Confiamos demasiado poco en las capacidades de la gente de cierta edad?
Lucía es un pequeño espejo para el personaje de la tía. Tal y como he dibujado el personaje de Lurdes, la apicultora, siento que es una mujer que lo habrá tenido muy difícil, en el momento histórico en el que le ha tocado vivir, ser quien es y desarrollarse en todas las facetas de su vida con la libertad que le hubiera gustado, pero que no ha podido disfrutar. Ese precio que ella haya tenido que pagar, que de alguna forma también le ha llevado a vivir en una cierta soledad, donde ahora ya se siente satisfecha, el personaje de Lucía le viene a poner delante ese sufrimiento que ella también ha pasado, y que igual lo tenía olvidado, pero que lo despierta. Se produce un acto de empatía, donde ella, por su naturaleza observadora, le permite darle ese espacio de libertad y esa distancia suficiente para observar cómo se comporta, cómo se expresa y qué está manifestando esa criatura. Ese silencio, que es el garante de que se pueda producir esa escucha, da la posibilidad de que florezca el personaje de Lucía.
Sofía Otero, ¿cuántos años tenía en el momento del rodaje?
Tenía nueve años. Interpretaba a una niña de ocho, pero tenía nueve.
¿Cómo asume una niña de esa edad un papel de tal envergadura?
Sofía es una niña muy inteligente y tiene un mundo emocional, seguramente sin ella saberlo, muy rico, si no, no podría conectar con la cantidad de matices y de registros que requieren todas las escenas del film. Al final ella está presente en un 90% de la película. Tiene un nivel de reflexión que me ha permitido comunicarme muy fácilmente con ella, con un lenguaje poco infantil, de escucha, de compartir, y de comprender los distintos matices. En la última prueba de casting le planteé una situación donde ella estaba en la playa y, por un descuido, perdía a su hermana pequeña, y llegó a unos estados de emoción y empatía con respecto a lo que era esa pérdida que ya me estaba hablando del universo interior que tenía. Al repetir la escena con nuevas indicaciones, me hizo ver que había un canal de comunicación muy limpio que, posteriormente, me ha permitido dirigirla con mucha facilidad.
Se ha comparado a Sofía Otero con Ana Torrent, por su papel en ‘El espíritu de la colmena’. Tras la experiencia de Berlín, también se han levantado voces críticas que han mostrado su oposición a que una niña reciba un premio de tal calibre. ¿Qué opinión tiene al respecto?
El trabajo de Sofía es tan superlativo que me parece digno de un reconocimiento. Ahí, de nuevo, se debe apelar a la sociedad, a todos los agentes que rodeamos a Sofía, tanto desde la prensa como desde el colegio, de cómo acompañamos ese premio. Porque un premio no tiene por qué ser algo que necesariamente tenga que ser perjudicial para la infancia. Creo que como sociedad infantilizamos mucho a los niños y a las niñas en la vida, en las preguntas que hacen, en las reflexiones que hacen, sin comprender que su capacidad intelectiva es exactamente la misma que la de un adulto, aunque les pueda faltar todavía el lenguaje o la precisión para expresar ciertas cuestiones, pero la reflexión es del mismo calado y viene de la misma mente humana. Muchas veces incluso tiene mayor profundidad, porque están descubriendo el mundo que nosotros ya damos por sentado.
Me gustaría que me hablara de las manos, del trabajo manual que se ve en la película: la escultura, las abejas…
La costura….
… ¿qué hay ahí detrás?
En algunos trabajos anteriores he trabajado más conscientemente en esa idea de la mano. Hay una idea también en un videoclip que hice para Kalakan. El concepto euskalduna en Iparralde es ‘eskualduna’, y podría estar encerrada ahí la idea de ‘esku ahaldunak’ y cómo a través de las manos materializamos ese mundo abstracto que son las ideas, el mundo de lo simbólico, de lo asociativo. El cerebro piensa pero las manos ejecutan, materializan y dan forma. Para mí era importante hacer ese retrato de mujeres trabajando, en acción, que forman, que dan realidad, que materializan el mundo, que no son sujetos pasivos, sino agentes activos en la sociedad. Y para mí era bonito tener a todas estas mujeres en acción, haciendo cosas. Las manos no solo crean, también acompañan, acarician, también pueden ser severas. En la mano está toda la expresión humana.
Última pregunta. Para ser comprendida hay que ser honesta. ¿La honestidad es la mayor virtud de esta película?
Ojalá. He tratado de hacer una película honesta intentando rehuir del máximo posible del artificio para poder trasladar al espectador esa posible vivencia en primera persona que a veces nos puede quedar lejana y que eso produce el prejuicio o la opinión racionalizada que no pasa por el cuerpo completo. Ese privilegio lo he podido vivir con las familias que he entrevistado y con las madres y padres y con los niños, he podido vivirlo en primera persona, con todo el cuerpo, para percibirlo de una forma más integral y era eso lo que he intentado trasladar al espectador.