gara-2023-05-12-Reportaje
Imagen recogida de la primera página de ‘Egin’, que corresponde al pleno en el que Odón Elorza fue elegido por primera vez alcalde de Donostia, pese a ser EA la lista más votada por mucha diferencia.Argazkia: Andoni Canellada | Foku

Cartografía municipal, otra forma de mirar al país

La historia es un hilo que puede enhebrar distintas agujas desde las que interpretar lo sucedido. El 28 se celebran elecciones municipales y forales, una cita que se cumple cada cuatro años. Una cadencia que permite fijar esos ojos de aguja por los que pasar la hebra de nuestra historia reciente.

Las primeras elecciones municipales tras la muerte de Franco se celebraron en abril de 1979, poco después de las generales. Se trataba del primer ciclo electoral tras la entrada en vigor, en 1978, de la Constitución española. Se trataba, en definitiva, de configurar el mapa político vasco en la cartografía más cercana, la de los municipios y las instituciones forales.

Una de las grandes novedades de aquella primera cita fue la presentación de la recientemente creada Herri Batasuna, después de que KAS y ETA-militar hubiesen abogado, no con demasiado éxito, por la abstención en las constituyentes de 1977. Estaba por ver el peso electoral de este sector de la izquierda abertzale, porque en términos generales representaba la apuesta de la ruptura frente a la reforma franquista y porque, en términos más particulares, disputaba el espacio histórico de ETA a otra corriente, la de Euskadiko Ezkerra, aquella que abogaba por la adaptación al «contexto democrático español y autonómico vasco», en palabras de Mario Onaindia, primer secretario general de EE y uno de los condenados a muerte en el proceso de Burgos.

En su libro ‘El aventurero cuerdo: memorias (1977-1981)’, publicado tras su muerte, Onaindia describía con crudeza esa pugna: «Estaba convencido de que el ‘escenario’ creado por ETA-militar, HB y Gestoras, dos organismos fantasma, no tendría su reflejo en las urnas. Y así se lo hice saber a algunos militantes preocupados por la marea humana emergente que parecía el fenómeno de HB, de una manera rotunda y un tanto procaz, pero no por ello menos sincera, cuando afirmé a Pello Arrizabalaga y Goyo Baldús en el pub Jocker, mientras nos consolábamos tomando sendos gin-tónic, que si HB obtenía más votos que EE ‘me la cortaba’».

Sin embargo, los resultados ya en las generales de marzo de la «fuerza populista, pequeñoburguesa e irracional» fueron bien diferentes a los previstos por Onaindia. «La noche de las elecciones fue una de las más amargas de mi vida desde el punto de vista político. Fue un terrible mazazo», confesaba en sus memorias respecto a las elecciones de marzo. En las municipales de abril, la distancia fue aún mayor, pues HB llegó casi a triplicar a EE.

Aquella primera cita municipal confirmaba, por lo demás, el mapa político que salía del franquismo, con el PNV como fuerza hegemónica, aunque muy descompensada territorialmente por su escasa implantación en Nafarroa. En Araba, Bizkaia y Gipuzkoa acumuló un enorme poder en las entidades locales, así como en las diputaciones.

Las primeras páginas reproducidas corresponden a las dos primeras elecciones municipales y forales, celebradas en 1979 y 1983, respectivamente.

Balduz, alcalde de Iruñea

Otra partida se jugaba en Nafarroa, donde la referencia principal de la derecha española la ostentaba la UCD. Aún debería pasar un tiempo para la consolidación de UPN.

En aquel abril del 79 se produjo un hecho significativo en el Ayuntamiento de Iruñea, preludio de la línea de actuación que permitiría a la derecha navarra terminar instaurando un régimen que ha languidecido los últimos años pero que aún pretende renacer. En la capital ganó UCD, con ocho concejales, y HB fue segunda fuerza con solo un edil menos. PSOE y UPN lograron cinco escaños cada uno, y el PNV se quedó con los dos restantes. Se abría la opción de que Patxi Zabaleta, el candidato de HB, fuera alcalde.

Sin embargo, el PSOE decidió votarse a sí mismo, con lo que dejaba el gobierno municipal en manos de UCD y UPN. Para el decisivo pleno, los representantes de Herri Batasuna ya conocían lo que tenía previsto hacer el PSOE, por lo que optaron por votar al candidato de este partido, Julián Balduz, y evitar así que la derecha llegase a la Alcaldía.

En la trastienda de todo aquello, un pacto entre la UCD de Jaime Ignacio del Burgo y el PSOE de Víctor Manuel Arbeloa, con la aquiescencia de la UPN de Rafael Aizpún, que se visualizó en la constitución del entonces Parlamento Foral, cuya presidencia fue para Arbeloa. Del Burgo lo aupó con sus votos en un movimiento estratégico para asentar el navarrismo, léase anti-vasquismo, con la suma de los socialistas.

De la mano de Arbeloa y Gabriel Urralburu, la Agrupación Socialista de Navarra abandonó el Partido Socialista de Euskadi (PSE) para crear, en 1982, el Partido Socialista de Navarra (PSN), formación que abjuró de su postura favorable a una entidad autonómica común para los cuatro territorios.

1983: la hegemonía del PNV se confirma

Las segundas elecciones municipales vinieron a confirmar un concepto que ha perdurado en el tiempo, el de los «feudos» que se atribuyen a cada formación. Es otra forma de ver los cambios en el mapa político, comprobando cómo evolucionan esos supuestos feudos. Algunos perduran en el tiempo, pero en otros los movimientos y oscilaciones de cada momento se notan de una forma más evidente. Como muestra un botón: Sestao. En las elecciones de las décadas de los 70 y 80, el PSE llegaba a doblar e incluso a triplicar a la segunda fuerza, y aún en los 90 obtenía holgadas mayorías. Con el nuevo siglo, su peso ha ido decreciendo hasta situarse en las últimas citas municipales por debajo y a mucha distancia del PNV.

Arribaba la segunda fase de la reforma con la demolición de la UCD de Adolfo Suárez y el mandato a la socialdemocracia

En aquellas elecciones de 1983, en Sestao, nuestro pueblo piloto en este reportaje, el PSE alcanzó su techo en una contienda municipal. Logró 10.073 votos. Las razones para semejante bolsa de voto, además de las propias particularidades del municipio vizcaino, hay que buscarlas también en el contexto político general del Estado español. Felipe González había llegado unos meses antes a La Moncloa arrasando con una espectacular mayoría absoluta, lo que se dejó sentir en el conjunto del aquel ciclo electoral.

Arribaba la segunda fase de la reforma con la demolición de la UCD de Adolfo Suárez y el mandato a la socialdemocracia para que cumpliera los retos aún pendientes: reconversión industrial, integración en la Comunidad Económica Europea y en la OTAN, y combate sin cuartel contra ETA.

Con todo, pese al tsunami de las generales de octubre del 82 que colocó al PSOE como primera fuerza del sur de Euskal Herria, el PNV recuperaba ese primer puesto en las municipales del 83, como recogía en su portada el diario ‘Egin’. No hacía sino consolidar su gran poder municipal en Araba, Bizkaia y Gipuzkoa. Eran franca minoría las localidades de estas tres provincias en las que no era primera fuerza.

Escisión del PNV y negociación ETA-Gobierno

Dos circunstancias trascendentes marcaron las elecciones municipales y forales del 87, que por primera vez coincidían con los comicios europeos. La primera tenía que ver con la expectativa negociadora que en poco tiempo cristalizó en Argel entre ETA y el Gobierno español. La segunda, con el cisma en el PNV que llevó a la salida del lehendakari Garaikoetxea del Gobierno autonómico y a la constitución de Eusko Alkartasuna.

Ambos hechos tuvieron una consecuencia cuantitativa directa en aquellas elecciones: HB era primera fuerza por primera vez en Gipuzkoa en las elecciones municipales y en las europeas, aunque en la forales ese puesto fue para EA, que colocó a Imanol Murua como diputado general del territorio.

Muchas localidades que hasta entonces habían sido del PNV pasaron a tener mayoría de la izquierda abertzale o de EA. En general se respetó a la lista más votada, con las excepciones de Andoain, Villabona y Ordizia, con mayoría de HB, pero que fueron a parar a manos de EE. Aún no estaba en vigor la norma que impondría posteriormente el Pacto de Ajuria Enea: el independentismo de izquierdas solo gobernaría si lograba la mayoría absoluta.

El mazazo para el PNV fue realmente duro al ver que perdía las alcaldías de Donostia y Gasteiz, en este último caso con el añadido de que se mantenía en el cargo el imbatible José Ángel Cuerda. La figura de Cuerda describirá con el tiempo la curva de la crisis y la recomposición jelkide, al volver a ser de nuevo alcalde de la ciudad como candidato del PNV en la cita de 1991. Cuerda ocupó el cargo desde 1979 hasta 1999.

‘El espíritu del Arriaga’ había llegado para quedarse, lo que estableció un largo idilio con el PSOE

El PNV impidió que la Diputación de Araba quedara en manos de EA. En otra de las grandes excepciones de aquella cita electoral a la norma de que gobernara la lista más votada, facilitó que Fernando Buesa, del PSE, fuera diputado general.

Para entonces, el lehendakari José Antonio Ardanza ya gobernaba en el primer Ejecutivo de coalición con el PSE, en consonancia con el rumbo que se fijaría en la asamblea general del PNV de 1988. ‘El espíritu del Arriaga’ había llegado para quedarse, lo que estableció un largo idilio con el PSOE.

Odón en Donostia y conflicto de la autovía

Saltarse la lista más votada –que hizo, por ejemplo, que Hernani cayera en manos del inefable José Antonio Rekondo pese a la amplia mayoría de HB– y las heridas por la escisión en el nacionalismo histórico provocaron en la cita del 91 acontecimientos que dejarían consecuencias duraderas. Donostia resultó emblemática. EA había sido de largo la fuerza más votada en la capital, pero el PNV participó en un pacto con el PSE y el PP, liderado entonces por Gregorio Ordóñez, que llevó a Odón Elorza a proclamarse alcalde. Lo que en principio fue una carambola adquirió carácter permanente. Elorza estuvo en el cargo hasta 2011. Antes de aquel inédito acuerdo PNV-PSOE-PP nadie hubiera podido imaginarse que un alcalde que no fuera nacionalista vasco pudiera gobernar en la capital guipuzcoana. El PSOE no había ganado ni en el boom de las generales del 82. La primera toma de posesión de Elorza como primer edil fue realmente bronca.

En la Diputación tampoco se respetó la lista más votada, la de Herri Batasuna. El Pacto de Ajuria Enea para el aislamiento de la izquierda abertzale funcionaba ya a pleno gas. Pero tampoco el puesto de diputado fue para la segunda fuerza, Eusko Alkartasuna. El jelkide Eli Galdos fue nombrado diputado general.

El entendimiento PNV-PSE había tomado velocidad de crucero, lo que convirtió en efímero experimento el tripartito instaurado en el Gobierno autonómico a partir de febrero de 1991, tras las elecciones de tres meses antes. El Ejecutivo PNV-EA-EE apenas aguantó hasta otoño, para retomar después la fórmula bipartita que ofrecía el PSE a los jelkides.

El cambio en la Diputación de Gipuzkoa provocó otra sorpresa con el viraje radical en el enquistado conflicto de la autovía de Leitzaran. Ni corto ni perezoso, Eli Galdos negoció con la Coordinadora Lurraldea y buscó el consenso con HB hasta el punto de acordar un nuevo trazado para la polémica carretera. El Pacto de Ajuria Enea había forzado a Imanol Murua a situar esta cuestión sobre la dicotomía «demócratas y violentos» y a mantener posiciones no demasiado acordes con su carácter afable y dialogante. Según reconoció él mismo en una entrevista años después, aquellos que negociaron con Lurraldea le impidieron explorar pocos meses antes una salida mediante un cambio de trazado, porque hubiera sido «bajarse los pantalones» ante ETA. No escondía el resquemor que le dejó todo aquello.

El preso Aritz Arnaiz, en la toma de posesión como concejal. Fotografía: Juan Antonio Amilibia

Presos vascos

Corría 1995. Aquella cita electoral llegó marcada por un recrudecimiento del conflicto. El enésimo anuncio del final policial de ETA tras la detención de su dirección en Bidarte en 1992 se había visto violentamente desmentido. ETA recuperó una importante capacidad operativa aquellos años y dio saltos cualitativos en su acción armada. Especial impacto tuvo el atentado mortal que costó la vida al teniente alcalde de Donostia, Gregorio Ordóñez, pocos meses antes de las municipales.

Asimismo, la situación de los presos y de sus familias, castigados con la agudización de la política de dispersión que se había ampliado con traslados a las cárceles de las islas y el norte de África, generaba cada vez una mayor contestación. En poco tiempo la banderola de ‘euskal presoak Euskal Herrira’ colgaría en una gran parte de los balcones del país.

Ya era una especie de tradición que HB incluyera presos preventivos en sus listas, y que estos fueran elegidos y tomaran posesión de sus cargos, que perdían al ser condenados. Precisamente para resaltar la situación carcelaria y también para exponer su visión sobre el conflicto, HB presentó como candidatos a concejales a más presos que nunca. Diecinueve fueron elegidos en otros tantos municipios.

La constitución de los ayuntamientos se convirtió así en unos plenos muy movidos, con numeroso público reunido para saludar a los ediles presos, con impresionantes dispositivos de seguridad y, en algunos casos, con incidentes.

El diario ‘Egin’ hizo un gran esfuerzo para cubrir gráficamente todos aquellos puntos. Logró coordinar a sus fotógrafos y distribuirlos durante el fin de semana en el que se constituían las corporaciones, pero una localidad quedaba colgada. Hubo que echar mano del trabajo voluntario.

Cuando todas las fotos estuvieron reveladas –eran otros tiempos–, uno de los fotógrafos fue mostrando el resultado en la redacción. Las imágenes eran espectaculares. Pero guardó para el final la que él creía que sería la de primera página. No la había hecho un profesional, sino el improvisado colaborador con el que lograron completar la cobertura informativa. Captaba al entonces preso Aritz Arnaiz en el pleno de Andoain. El vecino que la sacó era Juan Antonio Amilibia, Katto, un conocido militante del movimiento popular que falleció en 2012 en un accidente de montaña.

La constitución de Udalbiltza. Fotografía: Marisol Ramirez | FOKU

Udalbiltza

El acuerdo de Lizarra-Garazi para la resolución del conflicto y el pacto ETA-PNV-EA para impulsar un proceso soberanista marcaron la cita del 99, con una gran subida de Euskal Herritarrok, y unos resultados algo discretos de las candidaturas conjuntas de PNV y EA. Estos dos partidos se habían vuelto a reunir para poder mitigar el impacto que por separado les hubiese producido la coalición auspiciada por HB.

Aunque desde una base municipal, la constitución de Udalbiltza el 18 septiembre de 1999 en el Palacio Euskalduna dibujaba políticamente una aspiración de vertebración institucional para el conjunto del país, si bien las visiones sobre esto diferían entre los propios asistentes al acto. Al parecer, el alcalde de Bilbo, Iñaki Azkuna, acudió a regañadientes, y de sus palabras se podía colegir que Udalbiltza era poco más que el pago a ETA para que dejara las armas.

Las imágenes de cambio y de cuestionamiento del marco emanado de la Constitución española tuvieron su réplica con una reacción españolista, que también tuvo reflejo en las urnas. El PP lograba por primer vez hacerse con la Alcaldía de Gasteiz y el puesto de diputado general de Araba, cargos que ocuparon, respectivamente, Alfonso Alonso y Ramón Rabanera.

Comenzaba, además, el intento de asalto a Lehendakaritza para 2001, de la mano de Jaime Mayor Oreja y Nicolás Redondo Terreros. Cuenta en sus memorias José María Aznar que pactaron que Mayor sería lehendakari dos años y el entonces líder del PSE los dos restantes, en una «operación política de gran envergadura» que habría cambiado «el rumbo político del País Vasco y del conjunto de España». Fracasaron en las urnas.

La ilegalización hizo que Regina Otaola fuera alcaldesa de Lizartza. Fotografía: Andoni Canellada | FOKU

Ilegalización

Las elecciones municipales de 2003 y 2007 estuvieron marcadas por las ilegalizaciones, en el primer caso bajo el Gobierno de Aznar y en el segundo, con Rodríguez Zapatero. En este último, los comicios se produjeron justo cuando se estaba intentando una última ronda negociadora con ETA. Quizá esa especial circunstancia propició que la ilegalización, aunque aplastante, no fuese completa para todas las candidaturas. Por ejemplo, ANV pudo presentarse y ganar en Hernani.

La ilegalización falseó el mapa político, y alteró la representación popular, pues el voto a la izquierda abertzale era dado por nulo. Así, en Lizartza, en la legislatura de 2003, fue alcalde el jeltzale Joseba Egibar y en 2007, Regina Otaola, del PP. Egibar justificó su presentación porque pretendía impedir que accediera a la Alcaldía la derecha española. En la siguiente cita, pidió que se votara en blanco si las candidaturas presentadas por la izquierda abertzale no pasaban el cedazo de los tribunales españoles. No fue así, el voto nulo se impuso y Regina Otaola fue alcaldesa con un puñado de sufragios en una surrealista situación.

La ilegalización tuvo la derivada de que el peso del españolismo aumentara artificiosamente. Así, como ejemplo más significativo, en 2009, Patxi López fue nombrado lehendakari.

Sin ilegalización llegó Asiron a la Alcaldía de Iruñea. Fotografía: Jesus Diges

Cambio de estrategia de la izquierda abertzale

El siguiente ciclo electoral llegó en medio de una grave crisis del régimen del 78 que provocó en el Estado el fenómeno del 15M. En Euskal Herria, el factor que hacía acelerar la situación era el cambio de estrategia de la izquierda abertzale, que condujo a la constitución de Bildu como nueva referencia política del independentismo de izquierda y como su marca electoral. Posteriormente se denominaría EH Bildu, tras atraer a nuevas fuerzas.

La formación soberanista ha logrado un importante porcentaje de voto del electorado vasco y así ha quedado acreditado en las citas municipales y forales de 2011, 2015 y 2019, cada una con sus particularidades. En la primera, destacó que lograra el Ayuntamiento de Donostia y la Diputación de Gipuzkoa. Su pérdida cuatro años después generó en la noche electoral una sensación de retroceso, pero que fue mitigada por el notable avance producido en Nafarroa, con la emblemática imagen de Asiron en el Ayuntamiento. En 2019, las buenas noticias para EH Bildu se produjeron en Bizkaia, en localidades como Galdakao, Durango o Arrigorriaga.

El fortalecimiento de EH Bildu no se ha producido en detrimento del PNV, que mantiene su poder institucional gracias a sus votantes y a un pacto con el PSE que ha carburado hasta ahora sin mayores sobresaltos. Esa estabilidad institucional ha permitido al partido de Idoia Mendia, antes, y de Eneko Andueza, ahora, transitar con cierto sosiego por un periodo en el que, en cambio, sus resultados en las urnas distan mucho de los logros pretéritos.

El descalabro ha quedado para la derecha española. En el caso del PP del repescado Iturgaiz, la evolución ha sido desoladora, con su mayor expresión en la pérdida de la Alcaldía de Gasteiz en 2015, tras la contestación popular a Javier Maroto. Hasta José Ángel Cuerda salió públicamente para demandar un acuerdo que evitara que Maroto repitiera mandato como cabeza de la lista más votada.

La atención vuelve a focalizarse en Iruñea, bien para descubrir que el andamiaje del régimen resiste aún o bien para poder proclamar su desmantelamiento

En este ciclo se ha podido comenzar a desmantelar el régimen instaurado en Nafarroa entre UPN y PSN. Una entente de carácter de Estado, como se mostró en el «agostazo» de 2007, cuando Ferraz forzó la voluntad de los socialistas navarros obligando a votar a UPN y desechando así un gobierno entre NaBai, PSN e IU.

Siguió Miguel Sanz en el Gobierno, y a este le sustituyó Yolanda Barcina, hasta que en 2015 se pudo constituir el Gobierno de coalición liderado por Uxue Barcos. En 2019 no pudo reeditarse dicho Gobierno, pero tampoco supuso una vuelta atrás al pacto UPN-PSN. El Gobierno de Chivite no es tan del cambio, pero, al mismo tiempo, la derecha reaccionaria está más deshecha.

En 1979, las miradas se posaron en el Ayuntamiento de Iruñea, con la elección de Julián Balduz en una partida con varias barajas. De nuevo, la atención vuelve a focalizarse simbólicamente en la capital navarra, bien para descubrir que el andamiaje del régimen resiste aún o bien para poder proclamar su desmantelamiento. La sombra de Del Burgo, Aizpún y Arbeloa no debiera ser hoy tan alargada.