Ibai Azparren
Aktualitateko erredaktorea / Redactor de actualidad
Interview
Síle Darragh
Autora de ‘John Lennon ha muerto. Protestas, huelgas de hambre y resistencia’
Síle Darragh, en la librería de Txalaparta.
Síle Darragh, en la librería de Txalaparta.
Iñigo URIZ (FOKU)

«Éramos presas políticas, pero a su vez jóvenes corrientes»

‘John ​​Lennon ha muerto’ es el título del relato de Síle Darragh sobre una vida de protesta y resistencia en la prisión de Armagh, la única cárcel para mujeres en el norte de Irlanda. Traducida por Enrique Alda, con prólogos de Rita O'Hare y Gerry Adams, la obra ha sido publicada por Txalaparta.

«¿Has oído la radio? John Lennon ha muerto», informó una presa a Síle Darragh el 8 de diciembre de 1980. «¿Quién cojones es John Lennon?», pensó, antes de repasar la lista de presos republicanos que se encontraban en huelga de hambre para exigir el reconocimiento del estatus político en la cárcel de Long Kesh, en el norte de Irlanda. De ahí el título de la obra de esta oficial al mando de las presas republicanas que se encontraban en la prisión de Armagh durante las famosas huelgas de hambre de 1980 y 1981, finalmente desconvocadas después de que diez prisioneros fallecieran, incluyendo a Bobby Sands.

Su lucha cambió para siempre el país, pero la aportación de las mujeres presas ha sido en parte desconocida. Darragh ofrece en su obra una narración desde el interior de la prisión de «jóvenes corrientes en una situación extraordinaria», explica a GARA en esta entrevista realizada el pasado jueves en la librería de Txalaparta, en Iruñea.

Se ha hablado mucho de la protesta de Bobby Sands y el resto de los presos republicanos. Pero, al mismo tiempo, las mujeres republicanas protestaban en Armagh por la la misma causa. ¿El libro viene a compensar ese desequilibrio?

En realidad, el libro no se escribió para compensar ningún tipo de desequilibrio. Había 400 hombres encarcelados en los bloques H en el momento álgido de la protesta. En Armagh, había 32 mujeres, tres de ellas en huelga de hambre en 1980. En el bloque H [Long Kesh], eran siete republicanos en huelga. Así que no había ninguna intención de marginar a las mujeres. Simplemente, éramos menos.

El libro fue escrito porque tenía cartas que me pasaron de contrabando en la cárcel de Armagh, y mi hermana las había enviado a amigos en Chicago. Tengo una colección de 11 cartas, entre las que está una de Bobby Sands, la última que me escribió antes de iniciar su huelga de hambre. Hay cartas de Mairéad Farrell [a quien el Ejército británico mató en Gibraltar en 1988]. Cuando leí esas cartas me vinieron a la memoria todos los recuerdos. No es que los olvide, pero reviví esa época en la que el contexto era más crudo. Así que el libro fue escrito como un libro de memorias, pero nunca tuve la intención de publicarlo.

Sus memorias comienzan con su detención. Ocurrió en 1976, con sólo tan 18 años, después de haber sido miembro del IRA durante dos años. ¿Cómo se produjo ese acercamiento?

Bueno, verá, era una organización secreta. Pero había cosas que te hacían darte cuenta de que era la gente que te rodeaba la que estaba involucrada en ello. Para mucha gente que se unió a la organización, fue una elección difícil, una respuesta a las circunstancias opresivas. La gente no se levantaba un día y decidía unirse, sino que veía lo que ocurría a su alrededor y actuaba. Muchas personas se vieron afectadas por la ‘cinta transportadora’ de arrestos, detenciones y palizas, y veías lo que le ocurría algunas familias, amigos y vecinos. No era fácil involucrarse, estabas poniendo tu vida y tu libertad en juego.

A pesar de pertenecer al IRA, nunca pensó que iba a ser detenida. Pero finalmente fue arrestada por el Royal Ulster Constabulary (RUC) e interrogada. ¿Qué recuerda?

Afortunadamente, no fui sometida a tortura física mientras me interrogaban, pese a que mucha gente sí lo fue. Recuerdo que me capturaron en una sala de subastas del centro de Belfast. Se habían colocado pequeños artefactos incendiarios. La joven con la que las había colocado y yo todavía estábamos en el edificio y nos detuvieron. Así que querían que firmara una declaración para decir que yo era un miembro del IRA y que había puesto estos artefactos. Por suerte, mi interrogatorio consistió en amenazas. Lo normal, los gritos, golpear mesas, todo ese tipo de cosas. No firmé ninguna declaración. Finalmente, me condenaron por ser miembro del IRA.

Aunque no olvidaban que eran presas republicanas de guerra, señala que eran jóvenes normales, con los mismos intereses que vuestras coetáneas. Les gustaban la ropa, la musica y las películas.

Intento explicar a la gente que éramos jóvenes normales teniendo conversaciones normales en una situación absolutamente surrealista. La mayoría de las mujeres que venían a Armagh tenían entre 17 y 19 años. Era jóvenes adolescentes y tenían los mismos intereses que otras jóvenes adolescentes. La diferencia era que ellas habían tomado la decisión de involucrarse políticamente. Sabíamos para qué y por qué estábamos allí, pero no puedes quitarle a una chica de 17 años que le guste un grupo de pop en particular, o que les guste cierto estilo de ropa.

En Armagh había presas lealistas; las boqueras [funcionarias de prisiones] también lo eran. ¿Cómo recuerda esa convivencia?

Fue difícil. Muy, muy difícil. No había muchas prisioneras lealistas, y parte de eso se debe a las relaciones que mantenían con el RUC, el poder judicial, el Gobierno británico... Nunca hubo una represión contra el unionismo por parte del Estado, de hecho eran representantes del Estado, y por tanto no estaban en prisión. Con las pocas que estaban, no teníamos ningún trato. Estábamos en una protesta por el estatus político, y las lealistas simplemente aceptaron su situación como no política. Y parte de nuestra campaña consistía en no mezclarnos con presas comunes o presas lealistas. Sin embargo, a menudo éramos provocadas por los guardias y los lealistas, quienes buscaban confrontaciones para que nos castigasen al aislamiento. En casos extremos, nos reuníamos con los líderes lealistas para exigir que cesaran las tensiones.

Cuando usted entró a la cárcel, el Gobierno británico había denegó el status de preso políticos a todos los presos republicanos a partir de 1975. ¿Cómo se desarrolló esa protesta en la cárcel de Armagh?

La protesta en Armagh comenzó cuando una joven de 17 años, de Belfast, fue encarcelada injustamente por un crimen que no cometió: se le acusó de colocar una bomba, aunque ni siquiera era miembro del IRA. Fue sentenciada a 15 años tras firmar una declaración bajo coacción. Este caso impulsó a más mujeres a protestar por ser tratadas como prisioneras comunes. Nosotras éramos prisioneras políticas. Afortunadamente, algunas fueron declaradas inocentes tras nuevos juicios. Incluso hoy, algunas prisioneros siguen recibiendo compensaciones por encarcelamientos injustos basados en confesiones forzadas. Pauline McLoughlan, que fue condenada a cadena perpetua, ha visto su condena anulada hoy.

En el marco de esa lucha comenzó la ‘protesta sucia’. ¿En qué consistió?

No utilizábamos el término ‘protesta sucia’, que era una etiqueta británica; para nosotras era la ‘protesta de no lavado’ [No wash protest]. Tras una redada, se nos cerraron los baños, así que decidimos no llevar ropa limpia durante tres meses, ya que nuestras familias no podían costearlo. Nos negamos a lavarnos y, cuando las carceleras venían a entregar la comida, empujábamos los orinales hacia las alas, lo que provocaba que la orina se esparciera. Los excrementos se esparcían por las paredes de las celdas. Aunque al principio el olor era insoportable y muchas se enfermaban, con el tiempo nos acostumbramos. Nuestra piel se volvía gris y sucia. A veces limpiaban las celdas, pero las celdas ‘limpias’ eran peor, por la combinación de productos químicos y desechos, un olor horrible que se quedaba en la madera de las celdas. Preferíamos estar en las sucias.



Tras ver las cárceles, Nell McCafferty, periodista del ‘Irish Times’, escribió: «Estoy convencida de que Armagh es una cuestión feminista». Y de verdad lo era, ¿no?

Durante el auge de los grupos de liberación de mujeres, la mayoría no se acercaba a nosotras porque éramos consideradas políticas. Nosotras creíamos que la liberación de las mujeres iba de la mano de la liberación de nuestro país. McCafferty expuso en el Irish Times, que era una especie de periódico de clase media conservadora, la situación de Armagh, lo que supuso un choque entre estas mujeres que decían ser parte de un movimiento de liberación de la mujer. Su artículo atrajo la atención hacia nuestra causa. Ella falleció hace dos meses. Sostuvo que las feministas irlandesas deberían luchar por mejores condiciones de vida para las prisioneras republicanas de la prisión de Armagh.

«Nosotras creíamos que la liberación de las mujeres iba de la mano de la liberación de nuestro país»

 

En 1980 comenzó la huelga de hambre. Cuando la excarcelaron en agosto de 1981, habían muerto ocho huelguistas en Long Kesh.

Recuerdo la primera huelga de hambre, cuando tres mujeres de Armagh y siete hombres en los bloques H comenzaron la protesta. Durante todo ese tiempo, mantuvimos una campaña de envío de cartas, usando papel higiénico de la prisión para contrabandear comunicaciones. Nos dirigimos a movimientos sindicales y grupos en todo el mundo, pidiendo apoyo para los prisioneros y la liberación de los seis condados. A través de estas cartas, supimos de protestas en lugares como Nueva York y Bilbo. La segunda huelga de hambre, con la participación de Bobby Sands, fue crucial.  Personalmente, sentí que 1916 [Levantamiento de Pascua que desenvocó en la independencia de la República de Irlanda] había galvanizado a Irlanda hacia la libertad, pero las huelgas de hambre representaron nuestro propio 1916. Cambiaron la dinámica, especialmente en los seis condados del norte, y nos impulsaron a pensar en una nueva estrategia política.

Usted guarda un buen recuerdo del conteo de votos y la definitiva eleccion de Bobby Sands como diputado.

Teníamos una radio de contrabando, que era un pequeño equipo de cristal, del tamaño de un recipiente de plástico, utilizado para captar estaciones de radio. El día del recuento electoral, pudimos escuchar los resultados. Aplaudimos al escuchar que Bobby, quien estaba gravemente enfermo, había recibido un fuerte apoyo al ser elegido para el parlamento británico. La euforia era palpable; miles de personas salieron a votar por él. Nos hizo pensar: «Alto, Thatcher se va dar cuenta de esto, ¿cómo puede dejar que uno de sus parlamentarios muera?» Pero a Thatcher no le importó.

«Si Bobby [Sands] estuviera vivo hoy, sería un activo increíble para el republicanismo en Irlanda»


Como oficial al mando, mantuvo contacto con Sands. ¿Qué recuerda de esa relación?

Bobby era un hombre extremadamente inteligente y un ávido escritor que, a pesar de estar encarcelado en los bloques H, escribió poemas épicos en papel de fumar. Tenía habilidad para contar historias y mantener la moral alta entre los prisioneros. Su valentía y determinación al usar su cuerpo como un arma en esta lucha fueron inspiradoras. Imagino que, si Bobby estuviera vivo hoy, sería un activo increíble para el republicanismo en Irlanda. Pero su legado se mantuvo incluso después de su muerte.

Cita al historiador Tim Par Coogan, que dijo que «Irlanda del Norte no está en un estado de emergencia, es un Estado de emergencia». Tras 25 años de los Acuerdos de Viernes Santo, ¿qué es hoy?

Los cambios en el norte de Irlanda han sido enormes. Durante años nos decían que no teníamos apoyo. Recuerdo al primer concejal de Sinn Fein que entró en el Ayuntamiento de Belfast. Los miembros de los unionista tocaban trompetas de juguete cuando hablaba. No se permitió que se escuchara. Nadie hubiera creído entonces  que habría un concejal republicano, y mucho menos una mujer republicana como primera ministra. Nunca se nos permitió ser primeros, ni siquiera éramos ciudadanos de segunda clase. Ni siquiera nos contaban como ciudadanos. Ahora, Sinn Féin es el partido más grande en los seis condados. Seguimos luchando por la unificación de Irlanda y por asegurar que los recursos se queden aquí, donde son necesarios. Hay mucho trabajo por hacer, pero el progreso es innegable.

«Si tienes un compromiso con lo que crees, ve y hazlo, no te quedes sentada esperando el permiso de nadie»

 

La narrativa histórica del conflicto a menudo utiliza un lenguaje para describir el conflicto que carece del elemento humano. Y menos desde una visión de las mujeres. ¿Su obra puede aportar a ello?

A menudo digo que esto no fue escrito para ser algo público, fue escrito desde mi propia perspectiva, pero siempre animo, especialmente a las mujeres, a contar sus historias porque se puede. Es decir, hay muchas imágenes, hay muchas fotografías en las que se ve cómo el Ejército británico entró y destruyó casas y arrestaron a personas, pruebas del sufrimiento que soportaron las mujeres durante el conflicto. Creo que ello alienta a las mujeres jóvenes a nunca aceptar el tipo de cosas que otras personas quieren que acepten. Si tienes un compromiso con lo que crees, ve y hazlo. No te quedes sentada esperando el permiso de nadie.