Josu JUARISTI - 7K
DONOSTIA

Ucrania

No son los Balcanes, sostienen en la Unión Europea, pero en los pasillos de Bruselas circula un sudor frío, un viento del este cargado de miedo e incertidumbre. Ucrania, en un estado de emergencia no declarado, arde en pleno invierno; la batalla sigue a las puertas de la UE, y de Rusia.

Policías pertrechados con escudos en el centro de Kiev. (Anatoly STEPANOV/AFP)
Policías pertrechados con escudos en el centro de Kiev. (Anatoly STEPANOV/AFP)

La Unión Europea, arte y parte, aunque no lo quiera, de los últimos acontecimientos que están teniendo lugar en Ucrania, está en estado de shock. Es una reacción habitual en Bruselas: en esta ocasión, como en tantas otras, el encargado de decirnos cómo se sienten ha sido Durao Barroso, el presidente de la Comisión Europea, quien difundía un breve comunicado en el que expresaba sus condolencias a las familias de los ciudadanos muertos por la Policía y demandaba a las autoridades de Kiev que frenaran la escalada de la crisis y que se comprometieran a dialogar con la oposición y la sociedad civil. Barroso expresaba su preocupación por las «restricciones de derechos fundamentales como la libertad de expresión y la libertad de prensa». Advertía al final de su comunicado que la UE «seguirá muy de cerca los acontecimientos y analizará las posibles consecuencias que puedan tener para nuestras relaciones».

Sobre el terreno, sobre todo en Kiev, las consecuencias han sido mortales (cinco muertos al menos, uno de ellos, al parecer, Yuri Werbitski, conocido periodista y activista, quien habría sido secuestrado por desconocidos y cuyo cuerpo habría aparecido un día después en un bosque cercano a la capital) y el país, en espera de nuevos acontecimientos, parece avanzar hacia un punto de no retorno. Arseni Iatseniouk, jefe de filas del partido de Ioulia Timochenko, que sigue en prisión, solo veía dos opciones el 23 de enero: «O se detiene este baño de sangre y el Gobierno de Viktor Ianoukovitch hace concesiones, o iremos adelante todos juntos, aunque eso nos suponga una bala en la frente».

El dirigente opositor Vitali Klitschko añadía lo siguiente: «Si el presidente no hace concesiones, pasaremos a la ofensiva». Klitschko reclamaba de nuevo elecciones anticipadas pocas horas antes de que los representantes de la oposición volvieran a reunirse con el presidente Ianoukovitch. En la antesala de dicha reunión, el presidente habría sugerido la convocatoria de una reunión extraordinaria del Parlamento para afrontar la crisis y debatir, entre otros asuntos, la continuidad del Gobierno del primer ministro Nikolái Azárov, que presentó su dimisión, junto a su gabinete, el 28 de enero. Ese mismo día, el Parlamento ucraniano revocó algunas de las leyes represivas, otra de las peticiones de la oposición.

Finalmente, el presidente ofrecía el puesto de primer ministro a Arseni Iatseniouk y una vicepresidencia encargada de una cartera de contornos muy poco definidos como Asuntos Humanitarios a Vitali Klitschko. Viktor Ianoukovitch trataba de colocarse ante los ucranianos, pero sobre todo ante el mundo, como un político capaz de asumir riesgos y ofrecer compromisos, pero la oposición reaccionaba aparentemente unida al responder que no aceptaría un plan cuyos únicos objetivos eran, precisamente, dividirlos y, al mismo tiempo, conservar el poder. El poder en Ucrania es abiertamente presidencialista y la oposición exige la revisión de la Constitución para modificar ese y otros aspectos e instaurar un sistema mucho más parlamentario; Ianoukovitch también habría ofrecido crear un grupo de trabajo que estudie modificar la Constitución. Finalmente, la dimisión del Gobierno y la derogación de algunas leyes que coartaban la libertad de expresión y reunión parecían abrir una vía para la solución de la crisis. Fue un espejismo.

El movimiento de oposición frontal al Gobierno de Kiev estalló hace dos meses cuando Viktor Ianoukovitch se negó, prácticamente en el último momento, a firmar el acuerdo de asociación negociado y, en teoría cerrado, con la Unión Europea. Kiev exigió más garantías de que su implementación no dañará a la ya maltrecha economía nacional, aunque detrás de esa decisión muchos ven la sombra rusa, quien habría presionado con un bloqueo económico a Ucrania si Kiev se acercaba demasiado a la UE. En esa tesitura, Ianoukovitch se habría inclinado por mantener los vínculos económicos con Rusia, con quien parece dispuesto a sellar un pacto para restablecer plenamente las relaciones comerciales. Esas decisiones provocaron la ira de una gran parte de la sociedad ucraniana y centenares de manifestantes rodearon la casa del Gobierno. Tras semanas de tensa calma, a mediados de enero la tensión derivó en asaltos de las fuerzas antidisturbios contra las posiciones de los opositores pro europeos y Kiev asistió a una batalla urbana de una violencia inédita en este país.

Vehículos blindados y escudos, granadas aturdidoras, gas lacrimógeno, cañones de agua (Kiev estaba a 10 grados bajo cero) y fuego real por parte de la Policía ucraniana, con el resultado, solo entre el día 20 y el 23, de cinco muertos, cuatro de ellos de bala (la Policía asegura que utiliza balas de caucho, aunque la oposición lo desmiente), y trescientos heridos, según confirmaba el coordinador del centro médico de la oposición, Oleg Musiy, que atendió muchísimas brechas en la cabeza debido a los porrazos de los agentes antidisturbios. Los manifestantes, algunos de ellos con cascos y protecciones de fortuna, respondían con adoquines, algún cóctel molotov aislado y barricadas con neumáticos incendiados en la calle Grouchevski, aunque algunas fuentes y unas pocas fotografías reflejarían que en el lado popular de la barricada también ha sido disparado alguna pistola (en estos días convulsos, incluso en la misma capital de Ucrania, es muy difícil distinguir entre información o intoxicación). Desde el estallido de la crisis, el número de heridos asciende a 1.300 y hay numerosos detenidos (las autoridades, que endurecieron de inmediato los castigos para los opositores e incluso para los estudiantes que no acudieran a clase para acudir a las protestas, únicamente reconocen haber detenido a 70 personas, aunque podrían ser muchos más). Rumores que circulaban entre los opositores el mismo día 23 anunciaban, según recogía el corresponsal del semanario alemán ‘Die Zeit’ Steffen Dobbert, que el Ejecutivo habría sopesando incluso la posibilidad de bloquear Facebook y Twitter.

Cara a cara

El tenso cara a cara de días anteriores, como refleja el reportaje gráfico, estalló y obligó a po- sicionarse a la Unión Europea, y también a Rusia, quien permanece en una posición aparentemente cómoda, manteniendo la presión sobre Viktor Ianoukovitch por una parte y reclamando a la UE que no interfiera en los «asuntos de Ucrania» por otra, como hizo el día 23 el portavoz del Kremlin, Dmitri Peskov.

Una simplificación de la situación sugeriría que el presidente es rusófilo y la oposición proeuropea. No se sabe hasta qué punto el presidente cede a las presiones comerciales y políticas rusas por convicción o por necesidad, y tampoco es fácil calibrar la dimensión proeuropea exacta del conjunto de la población ucraniana. En los cordones y barricadas de «a diario» participan unos pocos miles de personas y es durante los fines de semana cuando las protestas reúnen a decenas de miles de ucranianos, probablemente gracias a la llegada de opositores de las localidades vecinas. Pero, como tantas otras veces en tantos otros lugares, crónicas y datos difieren mucho según la fuente. De hecho, el día 23, por ejemplo, un jueves, habría «decenas de miles» de personas en las protestas del centro de Kiev, según ‘Die Zeit’. Ese día, en espera de lo que la reunión entre oposición y gobierno pudiera ofrecer (una reunión «poco concluyente» y frustrante según algunas fuentes que recogían lo dicho por Klitschko), los manifestantes reforzaban las barricadas.

Fuera del «epicentro» de la batalla, la vida continúa, o eso parece, en Ucrania. La nieve llegó hace varios meses y, acostumbrados como están, no obstaculiza demasiado el día a día. La lucha política sigue, los centros del poder económico del país están en manos de unos pocos (incluida la familia del presidente del país) y el conjunto de la población vive o sobrevive.

El expresidente de Polonia, el socialdemócrata Aleksander Kwasniewski, enviado especial del Parlamento Europeo a Ucrania, afirmó estar «alarmado». Kwasniewski subrayó que la prioridad era «detener la violencia». El ex presidente polaco, cuyo país tiene frontera con Ucrania, sugirió que la UE debería poner sobre la mesa todas las opciones, incluidas unas sanciones más firmes y potentes, para presionar a Kiev.

Pese a la oferta del presidente a la oposición, que buscaría también rebajar la presión diplomática europea, la batalla política sigue en las calles de Kiev. De hecho, los manifestantes tomaban el día 26 el edificio del Ministerio de Justicia y otros centros oficiales en Kiev y la protesta comenzaba a extenderse, mientras la ministra de Justicia, Olena Loukach, amenazaba con decretar el estado de emergencia. «No estamos aquí para conseguir unos puestos, vamos a continuar con las protestas», afirmaba Sergueï, un manifestante de 39 años; y el director del Instituto de Estrategias Internacionales estimaba que el movimiento del presidente era «juego estratégico» dirigido hacia Bruselas. Sea como fuere, la crisis en Kiev está afectando incluso a las relaciones entre Rusia y la Unión Europea y, sobre el terreno, está propiciando incluso la aparición, cada vez más evidente en las calles de la capital de Ucrania, de fuerzas de extrema derecha.