Todo ello ocurrió en el marco de una lucha desigual y que por momentos parecía suicida contra el régimen del apartheid sudafricano. Si tras todo ello a Kasrils todavía le queda capacidad de sorpresa, a sus 75 años debe estar estupefacto al comprobar que el régimen español le coloca en situaciones similares. Sin entrar en detalles, el relato de Ram Manikkalingam a un grupo de periodistas el viernes tarde en el Carlton sí dejaba claro que este primer acto de desarme de ETA ha sido una auténtica odisea también para los verificadores.
En un país medianamente normal el compromiso de estas personas se agradece: es lo que han hecho la mayoría de los partidos y sindicatos vascos tras la noticia del viernes. El Gobierno español tendría aún más motivos para hacerlo, dado que los verificadores le han encarrilado el trabajo que no quiere o no puede llevar a cabo. Pero no. Su primera respuesta ha sido citarles a la Audiencia Nacional.
Kasrils es una persona de acción, de los que entienden que para cambiar las cosas a mejor hay que implicarse, actuar, arriesgar. Justo lo contrario a Mariano Rajoy, campeón del inmovilismo perpetuo, la incapacidad personal, la cobardía política. Un presidente sin motivación siquiera para aspirar a un Nobel de la Paz servido en bandeja, que significativamente nunca ha recibido un español, y cuyo único estímulo es intentar recrear ante su propia opinión pública la ficción de que ha derrotado al independentismo vasco, aunque para ello tenga que incurrir en ridículos cada vez mayores.
En Sudáfrica, por cierto, ganó Kasrils. Tenía razón, y además actuó y arriesgó.