La frase «¡que soy compañero, coño!», acuñada por un policía español de paisano para evitar el arresto cuando era detenido por antidisturbios durante los incidentes del 25S, serviría también para definir el trato recibido ayer por Antonio González Pacheco, «Billy el Niño», durante su breve paso por la Audiencia Nacional española. El antiguo agente, ya jubilado, no era un acusado, sino un compañero. No «un hijo de puta, pero nuestro hijo de puta», como definió Franklin Roosvelt al sanguinario dictador nicaragüense Anastasio Somoza, sino un tipo con galones a quien había que proteger, porque todas sus barrabasadas se practicaron en nombre de una idea común. Nadie que estuviese ayer en el tribunal especial puede obviar el trato de favor recibido por el antiguo miembro de la Brigada Político Social. Empezando por el búnker policial que se montó a su alrededor para evitar que pasase por más incomodidades que el lógico fastidio de verse sentado ante un juez, todo lo que rodeó a la vista de extradición simboliza la forma en la que se construyó el actual régimen español, sus amnesias, sus cloacas y sus consecuencias, que en el caso de Euskal Herria se traducen en un largo reguero de torturados con absoluta impunidad para sus maltratadores.
Siendo honestos, tampoco tendría que sorprender lo cómodo que se sintió en aquella casa. No deja de ser paradójico que sea el heredero del Tribunal de Orden Público, en nombre de quien torturó, el encargado de analizar la vista de extradición que se celebra, precisamente, por esas mismas torturas. Aquí la pescadilla no se muerde la cola, sino que se la acaricia suavemente y con cariño. Por eso, la oposición del fiscal a la extradición (y por extensión del Gobierno español, que dirige el Ministerio Público de forma jerárquica) no es más que el sinónimo togado y en lenguaje procesal del «¡que es compañero, coño!». También el empecinamiento de la magistrada en cubrir con un manto de algodones el rostro del torturador. Todo forma parte del mismo sistema y todas y cada una de las acciones de autoprotección son sinónimos de siniestro compañerismo. No es solo «Billy el Niño», sino todo el sistema de impunidad el que hay que procesar.