«Patético», le llamó el presidente español al jefe del PSOE y, sin embargo, la expresión podría ampliarse para reflejar el espectáculo ofrecido por ambos dirigentes. Parafraseando a Antonio Miguel Carmona, el superviviente candidato por Ferraz a la alcaldía de Madrid y autor de uno de los «hits» de la vergüenza ajena política, el debate entre Rajoy y Sánchez se elevó a la categoría de «¡Pim, pam, patético!» Cada uno hablando a su parroquia, queriendo mantener la posición ante el descalabro y enfrascados en una discusión tabernaria que solo sirve para demostrar que ambos, PP y PSOE, está tan enfangados que tienen muy difícil señalar al otro, convertido en reflejo de sus propias e inconfesables infamias.
Quizás en otro tiempo los recursos retóricos de los portavoces, con Rajoy sorprendentemente agresivo y Sánchez con disfraz de izquierdista, hubiesen supuesto un flujo de votos en un sistema blindado entre dos partidos. Ya no. Los dos juntos y cada uno por separado simbolizaban la mediocridad de la clase política española y su empeño en creer que la ciudadanía es idiota. Solo así se puede entender que el inquilino de Moncloa, elevado a las alturas de su propia autocomplacencia, presentase un panorama idílico y reescribiese la historia hasta el límite de negar la existencia de un rescate. Del mismo modo, resulta increíble que Sánchez, el último producto de un partido en decadencia, pretenda lanzar diatribas sociales como si el artículo 135 nunca hubiese existido y ellos no fueran exactamente igual de responsables que el PP.
Ante un espectáculo superficial y un ambiente hooliganesco, quizás producto de la conversión de la política española en un plató de «Sálvame», puede que la más hábil fuese Celia Villalobos, que optó por jugar al «Candy Crush» en el Ipad. Si en algo se pusieron de acuerdo ayer Rajoy y Sánchez fue en hacerle la campaña a Pablo Iglesias. Y, de paso, a Albert Rivera, convertido en la gran esperanza blanca del «regeneracionismo». Ante el bochornoso toma y daca, a los independentistas solo nos queda construir nuestro camino desde ya mismo. A los ciudadanos españoles, echarles a todos a patadas.