Una vez transcurridas unas horas del Muro Popular de Gasteiz llega ese ‘momentico’, al igual que en cada Herri Harresi, donde la adrenalina, la tensión, los golpes y el griterío dan paso al silencio, a un recuerdo, a una reflexión, a una lágrima. Estoy convencido de que a todos los que hemos estado ayer y hoy en Gasteiz nos ha pasado. Por lo menos, a todo el que no llevaba casco.
El juego de sirenas con el que se ha divertido la patrulla de guardia no nos ha permitido dormir y nos han servido porras para el desayuno. Pero los golpes certeros los han dado los jóvenes que se han sentado en la plaza con pelucas, máscaras y pintura naranja convertida en armas de destrucción masiva.
En lo emotivo, el puño en alto de Aiala, el «la hostia zarete» de Igarki o las palabras de Ibon a primera hora de la mañana, tranquilo, satisfecho y agradecido por haber vivido libre junto a los suyos son más que suficientes para pensar que se camina en la dirección correcta. Qué decir del compromiso de quienes han ofrecido su cuerpo como piedra de esa muralla humana sabedores de lo que se les venía encima. O mejor dicho, los que se les venían encima.
En cuanto a lo práctico. La acción comunicativa ha sido de órdago. La resistencia pasiva unida al despliegue de medios populares ha llevado el centro de Gasteiz a medio mundo. La Ertzaintza, por su parte, por un lado ha evitado a los informadores que allí nos encontrábamos trabajar libremente, pero por otro lado no han mostrado reparo a la hora de utilizar una violencia salvaje e incluso amenazar de muerte a sabiendas de que estaban siendo grabados desde bien cerca. O no eran dueños de sí mismos o realmente tanto el cuerpo policial como sus responsables en Sabin Etxea están convencidos de que ese es el camino para imponer su modelo.
Y entre tanta emoción vuelve la impotencia cuando veo que se pone a 17 ertzainas supuestamente heridos en la misma balanza que las decenas de jóvenes que han necesitado atención médica nada más ser desalojados de la plaza. Hay quien la hubiera necesitado mucho antes. ¿De quién es la responsabilidad de preparar un operativo de este tipo sin contar con la necesidad de una ambulancia? Y la rabia crece cuando recuerdo que a Igarki, Ibon y Aiala se los han llevado para cumplir una condena de seis años de prisión. Pero me vuelvo a quedar con Ibon: «¡Ánimo hostia! Esto tiene que servir para parar esta locura de una vez».