Fermín Valencia nos ofreció una clave que lleva rumiándose mucho tiempo en la política navarra y, tras los resultados de ayer, debería llevar a una reflexión. «Si canta Tafalla, canta Euskal Herria», proclamó, y los datos no hacen más que darle la razón. La mayoría de EH Bildu en el centro neurálgico de la zona media navarra no solo supone un vuelco electoral, sino un terremoto que pone en cuestión los mitos que durante décadas han construido la forma de entender el herrialde. No solo es Tafalla. Es Olite, es el histórico concejal de la Candidatura de Unidad Popular en Tudela (y los seis ediles de Izquierda-Ezkerra haciendo frente a UPN en el supuestamente inexpugnable feudo del régimen), los resultados en Ujué o que en la Valdorba el apoyo mayoritario se reparta entre EH Bildu y Podemos. Quienes aseguraban que envolverse en el «Navarra es Navarra» para tapar sus infamias garantizaba un saco de apoyos inamovibles al sur de Iruñea pueden empezar a cambiar de argumento. Buena parte del vuelco navarro llega desde el sur, desde ese pretendido búnker del régimen que le ha dado la espalda desde una perspectiva progresista y no excluyente.
Habrá tiempo para analizar las tendencias. Pero el hecho de que UPN haya perdido no solo la hegemonía en el Gobierno foral (sigue siendo primera fuerza pero con las matemáticas en su contra) sino en todas las capitales de Merindad implica un cambio histórico. Se rompen mitos, se quiebra una construcción que dividía Nafarroa, se abren nuevos caminos hasta hace poco inimaginables. Y existen nuevos modelos y formas de trabajar a las que hay que prestar atención. Tafalla no es una isla en el mar de la Navarra foral y española, sino el ejemplo de una forma de hacer las cosas bien. Los estereotipos y las caricaturas pasarán a formar parte del pasado. Cantó Tafalla y con ella una Nafarroa diferente. Toda una lección.