Con el salero que le caracteriza, y del que dio buenas muestras a lo largo de la campaña electoral, el líder del PSC, Miquel Iceta, resumió ayer a las mil maravillas el escenario postelectoral en Catalunya: «Bienvenidos al lío». En efecto, las elecciones plebiscitarias del domingo, pese a deparar un Parlament nítidamente independentista, dejan varias batallas abiertas. La primera pugna versa sobre la victoria o no del independentismo el pasado domingo. La segunda, que es la que más dará qué hablar, se centra en las negociaciones que Junts pel Sí y la CUP tendrán que encarar para dar forma a un Govern capaz de seguir adelante con el proceso. Ayer cada uno construyó su trinchera, con la investidura de Artur Mas como principal campo de batalla.
Vayamos por pasos. Aunque con 72 diputados de un total de 135 la victoria electoral del independentismo es indiscutible, el carácter plebiscitario de la cita del domingo invitó ayer al unionismo a propagar a los cuatro vientos la derrota de las dos candidaturas separatistas, que se quedaron en el 47,74% del total de los votos emitidos. No deja de ser una evidente trampa que quien hasta el domingo negaba el carácter plebiscitario de las elecciones reivindique ahora un recuento en votos propio de los referendos.
Más allá de las trampas ajenas, lo cierto es que más de un independentista vivió los resultados electorales como un pequeño fracaso. Más teniendo en cuenta las expectativas creadas a lo largo de la jornada electoral, sobre todo con el sondeo a pie de urna, que dejaba al independentismo rozando el 50%. La sensación fue agridulce para más de uno. 24 horas más tarde, sin embargo, con la cabeza más fría, un repaso a las cifras del domingo basta para constatar que los resultados logrados por el independentismo son espectaculares. Cabe recordar que las proyecciones previas más fiables auguraban que Junts pel Sí y la CUP lo tendrían difícil para lograr la mayoría absoluta si la participación superaba el 76%. Pues bien, con una participación récord del 77,44% (4.115.807 personas votaron), las dos formaciones superaron sin apuros los 68 diputados. Un total de 1.957.348 personas votaron a favor de la independencia, lo cual es un récord histórico que demuestra, en contra de lo que se decía, que el soberanismo no ha tocado techo en Catalunya. El independentismo puede estar más que satisfecho.
Junts pel Sí, que el mismo domingo se apresuró a cantar victoria para marcar la línea del resto de candidaturas, lo tuvo ayer clarísimo. «Hay una arrolladora victoria del Sí. Desde hoy nos ponemos a trabajar para ejecutar el mandato democrático con las máximas garantías y con todas sus consecuencias», declaró el cabeza de lista, Raül Romeva.
El candidato de la CUP-Crida Constituent, Antonio Baños, matizó sin embargo el mensaje, al señalar que «no se ha ganado el plebiscito, pero sí hay un voto independentista mayoritario».
Una idea que el unionismo no tardó en comprar y exagerar, asegurando, de forma genérica, que el independentismo perdió las elecciones. Solo el expresidente José María Aznar fue capaz de reconocer la derrota: «El proceso secesionista continuará y lo hará más radicalizado, porque los radicales tienen más fuerza».
¿Mas president?
Pero la madre de todas las batallas que se abren ahora se producirá dentro del independentismo, obligado a entenderse para hacer valer la mayoría de escaños. El escenario postelectoral no resulta nada sencillo, ya que frente a los 62 diputados de Junts pel Sí, los partidos contrarios a la independencia suman 63. Esto significa que la abstención de la CUP en la investidura de Artur Mas (que era, a priori, la fórmula más sencilla) no garantizará la reelección del líder convergente.
Sea Mas o no esa persona, lo que la aritmética deja fuera de toda duda es que, para seguir adelante con el proceso, el próximo president de la Generalitat deberá contar con los votos a favor de los diputados de Junts pel Sí y, como mínimo, de dos de los representantes de la CUP. Tocará hilar muy fino en las jornadas venideras.
Ambas formaciones coincidieron ayer en señalar que lo importante no son los nombres ni las personas, sino el hecho de que el proceso avance. Y sobre el papel, no debería haber problemas para el acuerdo en este punto, ya que, después de que la CUP renunciase ayer a la Declaración Unilateral de Independencia (por no haber superado el 50% de los votos), ambas candidaturas coinciden en poner el foco sobre el inicio del proceso constituyente, mediante el que confían en ampliar la base del proceso atrayendo a votantes, por ejemplo, de Catalunya Sí que es Pot.
Sin embargo, el voluntarismo no esconde que el principal asunto en juego ahora mismo, y también el más urgente, es la presidencia. Por la mañana, pese a que Artur Mas aseguró que lo importante es «la constitución de un nuevo Estado» y que «el resto de cosas nunca serán tan importantes o prioritarias», Junts pel Sí confirmó que presentará al actual president en funciones como candidato en el pleno de investidura. El portavoz de ERC, Sergi Sabrià, evitó, por su lado, hablar de nombres, pero pidió a la CUP «responsabilidad» y «diálogo».
Ya por la tarde, la portavoz de Convergència, Marta Pascal, fue infinitamente más clara al señalar que Junts pel Sí «se presentó a las elecciones del 27S dejando muy claro que el candidato a la presidencia de la Generalitat era Artur Mas, y eso no ha cambiado». «Nosotros nos sentaremos en la mesa desde la suma y la responsabilidad de ser la lista con más apoyo a nivel de votos y escaños», añadió Pascal, intentando hacer valer sí los 1,6 millones de votos de Junts pel Sí respecto a los 336.375 de la CUP. «Mas es un activo muy claro y evidente», zanjó la portavoz convergente.
No opina lo mismo, es evidente, la Esquerra Independentista, que no tiene fácil echar ahora marcha atrás después de repetir en más de una ocasión durante la campaña que no investirá a Mas. «Aquí todas somos necesarias, pero nadie es imprescindible. El señor Mas no es imprescindible», avisó ya el domingo por la noche la número dos de la lista de la CUP, Anna Gabriel.
Ayer, Antonio Baños reiteró el mensaje: «La figura de Artur Mas no nos parece para nada adecuada para liderar este proyecto». El cabeza de lista de la formación independentista pidió a Junts pel Sí que propongan a un candidato de consenso para evitar a «recortadores y corruptos».
«Es injusto para toda la gente que se ha expresado en términos claramente independentistas hablar solamente de si Mas tiene que ser el president», añadió Baños.
El calendario
El tira y afloja, como se vio ayer, promete ser tenso, aunque limitado en el tiempo. El Parlament deberá ser constituido en el plazo de un mes (el 26 de octubre como muy tarde), mientras que el pleno de investidura podrá alargarse, como mucho, hasta el 9 de noviembre, primer aniversario de la consulta alternativa de 2014. En caso de no ser investido en el primer pleno, Mas tendrá entre 40 y 60 días para conseguir los apoyos necesarios. Si no los consigue, Catalunya se verá abocada de nuevo a las urnas, en unas elecciones que tendrían lugar, a más tardar, el 9 enero. Es difícil pensar que a nadie en el independentismo pueda atraerle ese escenario.
De hecho, la convocatoria de nuevas elecciones, en este caso ordinarias, fue la principal reivindicación de Ciutadans en la noche electoral. Pese a ser consciente de que tiene imposible recibir apoyo para formar gobierno, su cabeza de lista, Inés Arrimadas, empezó ayer mismo a ejercer de jefa de la oposición anunciando que buscará la «suma» de los no independentistas.
Nadie le compró la idea. El líder del PSC, Miquel Iceta, destacó la dificultad del escenariol, pero se mostró «razonablemente satisfecho» después de haber perdido cuatro diputados pero haber mantenido prácticamente igual el número de votos. El candidato de Catalunya Sí que es Pot, Lluís Rabell, admitió que han quedado «por debajo de las expectativas», mientras que el PP, en un ejercicio de avestruz, aseguró mostrarse «satisfecho» tras perder ocho diputados.