Miguel FERNÁNDEZ IBÁÑEZ
ANKARA

Sonrisas y lágrimas: contrastes entre los familiares de las víctimas

«Baris está consciente, abrió los ojos esta mañana. No me podía controlar». Su hermano Sefik suspira, está alegre. «Ha tenido mucha suerte, ha vuelto a nacer», dice en el hospital Ibni Sina. A un centenar de metros, en el hospital Numune, la situación es diferente. Una señora llora desconsolada. Sus lágrimas no cesan. Ha perdido a su hijo.

El mayor atentado en la historia de Turquía suma 95 muertes, según el balance oficial, una cifra que el HDP eleva a 128. Hay casi 200 heridos, varias decenas en estado crítico. Los funerales comenzaron mientras miles de familiares, amigos y voluntarios permanecían a las puertas de los hospitales de Ankara. Esperan respuestas. En este caso da igual lo que digan Erdogan o la oposición. Solo pien- san en sus familiares, en las respuestas de los doctores. En este letargo, en el que confluyen sonrisas y lágrimas, vive el Estado turco.

Baris es un joven kurdo de 24 años. Nació en Silopi y estudia su segunda licenciatura en Estambul. Quería ser doctor, pero no obtuvo los puntos necesarios. Entonces terminó Química y luego pensó en convertirse en cirujano. Se casó hace tres semanas. El viernes por la noche llegó a Ankara para participar en su primera protesta. El sábado estuvo en el lugar del atentado. Se puede decir que ha tenido suerte: el bazo destrozado y heridas superficiales. «Yo no supe que estaba allí hasta las 12, cuando sus amigos me avisaron», dice Sefik, su hermano mayor.

En muchas familias, los padres no autorizan a sus hijos a acudir a las protestas, en las que siempre vuelan botes de gas y a veces hay muertos. Baris les desobedeció. «Esta vez se ha librado de la bronca», bromean sus amigos. «Vino aquí para luchar por la paz y, como la deseamos, le pusimos Baris –que significa paz–», recuerda su hermano.

Sefik se entristece por lo que sucede a su alrededor. No puede llorar porque Baris evoluciona favorablemente. Pero sabe, como kurdo que es, lo que significa estar al otro lado. Dice que para evitar más muertes Baris estudia sin parar. «Siempre estudiaba mientras nosotros estábamos en la calle. Aún lo hace. Quiere desarrollar el Kurdistán», añade su amigo Ismail.

Dilan Sarikaya no corrió la suerte de Baris. Ha muerto a sus 20 años. Bergüzar Gürsu recuerda que «estos jóvenes venían a luchar por la paz». Ella iba a acudir cuando se enteró del atentado. «Tuvimos suerte, pero conozco a la familia Sarikaya desde hace 30 años. Es como si hubiese perdido a una hija».

Pocos minutos después se altera, grita e increpa al Gobierno. También llora de impotencia. «Todo esto por los malditos 400 diputados. En el infierno arderás señor Erdogan», espeta. Se queja de las medidas de seguridad: la Policía estaba en la entrada de Sihhiye, donde debía finalizar la marcha, pero no en la estación de tren. «¿Por qué en los mítines de Erdogan hay miles de policías? ¿Por qué no había agentes aquí?», se pregunta.

Dos kamikazes

El Gobierno trabaja para esclarecer las causas de la masacre. De momento se sabe que el atentado lo perpetraron dos kamikazes. Reuters recogió testimonios anónimos de la seguridad turca que apuntan al Estado Islámico como probable autor. Según el diario “Cumhuriyet”, la Inteligencia advirtió al Ejecutivo sobre las medidas de seguridad de la marcha. Todo esto podría repercutir de forma negativa en el AKP, que ha sido acusado de apoyar a grupos radicales y ha visto durante el fin de semana a miles de personas condenando el atentado y reclamando responsabilidades al Gobierno en movilizaciones y homenajes que fueron reprimidos.

Ayer, el líder opositor socialdemócrata Kemal Kiliçdaroglu se reunió con el primer ministro, Ahmet Davutoglu. Reclamó la dimisión del titular de Interior por los errores en la seguridad e insistió en que Kenan Ipek, el ministro de Justicia, tiene que dejar su cargo después de sonreír en la comparecencia del sábado. «La sociedad está atravesando un severo trauma y mientras tanto el ministro de Justicia sonríe. No puede continuar en su oficina», sostuvo.

Familiares de Gürsu están junto a ella. Su enjuta madre llora. No puede sonreír como Kenan Ipek o los amigos de Baris. Alli también se encuentra Nazan, una voluntaria. «No puedo dormir. Vivo en una tensa espera». Acudió a la marcha desde Diyarbakir. Muchos lo hicieron desde otras regiones. Entre los muertos hay 11 miembros de las juventudes del CHP de Malatya. Baris llegó desde Estambul, por libre, y parece que no engrosará la trágica lista de la mayor masacre vivida en Anatolia.