En espera de que se confirme la autoría yihadista de la cadena de atentados que han dejado ya un saldo de una treintena de víctimas mortales y con todas las precauciones, a nadie se le escapa su coincidencia con la macrooperación policial en curso en la última semana en Bruselas y, más en concreto, en la comuna de Molenbeek.
A la detención hace cuatro días de Salah Abseslam, un joven francés y considerado el único superviviente de los tres comandos que perpetraron los ataques del 13 de noviembre en París, le siguió el anuncio, este lunes, de la identificación de un compañero suyo, Najim Laachraui, a quien fuentes de la investigación presentarían como el artificiero que confeccionó los cinturones explosivos utilizados el 13-N.
Las deflagraciones en el aeropuerto internacional bruselense de Zaventem y en la estación de metro de Maelbeek alimentan estas últimas elucubraciones. Pero todo apunta a que estaríamos ante unas acciones perfectamente preparadas y que van más allá de una reacción desesperada ante la presión policial.
La propia fiscalía belga advirtió hace días de que «estamos lejos de desentrañar todo el puzzle». La secuencia de lo que se puede calificar como ataque al corazón de la Unión Europea invita a pensar que a ese puzzle policial le faltaban varias piezas. Piezas decisivas.

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