Ramon Sola

Nuevas fuerzas, nuevas opciones

La decisión de EPPK de 2013 marcó el punto de inflexión para desencallar el problema de los presos, pero su primer despliegue se topó con problemas externos, internos y de mera coyuntura. Por suerte, estos procesos siempre dan otra oportunidad sobre los errores y aciertos anteriores.

Aunque se diera a conocer un 28 de diciembre (de 2013), la declaración de EPPK desde luego no era una inocentada. Por vez primera el colectivo apostaba por explorar las vías legales para volver, primero a Euskal Herria y luego a casa, «aun cuando ello para nosotros implícitamente conlleve la aceptación de nuestra condena»; asumía que este proceso tendría un carácter individual y escalonado; y añadía que «reconocemos con toda sinceridad el sufrimiento y daño multilateral generados». Por su contenido, recordaba claramente a aquella comparecencia de Rufi Etxeberria e Iñigo Iruin en el Euskalduna de Bilbo en febrero de 2011 (antes incluso de Aiete) que hizo imposible al Estado otra respuesta que revocar una década entera de ilegalización de la izquierda abertzale.

La decisión de EPPK tenía, y sigue teniendo, el mismo potencial resolutivo. Pero se encontró con tres problemas básicos. Uno externo: la inercia represiva del Estado, que en las dos semanas siguientes prohibió la marcha de Tantaz Tanta y detuvo al grupo de mediación de EPPK. Otro interno: la inexistencia de consenso en la calle sobre esa decisión, con un sector disidente entonces difícil de medir mirando al pasado y no al futuro. Y un tercero que tenía que ver con el momento: justo en medio de la legislatura de la mayoría absoluta del PP, cuando la cerrazón de Madrid ya estaba absolutamente acreditada, la decisión llegaba con el paso cambiado (demasiado tarde para descolocar al Estado, lo que sí se había logrado en 2011, pero demasiado pronto para erosionar su posición).

Así las cosas, el paso histórico de pedir individual y razonadamente el traslado a Zaballa –formuladas desde primavera de 2014– quedó atrapado entre la espada y la pared: el cerril inmovilismo del Estado, por un lado, y la falta de confianza y dudas propias, por otro. Y con ello el asunto se ha ido ventilando como un mero trámite: sin presión social, sin impacto político, sin expectativa, con frustración.

Con ser esto muy malo, lo más lamentable ni siquiera ha sido que no se hayan logrado esos traslados y/o excarcelaciones, sino que no ha producido un desgaste extra a los inmovilistas de allí y de aquí. Una vez neutralizadas y silenciadas esas peticiones, desde el PNV incluso se han permitido negar lo innegable: que los presos están haciendo ese recorrido.

Si algo subrayan los expertos en resolución de conflictos es que estos procesos no son lineales ni previsibles. Y si algo ha interiorizado la izquierda abertzale es que cada tropiezo tiene una opción de enmienda. Siempre hay al menos una segunda oportunidad. De entrada, la iniciativa de los exprisioneros, exrefugiados y exdeportados supera aquella falla interna: por el volumen de firmas (1.662) y por quiénes son esos hombres y mujeres, no hay duda ya de que la vía marcada por EPPK y EIPK es el camino a seguir, con más fuerza, con más convicción.

A la espera de quién acaba sentado en La Moncloa y con qué fuerzas, el momento también ha evolucionado para bien. Con los acuerdos judiciales de los casos de Segura y aztnugaL, la capacidad de las vías legales estatales para generar soluciones acordadas ha dejado de ser una quimera, dónde y en la mismísima Audiencia Nacional. La intervención esta semana en Tolosa del juez de lo Penal José Ricardo de Prada refleja obviamente una posición personal e intrasferible, pero revela además que va entrando algo de aire fresco en los búnkeres menos ventilados del Estado. Un viento que, él mismo admitió, sopla desde Europa: tiene que ver con el varapalo dado en la «doctrina Parot» y con el actual aviso de sanciones a Madrid si sigue trampeando la directiva para descontar a los presos las penas cumplidas en otro estado.

También en Euskal Herria hay aires renovados. El derrumbe de PP y PSOE tiene visos de irreversible y con la irrupción de Podemos la relación de fuerzas es mejor que nunca para empezar a solucionar esta cuestión. Otra ventana de oportunidad.

Como subrayan estos exrepresaliados, desde el poso que dan más de 40.000 años de militancia que han visto bastantes más penas que alegrías, no hay garantías absolutas de que esta sí vaya a ser la buena. Pero saben que la apuesta lleva dentro la semilla ganadora si se gestiona bien (tomando la iniciativa, actuando y no sobreactuando, cambiando para cambiar todo...): bien porque trae al fin a presos y refugiados a casa, ojalá, o bien porque deja en evidencia las trampas del inmovilismo y carga de razones al independentismo en el que militan.