Oihane LARRETXEA
DONOSTIA

Un poliedro llamado turismo lleno de riesgos y también oportunidades

Millones de personas viajan por todo el mundo al mismo tiempo. El turismo es un sector al alza y las ciudades, destinos deseados y visitados. Saber gestionar esos flujos para garantizar la sostenibilidad de la urbe y el bienestar de la ciudadanía es clave: los expertos aconsejan un plan específico y actuar con perspectiva pero, sobre todo, con cabeza.

Las ciudades, esos núcleos urbanos en los que habita el 54% de la población mundial, son uno de los mayores generadores de turismo en la actualidad. Al año millones de personas viajan a otras ciudades, cercanas o lejanas, cruzan océanos, países enteros, atraídas por conocer otra cultura, otra gastronomía, formas de entender la vida, incluso de vivirla. El turismo y su gestión es un tema de actualidad y Euskal Herria no es ajena al debate. En el marco de los cursos de verano, la UPV-EHU reunió en Donostia a cuatro expertos de Berlín, Ámsterdam, Barcelona y Santiago de Compostela para analizar cómo gestionar el éxito de las ciudades, abogando por un desarrollo sostenible del turismo urbano.

Gallego de nacimiento y de raíces vascas, Iñaki Gaztelumendi, experto en estrategia en el sector turístico, comparó el turismo con una navaja de doble filo: el turismo representa una oportunidad, sin duda, pero también un riesgo. «Los excesos de cualquier actividad son peligrosos, y es importante conocer los límites del crecimiento», afirmó.

Poniendo como ejemplo un caso extremo, citó el caso de Venecia, una ciudad-joya convertida lamentablemente en un parque temático. Su población está abandonando sus hogares, los comercios de toda la vida han dado paso a tiendas de souvenirs y hay lugares en los que, literalmente, es imposible caminar. Este turismo masivo hace que las ciudades que la sufren pierdan su atractivo. «Hay ciudades cuya naturaleza es atraer a visitantes –dijo Gaztelumendi–, pero tomarle la medida a tiempo es imprescindible».

Abogó por asumir el turismo urbano como un conjunto de oportunidades que «genera empleo, facilita el desarrollo y mejora la calidad de vida» de quienes habitan la urbe, y para que eso suceda tiene que haber una gestión de la ciudad desde el punto de vista urbano. «No es sencillo, pero no pensemos solo en la promoción del turismo». Y para eso, una de las preguntas que en su opinión hay que plantearse es cómo se incorpora una nueva función a la ciudad, sobre todo porque es un sector al alza. Según los datos que ofreció, en 2020 solo en Europa 120 millones de personas tendrán 65 años o más. «Y no son personas con bastón, sino personas vitales y con ganas de moverse. Tienen tiempo y economía, los ingredientes básicos para viajar».

Y en ese cómo gestionar, todos los expertos coincidieron en la importancia de la participación popular, porque una urbe pertenece ante todo a quienes allí viven. «No hay que temer el conflicto, es inevitable por los diferentes intereses de ciudadanos, hoteleros, promotores, Administración… Pero el espacio público es un espacio de negociación», resaltó Gaztelumendi.

«Quién es el dueño de la ciudad?», preguntó Johannes Novy, arquitecto berlinés y experto en urbanismo. «Una ciudad no es una marca, ante todo es un lugar para vivir», respondió.

Un hombre que asistió a la charla y que dijo ser de una asociación donostiarra, sin especificar cuál, se mostró preocupado con el futuro de Donostia, cuyas cifras turísticas no hacen sino crecer. Ofreció algunos datos: actualmente se están construyendo 13 hoteles y en dos años habrá 1.300 camas más, el 20% de las que existen hoy. «Antes, cuando se pensaba en un barrio, se ideaba una casa de cultura, un ambulatorio… pero eso ha cambiado». También pedía una moratoria para la inversión privada y no vender suelo público para su explotación privada.

En cualquier caso, no se puede generalizar, y cada lugar tendrá que hacer su propia reflexión. Y aunque Gaztelumendi no crea que Donostia tenga hoy un problema, si consideró que puede tenerlo si no planifica con perspectiva. «Tiene aún margen para negociar» dijo, y añadió que ninguna ciudad en el Estado español sufre lo que «Barcelona y algunas zonas de Madrid» en cuanto a esta cuestión se refiere.

De la ciudad condal habló Xavier Font, jefe de la Oficina Técnica de Turismo. «Hay que preguntarse qué tipo de ciudad queremos, no qué tipo de turismo queremos. Es más fácil parar y reflexionar que reconducir lo que ya está en marcha». Tras enumerar algunos de los problemas más graves que sufren, sobre todo de saturación, dijo que se han adoptado medidas. «Es una decisión política, pero se ha decidido no crecer más en hoteles. También está en marcha una nueva normativa sobre los Bed & Breakfast».

Evitar «aculturizar» la ciudad

Para que una ciudad mantenga su esencia hay que evitar a toda costa que se «aculturice». Según Font, «hay que preservar los paisajes y tender puentes reales entre las políticas urbanas, culturales y turísticas, de manera que se facilite la comunicación real entre los departamentos implicados». Y una cosa más: hacer de la ciudad un lugar acogedor para su propia ciudadanía. Si lo es, lo será para el visitante.

En Ámsterdam, por ejemplo, las singulares viviendas están catalogadas y protegidas y está prohibida su venta a inversores extranjeros. Evitar la especulación es una forma de evitar que se diluya su peculiaridad, su forma de ser. La ciudad reaccionó a tiempo ante el auge del turismo. Stephen Hodes, arquitecto y experto en turismo, cree que «nos guste o no, las ciudades cambian. Se puede cambiar por dolor o por ambición, y a nosotros nos dolía», reconoció.

Entre los asistentes había varias trabajadoras de Turismo de Donostia, que admitieron sentir algo parecido a una contradicción: «Nos gustan los turistas, pero nos preocupa la conservación de la ciudad».

Los expertos les hicieron ver que, con voluntad y siendo inteligentes, ambas cosas son compatibles. ¿Por qué adaptar la ciudad a los turistas y no al revés? Se evitarían, por ejemplo, carteles en lenguas extranjeras, proliferación de tiendas de cadenas mundiales… «Hay turismo de masas, pero la tendencia del visitante que quiere difuminarse entre los lugareños está al alza. En Japón no saben inglés y todo el mundo termina entendiéndose», apuntó Gaztelumendi.

 

Turismo y aumento de precios: ¿se pueden controlar los abusos?

Donostia y Bilbo se encuentran entre las ciudades más caras del Estado español para pernoctar: en sus hoteles se paga de media 141 euros y 107 euros por noche, respectivamente. En el caso de la capital guipuzcoana, además, los precios han subido un 22% respecto al año pasado. Por comunidades autónomas, la CAV es la cuarta más cara, según un estudio de Tripadvisor.

Precisamente, la relación directa entre el turismo y la carestía de los precios fue una de las preocupaciones que se planteó en el curso de verano celebrado en Miramar por parte de varios donostiarras, ya que inevitablemente ese aumento lo sufren en sus propios bolsillos, en el día a día.

Los expertos admitieron que el turismo «distorsiona» los mercados de todo tipo, desde el inmobiliario hasta el transporte o la hostelería. «¿Se pueden controlar los aumentos, que llegan a ser abusivos?», preguntó una asistente, que decía sentir «vergüenza ajena por algunos precios» de la capital guipuzcoana. La respuesta resultó afirmativa: «Los políticos locales tienen que darse cuenta de que ellos pueden regular».

Por ejemplo, el aumento de los alquileres hace que tiendas locales no puedan renovar sus contratos, abriendo en su lugar cadenas o comercios que desvirtúan el carácter propio. Otro tanto ocurre con las viviendas: la especulación en este sector es salvaje, y Donostia es el mejor ejemplo. La gente de a pie no se puede permitir esos precios, favoreciendo que un inversor se haga con los pisos para el alquiler a turistas.O. L.