Al Reino Unido, de unión solo le queda el nombre. Con los resultados del referéndum todavía recién salidos del horno, gobiernos y ciudadanía piden otras cuatro consultas más. Cuatro referéndums que, a pesar de ser iguales en la forma, diferirían –y mucho– en el fondo.
Escocia lleva la delantera. El Gobierno escocés y varios diputados del SNP en Westminster lo habían advertido durante la campaña y ahora se preparan para comenzar a hacerlo realidad. En ello trabaja Nicola Sturgeon junto con su gabinete. Ayer por la mañana, el Gobierno escocés afrontó su primera reunión post «Brexit» en la que se acordó por unanimidad, «comenzar a dar pasos en materia legislativa para empezar a trabajar» en lo que debería desembocar en la consulta ciudadana por la independencia de Escocia.
Sturgeon se prepara para iniciar conversaciones con Bruselas de cara a «garantizar la posición de Escocia en el seno de la UE». Para ello, la ministra principal escocesa se rodeará de un equipo asesor para aconsejarle sobre los pasos a seguir, teniendo en cuenta que el SNP perdió la mayoría absoluta en el parlamento en las pasadas elecciones y que Westminster no allanará precisamente el camino para promover una segunda consulta de independencia.
Mientras tanto, en la isla vecina, la ciudadanía se prepara para la extraña situación de contar con la única frontera terrestre entre Reino Unido y la UE. El líder de Sinn Fein Gerry Adams advierte de las consecuencias que acarreará, como la «posibilidad de que se instalen controles fronterizos y aduanas», además del problema que supondría para la aplicación de los Acuerdos de Viernes Santo. Por ello, Adams considera «de imperativo democrático» la celebración de un referéndum sobre la posibilidad de unificación de la isla de Irlanda, ya que la mayoría de la ciudadanía del norte también se retrató a favor de la UE.
Al margen de los dos territorios mencionados, Londres también está dando a conocer su enfado y preocupación con el resultado de la apuesta de Cameron y hace lo que puede para desmarcarse. Nada más conocer los resultados, el alcalde, Sadiq Khan, publicó un comunicado dirigido a los inmigrantes europeos que viven y trabajan en la ciudad en el que aseguraba que «siempre serán bienvenidos». Además, ayer anunció que pedirá «más competencias para la capital», así como «voz en las negociaciones con Bruselas».
Arrepentidos
Paralelamente, más de 150.000 personas han firmado una petición en change.org para que Khan convoque un referéndum de independencia de Londres con el objetivo de seguir siendo parte de la UE. La petición, aunque tiene muy pocas posibilidades de salir adelante –por no decir ninguna–, es prueba de la división de la ciudadanía, que utiliza todas las herramientas a su alcance para dar a conocer su disconformidad.
Además, en las últimas horas se añade otro movimiento: El de los arrepentidos. Personas que habían votado por el «Brexit», que no se imaginaban sus consecuencias inmediatas y que se unen bajo el hastag #bregret (Combinación entre la B de Britain y regret, arrepentirse). Seguramente, muchos de esos arrepentidos forman parte los más de dos millones de personas que han firmado una petición formal en la que se reclama al parlamento un segundo referéndum sobre la permanencia de Reino Unido en la UE, algo que Westminster deberá estudiar por imperativo legal (supera las cien mil firmas) pero que es muy poco probable que salga adelante.
A la división social y geográfica se une la división interna en los partidos políticos. Los laboristas contrarios a Jeremy Corbyn han aprovechado los resultados para culpar al líder de la formación del fracaso de su campaña. Corbyn se mantiene firme y ayer mismo descartó dimitir e incluso avanzó que se presentaría a un segundo mandato. El líder laborista, respaldado por las bases y sindicatos, afronta una semana complicada ya que podría enfrentarse a una moción de confianza que dos diputadas contrarias a su ideología han reclamado al presidente del grupo parlamentario. Y no hay que olvidar la fractura kilométrica en el Partido Conservador. Con un líder que anunció su «dimisión en diferido», la formación se ve obligada a elegir otro que, presumiblemente, lidere el proceso de separación de la UE. En principio la elección se llevará a cabo en el Congreso Ordinario de octubrea. Además de a Johnson se baraja como candidatas a la Secretaria de Estado Theresa May o la de Educación Nicky Morgan.
Los miembros fundadores de la UE tienen prisa, Londres contemporiza
Los seis países fundadores de la UE (Alemania, Francia, Bélgica, Holanda, Luxemburgo e Italia) exigieron a Gran Bretaña que ponga en marcha cuanto antes el proceso previsto para abandonar de forma ordenada la Unión.
El anfitrión de la cumbre y ministro de Exteriores alemán, Frank-Walter Steinmeier, destacó en una comparecencia conjunta en Berlín, con sus homólogos del resto de países fundadores, que Londres debe activar «cuanto antes» el artículo 50 del Tratado de Lisboa, que es el que prevé el procedimiento para la salida de un país miembro.
Steinmeier había subrayado antes del inicio de la cumbre que «no dejaremos que nadie secuestre a nuestra Europa». En un tono todavía más contundente, el presidente de la Comisión de Bruselas, Jean-Claude Juncker, insistía en que el de Gran Bretaña y la UE «no es un divorcio amistoso (…) No entiendo por qué el Gobierno británico necesita hasta octubre para decidir si envía o no la carta de divorcio a Bruselas. Me gustaría tenerla cuanto antes», rogó.
El presidente del Parlamento de Estrasburgo, Martin Schlulz, tildó igualmente de escandaloso que el primer ministro británico, David Cameron, haya retrasado su dimisión hasta octubre, retardando así las negociaciones sobre el proceso de salida.
El favorito para su sucesión y abanderado del «Brexit», Boris Johnson, insistió el pasado viernes en que la salida británica debería hacerse «sin precipitación» y dio a entender que a Londres le interesaría aquilatar el proceso. Llegó incluso a pedir que Cameron se dé más tiempo y lidere el lento proceso de desanexión (calculado en dos años).
Francia y Holanda instaron a Londres a dejar de jugar «al gato y al ratón». Más atemperada, la canciller alemana, Angela Merkel, se limitó a señalar que, aunque elegir a un sucesor del inquilino de Downing Street llevará su tiempo, «no puede durar una eternidad».
Un viernes menos «negro» que el de Lehman Brothers
El «viernes negro» en las bolsas y los mercados financieros fue duro, pero aunque su impacto inicial recordaba al de la crisis global escenificada por el desplome de Lehman Brothers, el sistema financiero no parece amenazado hasta ese extremo.
Cierto que el sistema no había conocido semejante sobresalto desde la crisis financiera de 2008 y la de la deuda en la zona euro que conoció el cénit en el verano de 2011.
Pero, con todas las reservas, todo apunta a que estamos más ante una crisis política de resultados impredecibles que ante una crisis no ya económica sino financiera. «No hemos asistido a ventas de pánico, con efectos en cascada y quiebras de emisores de deuda», señala Alain Zeitouni, de Russell Investments France, con sede en Londres. Todos los expertos consultados coinciden en que las principales economías están al abrigo de una grave crisis a no ser que coincidan otros elementos críticos. Otra cosa es el impacto de la crisis política.GARA