Mikel INSAUSTI

‘Orpheline’: Cuatro vidas de mujer o las cuatro edades de una mujer

Para representar en la pantalla a una personalidad tan poliédrica y compleja como la de Bob Dylan, el siempre innovador Todd Haynes necesitó hasta seis intérpretes de distinto sexo, edad y raza en “I’m Not There” (2007). Calculando la larga biografía del incombustible cantautor, no es de extrañar que en un sentido directamente proporcional, Arnaud Des Pallières haya echado mano de cuatro actrices para abarcar la evolución de una mujer desde su infancia hasta la entrada en la madurez. “Orpheline” no supone ningún descubrimiento o avance narrativo como tal, pero no deja de ser una película arriesgada, porque las cuatro etapas vitales de la protagonista no son descritas en orden cronológico, sino con saltos temporales que exigen un esfuerzo por parte del espectador para ordenar de alguna manera el conjunto.

Un orden que siempre va a ser arbitrario por lo que tiene de puramente mental, gracias a que así lo ha querido la labor del montaje. La aparente falta de cohesión sirve para dejar abierta al criterio de cada cual las posibles lecturas, en la medida en que una única persona puede llegar a experimentar distintas existencias, máxime si sufre un trastorno de personalidad o simplemente una bipolaridad. Lo que tienen en común, la niña, la adolescente, la joven y la mujer de “Orpheline” es su soledad o falta de arraigo en un mundo de hombres. A pesar de que la mayor intenta asentarse y formar una familia, es como si las otras tres estuvieran conectadas a ella de tal forma que no la dejan superar el pasado de maltratos y abusos sexuales.

La violencia machista es la que marca el sino del cuarteto, que responde a los nombres ficcionales de Kiki (Vega Cuczytek), Karine (Solène Rigot), Sandra (Adèle Exarchopoulos) y Renée (Adèle Haenel). Las actrices guardan cierto parecido entre sí, siendo a la vez perfectamente diferenciables. Son las situaciones extremas por las que han de pasar las que encadenan definitivamente las unas a las otras, dentro de un crecimiento personal abocado a la marginalidad y a unas relaciones peligrosas condenadas a la delincuencia y a la huida. Si bien hay imágenes bastante crudas, como la de la brutal paliza que recibe siendo una menor, Arnaud Des Pallières es lo suficientemente sutil como para hacer que el instante más trágico sea la simple contemplación de un armario frigorífico, evitando mostrar lo que guarda en su interior, como fatal consecuencia de un inocente juego infantil.