Víctor ESQUIROL

Martijn Maria Smits y Koldo Almandoz, la deriva como brújula

ZABALTEGI Y NEV@S DIRECTOR@S COMPARTEN EL ACCIDENTE COMO PUNTO DE PARTIDA PARA LA REPARACIÓN, ASÍ COMO EL GUSTO POR PERDERSE PARA ASÍ TERMINAR ENCONTRÁNDOSE.

Después de una sesión intensa de farra carnavalera holandesa, una pareja en estado de semi-crisis decide volver a casa en coche. Por si no se habían encendido suficientes señales de alarma, la cámara nos manda un último aviso, en forma de una de las malas premoniciones favoritas del cine moderno: la toma lateral en el interior de un vehículo. En efecto, la colisión no tarda en concretarse.

Y es solo el principio. Volvemos a Nuev@s Director@s para descubrir “Waldstille”, nuevo trabajo de Martijn Maria Smits, el cual no se anda con rodeos a la hora de hundirnos en la más profunda de las miserias. Antes siquiera de que nos hayamos acomodado en la butaca, nos vemos obligados a enfrentarnos a la más irreparable (y por esto, dolorosa) de las pérdidas. Durante los ochenta minutos restantes de metraje, acompañamos a los supervivientes del accidente, vaciados por el luto, y sumidos en una deriva existencial en forma de –desesperada– búsqueda de la redención. La pregunta es evidente: ¿Se pueden paliar los efectos del siniestro juntando las piezas que han quedado desperdigadas por la calzada? La respuesta, o la simple posibilidad de encontrarla, no parece nada clara, de ahí la amargura.

Smits se asienta tan bien en los conceptos de base que a partir de ahí, le cuesta avanzar. La película es tan contundente en las presentaciones, que es como si se negara a salir de la casilla de salida. Y así hasta llegar a un acto de cierre en el que la trama por fin remonta. Hasta entonces, puro regodeo en un dolor bien plasmado, pero mal transmitido.

Allá donde Smits cojea, Koldo Almandoz se hace fuerte. Lo suyo es pura transmisión. ¿De qué? De pasión. En Zabaltegi-Tabakalera, una propuesta radicalmente diferente. De hecho, una propuesta radical de por sí.

“Sipo Phantasma” es un documental filo-experimental que bajo la apariencia de un tema banal (el de los cruceros) esconde una hipnótica lección de historia del cine. Y de cine, en general, el cual tira de espíritu silente para multiplicar sus formas y para juntar, como solo él sabe y puede, las épocas, personajes y conceptos más dispares. Tal vez podría parecer deriva, pero en realidad es firmeza, convencimiento y sí, maestría, en la confección de una atípica pero sobre todo sentida carta de amor dirigida al propio séptimo arte.