Como espectador he disfrutado a lo grande de “Jätten”, un cuento nórdico con mucha cultura “freak” en su interior y no poca cinefilia. Los personajes de perdedores parecen sacados de una película del mismísimo Jared Hess, los efectos especiales tienen la inocencia del artesanal Ray Harryhausen, las referencias a “Mask” (1985) de Peter Bogdanovich y a “El hombre elefante” (1980) de David Lynch son evidentes, la música es de spaghetti-western con armónica triste y silbidos a lo Kurt Savoy, y además apela al espíritu de las comedias de aventuras ochenteras que se hacían en Holllywood. En la batidora de Johannes Nyholm todo los ingredientes se mezclan con la máxima sencillez, porque la película es tan modesta como naif. Se hace querer, al igual que su protagonista, un ser deforme envuelto en una poética redentora. Sus partidas de petanca tienen un desarrollo divertidamente infantil, pero que forma parte del propio universo de este pequeño gigante en el que las bolas que lanza hacia el boliche son como los planetas girando en torno al sol. Una ensoñación liberadora llena de encanto y ternura, abierta a una dimensión fantástica de lo más blanca, y que sirve para superar la impedida realidad del fenómeno de feria, objeto de burla y humillación. Por encima de esas miserias mundanas el bueno de Rikard conecta con otros corazones solitarios.