Alberto PRADILLA

El dilema de explicar qué es «bilateral»

En Madrid se da por hecho que el PNV avalará las cuentas que el Gobierno español presentó el viernes. Los jeltzales se dejan querer, cada vez más, pero reiteran que la clave está en la «bilateralidad». Un concepto que puede ser interpretado de muchos modos.

El concepto de «bilateralidad» es la clave para el ciclo de «deshielo» abierto entre PNV y PP. La palabra suena bien, aunque en un mundo de política líquida y neolengua resulta más difícil explicar su significado. El reciente desbloqueo de la OPE de la Ertzaintza y el reconocimiento por parte de Aitor Esteban, portavoz jeltzale, de que Sabin Etxea ya negocia los Presupuestos Generales del Estado con el presidente español, Mariano Rajoy, han extendido la sensación de que las cuentas saldrán adelante con el voto del PNV. Como explicaba recientemente en Ganbara el periodista Aitor Guenaga, se trata de un guión previsto que sigue adelante a pesar de que todos sus protagonistas lo han negado insistentemente.

Esteban fue el encargado de recordar, durante la primera investidura de Rajoy, que los vascos forman un país «a ambos lados del Pirineo» y que sin ese reconocimiento sería imposible que el PNV se acercase al Gobierno español. También es verdad que los antecedentes no eran favorables. Los cuatro años de mayoría absoluta convirtieron La Moncloa en un búnker en el que ni siquiera Iñigo Urkullu recibía el acuse de recibo.

Cuando en junio de 2016, tras las segundas elecciones en el Estado, el PNV hizo cuentas, se percató de hasta qué punto su posición iba a ser clave. En aquellos meses de pactómetro, en Sabin Etxea ya habían llegado a la conclusión de que un acuerdo entre PP y Ciudadanos podría necesitar de su concurso en cuestiones decisivas como los presupuestos. Todo a expensas de lo que ocurriese en setiembre en la CAV. Se trataba de un gol a la «nueva política» del Estado, ya que la irrupción de Podemos y el partido naranja, cada uno con sus aspiraciones, apuntaban al gran sueño de Rosa Díez cuando fundó UPyD: meter en la ecuación de la gobernabilidad a un partido «nacional (español, se entiende)» que desplazase al autonomismo tradicional de su papel como árbitro y apoyo de gobiernos de PP y PSOE. Con CiU (ahora PDeCat) fuera por su estrategia independentista, los jeltzales se la jugaban. Y sus portavoces, ya entonces, no dejaban de reivindicarse a sí mismos asegurando que tendrían un papel central.

La aritmética fue un regalo. Los cinco diputados del PNV, más la de Coalición Canaria, permiten al bloque del PP rechazar las enmiendas a la totalidad, lo cual abre otro escenario: negociar una a una las partidas y las enmiendas parciales. Un trámite en el que los jelkides (y el PSOE, necesitado de vender su «utilidad» frente a Podemos) se sienten cómodos. Aquí el PNV tiene un problema: no es tan fácil explicar en Euskal Herria una cercanía con el PP que es evidente en Madrid. Mientras en la capital del Estado se avanza, en la CAV se juega al escapismo y la pedagogía, preparando el terreno.

Pare ello era imprescindible cambiar el discurso, aunque de forma progresiva. Y este empezó a modificarse en diciembre de 2016. La reunión entre el ministro español de Hacienda, Cristóbal Montoro, y el consejero de Economía, Pedro Aspiazu, para pactar el objetivo de déficit evidenció que había ganas de entenderse. No todo fue fácil. La sonrisa del exdiputado jeltzale al abandonar la reunión no sentó bien en sectores de Sabin Etxea. Un antiguo alto cargo reconocía entonces que exhibir tanta complicidad con Génova evidenciaba las ganas que había de acordar. Una posición difícil de vender a la primera, ya que quedaban lejos los tiempos en los que el PNV acordaba con José María Aznar. En realidad, Montoro y Aspiazu rubricaron lo mismo que se había firmado cuatro días antes con el resto de comunidades. La única diferencia era una reunión, que podía venderse como «bilateralidad». Algo similar ha ocurrido con la OPE de la Ertzaintza, aunque en este caso ha sido el grupo parlamentario jeltzale, y no Lakua, quien se ha apuntado un tanto que, en realidad, se hubiese producido de todos modos. Resulta sorprendente que, en lugar de apuntar el tanto al Ejecutivo de Urkullu, fuese el equipo de Esteban el que lo reivindicase. Como si se tratase de una especie de embajada.

En principio, el acuerdo estaría basado en la «agenda vasca», que aborda cuestiones económicas (cupo), de infraestructuras (TAV) y de pacificación. Por ahora, nada de lo pactado diferencia a la CAV de otra comunidad. Sin embargo, en Madrid se da por hecho que se llegará a una entente. Solo falta ver cómo el PNV y Lakua presentan el pacto como algo «beneficioso para los intereses de los vascos» y no del partido.