Este histórico 8 de abril de 2017 dibuja dos países en uno. Fue espectacular comprobar a pie de calle en Baiona cómo Ipar Euskal Herria se ha levantado como un resorte en torno a esta causa, en un auzolan colectivo que va mucho más allá del estereotipo abertzale, una auténtica revolución ciudadana de corazón caliente y cabeza fría. Si lo que han logrado estos artesanos en menos de cuatro meses y arriesgando su futuro personal no es épico, ¿qué merece ese nombre? Una épica nueva, eso sí, civil, incruenta y de masas, la épica que corresponde al nuevo ciclo abierto en 2011. Y resultó triste comprobar, a la vuelta de Lapurdi, cómo muchas otras voces siguen igual, incapaces siquiera de poner en valor el día del desarme que tanto han exigido, aunque en algunos casos ello les obligue a devaluar su propia posición y aportación. De Madrid no cabía esperar otra cosa, su frustración resulta lógica y comprensible si se recuerdan todas las veces que auguraron que sus policías desarmarían a ETA y que esta organización acabaría tan sola como el GRAPO; no ha ocurrido ni lo uno ni lo otro. El malestar confeso, la marmarra, el sí pero no de algunas tribunas vascas es más complejo de entender, porque les separa de sus propias bases, que ayer se levantaron de la cama tan felices como el resto de gentes del país. Es la batalla del relato, que no hace prisioneros, se lleva todo por delante, incluso el sentido común. Y es la vieja tentación partidista que tanto daño ha hecho a este país, y que además queda tan poco estética, tan cutre, en días grandes como este.