Iñaki IRIONDO

Un pacto «fruto de un trabajo de meses, de toda la legislatura»

A la vista de los últimos acontecimientos, las piezas más esotéricas del pasado encajan a la perfección en el puzle, dando la impresión de que más de uno estuvo sembrando con su tractor los granos del futuro. Ya dijo Alfonso Alonso que los acuerdos con el PNV de esta semana son «fruto de un trabajo de meses»

El pasado 19 de julio se produjo un fenómeno paranormal en el Congreso de los Diputados. Se elegían los cargos de la Mesa de la Cámara y, como estaba anunciado, la presidenta, Ana Pastor, recibió 169 apoyos, que son la suma de los escaños del PP y Ciudadanos, Patxi López agrupó las papeletas del PSOE y Unidos Podemos, y los 25 «nacionalistas» dejaron hacer votando en blanco. Pero al llegar a la elección de los vicepresidentes algunos dieron un paso al frente. Los candidatos de PP y C’s agruparon 96 más 83 papeletas, y los blancos y nulos bajaron a 15. ¡Anda! Diez apoyos más que los propios de PP y Cs, para cerrar el paso de Unidos Podemos a la tercera vicepresidencia, y diez votos menos entre los «nacionalistas in albis». Oficialmente nadie sabía nada. El portavoz del PNV, Aitor Esteban, aseguró que sus cinco votos habían ido en blanco. No había muerto que se hiciera cargo de ese poltergeist. Todos los señalados, en especial los de CiU, se limpiaban las manos.

Para resolver el misterio no hizo falta recurrir a la güija y contactar con los espíritus. Bastó con esperar y, a lo sumo, encomendarse a la Conferencia Episcopal. A las pocas horas, el portavoz del PP en el Congreso, Rafael Hernando, desvelaba en la Cope que diputados de Convergencia Democrática, PNV y Coalición Canaria se habían sumado al pacto entre su partido y Ciudadanos para el reparto de cargos en la Mesa del Congreso. Pese a la evidencia numérica y la delación de Hernando, los jeltzales se aferraron a su versión oficial y hasta se produjo una riña pública entre Andoni Ortuzar y Pablo Iglesias sobre si los votos del «Grupo Vasco» fueron blancos o podencos.

Una semana después, también por arte de magia –aunque esta vez el truco se anunció públicamente– los senadores del PP María Teresa (La Rioja), Antoñanzas Mario Arias (Asturias), Alfonso Rodríguez-Hevia (León) y Antonio Villacampa (Huesca) se hicieron jeltzales de adopción por unos días, el PNV obtuvo grupo propio en el Senado y María Eugenia Iparragirre ascendió a la Mesa de una Cámara Alta con mayoría absoluta «popular». Por contra, Convergencia se quedó sin grupo y sin puesto en la Mesa, pese a la mano negra echada en el Congreso. Ya se sabe que no es lo mismo el «euskara tranquilo» que el «acento catalán».

Recordando aquellos episodios tan cercanos al 18 de julio quizá puede entenderse mejor que este jueves el presidente del PP&punctSpace;en la CAV, Alfonso Alonso, apuntara que los acuerdos sobre el Cupo y los PGE de esta semana son «el fruto de un trabajo de meses, de toda la legislatura». No cabe decir que cuando el PNV escondió sus cartas en la votación de la Mesa del Congreso tuviera en mente todo el escenario posterior, pero empezaba a invertir en bonos de futuro en la bolsa de Madrid, a la vista de que sus escaños podrían serle muy necesarios a ese señor del que me habla y que mandaba SMSs a Luis Bárcenas.

Después llegaron las elecciones autonómicas, con su inicial mayoría absoluta para la suma PNV-PSE y el sobresalto posterior de la pérdida de un escaño en Bizkaia, después de que los apoderados de EH Bildu pusieran su empeño en que se cotejaran los votos reales con los trasmitidos a Lakua desde algunas mesas electorales.

La aritmética parlamentaria ponía al PNV en la disyuntiva de elegir entre EH Bildu, Elkarrekin Podemos y el PP o, como diría Alfonso Alonso, entre la «radicalidad» y la «moderación» (rojigualda y algo marroncilla). Y a la hora de buscar apoyo a sus presupuestos, Urkullu miró hacia la derecha, porque también Rajoy estaba pensando en comprar bonos de futuro, aunque él en la bolsa de Bilbo.

Y volvió a darse la conjunción de intereses. Por mucho que se especule, la razón de más peso para apoyar presupuestos suele ser la de «hoy por ti, mañana por mi (+IVA)». Es decir: yo te garantizo la estabilidad en las instituciones que tú necesitas, y tú me la aseguras a mi. El IVA suele traducirse luego en inversiones de dinero público en los feudos locales de cada cual para contentar a su clientela. Pero no nos engañemos, esa es la calderilla; el interés principal es siempre el político.

Y ese interés político es el que ha llevado ahora a PNV y PP a este idilio que a saber cuánto dura. Dependerá de las necesidades de cada parte. En la legislatura autonómica pasada, PNV y PSE usaron al PP hasta que se garantizaron las diputaciones. Es probable que Mariano Rajoy le quite el tractor a Aitor Esteban si para los presupuestos de 2018 puede contar con el PSOE. Es más. ¡A saber si en el Congreso se aprobará la Ley Quinquenal del Cupo 2017-2021! Pero para entonces, el Gobierno del PP habrá salido del atolladero en el que se habría metido si, enfangado como está hasta el cuello por la corrupción, hubiera visto rechazadas sus cuentas; y el PNV sigue consiguiendo dar imagen de gran gestor, vendiendo como un logro que se devuelva lo antes quitado.