Mirari ISASI

La lucha de las «reinas de Saba» contra el olvido y la indiferencia

Poner rostro al sufrimiento y acabar con la indiferencia sobre algunos dramas olvidados es uno de los objetivos de MSF, que ha contado con la ayuda de escritores y periodistas como Laura Restrepo , quien resalta el coraje y capacidad infinita de asumir las desgracias de las mujeres en Yemen y Etiopía.

Médicos Sin Fronteras (MSF) quiere llamar la atención y poner rostro humano al sufrimiento, la violencia enquistada y el olvido mediático que padecen rincones abandonados del planeta con dramas humanos prolongados y trágicamente silenciados. Para luchar contra la indiferencia ha invitado a conocer in situ sus proyectos a escritores y periodistas de renombre que de regreso difunden esas realidades.

En uno de esos proyector se zambulló la escritora colombiana Laura Restrepo, que en 2009 y 2014 viajó a Yemen y Etiopía, respectivamente, y esta misma semana ha retratado, con apoyo de las imágenes del fotoperiodista Juan Carlos Tomasi, la supervivencia de mujeres, a las que ella llama «las reinas de Saba», que huyen de la guerra, el hambre y el odio en lugares donde la situación es desoladora y la atención médica casi inexistente, a las que llama «las reinas de Saba».

Yemen no estaba entonces en guerra, aunque la población vivía aterrorizada, recuerda, por la presencia talibán. Hoy sufre una grave y desatendida crisis humanitaria.

Cuando Restrepo llegó, miles de somalíes y etíopes abandonaban sus casas y atravesaban el Cuerno de África –por tierra y mar– hasta Adén, desde donde «echan a andar hasta donde les lleve la vida, hasta donde la vida pueda ser posible». Eran básicamente mujeres y niños, muchos de los cuales morían en la travesía. «Los traficantes los arrojan al mar antes de alcanzar la costa para evitar a los guardias yemeníes y muchos llegan nadando, pero otros se ahogan porque nadan mar adentro al no haber luces que indiquen dónde está la costa». Los que llegan, desesperados, son recogidos por MSF, que les da primeros auxilios, comida, ropa y los lleva a campamentos del Acnur, que muchos dejan para seguir su camino.

Pero a Restrepo le interesan las personas a las que la vida pone en una situación tan difícil, no las cifras. Y de ese contacto le impactó el sentido de culpa de las mujeres que llegan, huyendo de violaciones y matanzas y que se sienten responsables por haber dejado atrás a sus hijos, «cuando lo que hacen es marcharse para salvarles», o que han muerto en la travesía. Y también las propias mujeres yemeníes, que «se acaban convirtiendo en sombras y no las notas al ir totalmente cubiertas –salvo las pestañas– y no cumplir ninguna función pública».

Visitó barrios de mendigas y prostitutas, donde acaban muchas somalíes y etíopes, pero también mujeres yemeníes, que no trabajan a cambio de dinero sino de comida, porque al quedarse viudas no tienen otra opción que la mendicidad. «Un musulmán no puede negar una limosna si se le pide, pero les dan algo más por algún tipo de favor sexual». Una situación dura en la que «ellas se las arreglan para que haya dignidad y belleza en sus vidas».

Esperanza y sueños

«Son mujeres que han retado todas las violencias y han salido vivas. Y eso, pese a la dureza, te llena de orgullo y fascinación por la raza humana, por esa fortaleza y ese empeño en que sus hijos sobrevivan, en encontrar un lugar en la tierra donde la vida sea posible aunque tengan que recorrer miles de kilómetros y pasar por lo que tienen que pasar. Lo primero que te dicen es: «Yo soy descendiente de la reina de Saba». A esas mujeres, que no quieren caer en el olvido, les mueven la esperanza y sus sueños, muchas veces convertidos pesadillas.

Llegan siempre con una bolsita de plástico atada al cuello donde guardan papelitos con el relato de sus vidas que entregan a los extrajeros «en un último atisbo de esperanza, de no caer en el olvido, como un mensaje tirado al mar en una botella o una marca en el muro de un desaparecido».

Su segunda etapa, cinco años después, fue un centro de atención de madres e hijos en el sudeste de Etiopía, que ocupa el lugar 169 de 177 en el índice de desarrollo humano de la ONU y cuyo mayor drama, en palabras de Restrepo, es «su altísima tasa de natalidad. Son multitudes. No hay un sitio donde no haya multitudes. Para llegar a Sidama –añade– fueron doce horas por carretera y todo el camino parecía un mercado horizontal permanente de intercambio». Y donde las mujeres sufren todo tipo de abusos.

Define como «conmovedor» el proyecto de MSF allí, donde se da información sobre el control de natalidad y a la vez se atiende a cada mujer embarazada como si fuera la única y a cada niño que nace como si fuera el único. «Es muy bonita la contraposición entre la conciencia de la natalidad y los cuidados a los niños en un entorno de carencia, donde cada caso es especial porque cada ser humano merece atención».

Cuanta que preguntó al director de MSF en el Estado español si no les abrumaba la magnitud del trabajo, porque tratan casos concretos pero son millones las personas necesitadas de ayuda. «Me contó el cuento de un padre que sale con su hijo a una playa donde la marea dejó tiradas miles de estrellas de mar. El padre le dice que desgraciadamente todas esas estrellas van a morir porque el mar las arrojó allí. El niño sale corriendo, coge una, la devuelve al mar y dice: ‘Esta no’».