La sociedad toma el relevo del 1-O
Una nueva multitudinaria Diada nacional, y ya van seis, sirvió ayer para trasladar el camino hacia el referéndum del 1 de octubre desde las instituciones a la calle, donde se tendrá que aguantar el pulso a un Estado español que ha anunciado que hará todo lo posible por frenar el plebiscito.
Hay que pararse a pensar un momento, en silencio a poder ser, delante de las imágenes de una nueva movilización multitudinaria en Barcelona para tomar conciencia de lo que suponen seis Diadas consecutivas con centenares de miles de personas en la calle reclamando de forma festiva e impecable la independencia de su país. Sí que está durando el souflé.
El independentismo necesitaba volver a sonreír después del complicado trago de la semana pasada en el Parlament, y lo hizo como mejor sabe: desbordando las calles de Barcelona y ofreciendo unas imágenes que volverán a dar la vuelta al mundo. El amarillo fosforito escogido por la Assemblea Nacional Catalana (ANC) y Òmnium Cultural para las camisetas de la jornada, que cegó más de una retina durante el día, acabo mostrándose como un acierto. Se comió las pantallas.
Fue a las 18.00 cuando las cuatro grandes pancartas que habían salido a las 17.14 de cada extremo de la manifestación en forma de símbolo de suma (+), se juntaron en el cruce entre el Passeig de Gràcia y la calle Aragó. Dos pancartas con un Sí gigante y otra con una paloma de la paz que se metieron dentro de la cuarta pancarta: la urna. Símbolo de una jornada que, pese a que los organizadores bautizaron como «La Diada del Sí», rápidamente se convirtió en la Diada del Referéndum. En el momento culminante, cuando las cuatro pancartas se unieron, el grito, unísono y espontáneo no fue sino «Votarem!».
El 1-O da el salto a la calle
En este sentido, la manifestación, en la que participó un millón de personas según los datos de la Guardia Urbana de Barcelona, no fue sino el símbolo del cambio de testigo del referéndum del 1-O. El trabajo –arduo– la semana pasada corrió a cargo del Parlament y el Govern, que aprobaron las leyes pertinentes y el decreto de convocatoria del plebiscito. A partir de ayer, junto a todo el despliegue logístico a cuenta de la Generalitat, será la movilización social la que decante la balanza del 1-O, la que aguante o no la llamada al referéndum frente a un Estado que ha anunciado que hará todo lo que pueda para frenarlo.
«Nada nos será regalado, pero nada nos puede ser negado», resumió durante el acto político que dio final a la movilización el presidente de Òmnium Cultural, Jordi Cuixart, quien también aseguró no reconocer a los tribunales españoles: «Ya no tienen ninguna autoridad sobre el pueblo de Catalunya».
«Con la democracia o la represión, con quienes ponen las urnas o con quienes las quieren silenciar, acabar con el régimen del 78 o ser una autonomía intervenida por las cloacas del Estado», añadió Cuixart, en velada referencia a los comuns y el Ayuntamiento de Barcelona. Por cierto, la alcaldesa, Ada Colau, no participó, pero sí lo hizo una representación del gobierno municipal encabezada por el número dos del consistorio, Gerardo Pisarello.
En un acto político en el que también tomaron la palabra la presidenta de la Associació de Municipis per la Independència (AMI), Neus Lloveras –«¿Saben de que tenemos miedo? De defraudar a nuestros ciudadanos. No nos dan miedo las amenazas»– y el premio Nobel de la Paz Ahmed Galai –firmante del manifesto “Let catalans vote”–, el presidente de la ANC, Jordi Sànchez, fue el más explícito de todos. Quizá demasiado.
En la misma línea que Cuixart, Sànchez reivindicó la «insumisión» a los tribunales españoles, dedicados «a mantener la unidad de España». «Esta es una nueva lección de civismo, y ya van seis; la séptima será el 1 de octubre», auguró, antes de acusar directamente a Arrimadas (C’s), Albiol (PP), Iceta (PSC) y Coscubiela (CSQP) de esconderse bajo tretas parlamentarias. Un señalamiento explícito que quizá chirrió con la tónica general del día, a la que el propio Sànchez regresó para culminar su discurso: «Sabemos dónde están las papeletas. Id a votar el 1 de octubre y las encontraréis».
Calles desbordadas
Por lo demás, ayer se repitió la dinámica de las anteriores cinco Diadas. Con la excepción de puntos neurálgicos como el Fossar de les Moreres –la fosa común que alberga a los barceloneses muertos en la defensa de la ciudad en 1714–, concurridos durante toda la jornada, las calles del centro de Barcelona apenas auguraban durante la mañana lo que vendría a primera hora de la tarde. Fue sobre las 15.00 cuando los autobuses se vaciaron y las bocas de metro se desbordaron con una lenta avalancha que, en cuestión de minutos convirtió en intransitable lo que un instante antes era una plácida avenida medio vacía. Costaba salir de allí. Doy fe.
Una vez aparcados los 1.800 autobuses que llegaron ayer a Barcelona, para las 16.00 estaban prácticamente llenos todos los tramos de la movilización, con activistas de todas las asambleas territoriales de Catalunya, y más allá. También se hicieron notar las delegaciones llegadas del resto de los Països Catalans y, como no, la nutrida representación de Euskal Herria, comandada por Independentistas Sarea. Contó con un tramo propio al inicio del Passeig de Gràcia, entre el epicentro de la movilización y la plaza Catalunya, donde se celebró el acto político de clausura. Allí llegaron pasadas las cuatro de la tarde, en formación de kalejira y con los zanpantzar abriendo paso entre los aplausos de los catalanes, que no tardaron en identificar a los huéspedes: «¡Mira, si son los vascos!».
La manifestación de las entidades soberanistas –que arrancó con un minuto de silencio por la paz y en recuerdo de las víctimas de los atentados del 17 de agosto– volvió a ser el punto de encuentro de todo el soberanismo catalán, que a lo largo de la jornada se repartió en actos más pequeños. Fue el caso de la manifestación de Rescat por la libertad de las presas políticas, o la movilización que la Esquerra Independentista sigue manteniendo a última hora de la tarde, en la que la diputada de la CUP Anna Gabriel contestó tanto al líder de Podemos, Pablo Iglesias –«Al PP se le echa llamando a votar el 1-O»–, como a la alcaldesa de Barcelona: «Señora Colau, ponga los colegios».
También forma parte de esos actos menores la habitual ofrenda floral al monumento de Rafael Casanova, héroe de 1714, donde a primera hora de la mañana coincidieron instituciones y partidos políticos de todos los colores. Unos aplaudidos, otros abucheados. Entre los primeros estaba, de forma notable, el coordinador general de EH Bildu, Arnaldo Otegi. Entre los segundos, acierten ustedes.
Pero la mayor ovación se la llevó el Govern, comandado por el president, Carles Puigdemont, encargado de resumir la jornada: «¿Qué más tenemos que hacer para que se entienda que la gente quiere votar?».