Peru, Kontxi y Maite, vaciando las mochilas cargadas por la cárcel y el alejamiento
«Niño de la mochila» ha sido toda su vida Peru del Hoyo; también el hijo de Maite Díaz de Heredia, que nació en prisión y sigue teniendo allí a su aita; e Izar, hija de Sara Majarenas y nieta de Kontxi Ibarreta, superviviente a sus tres años. Peru, Maite y Kontxi cruzaron sus testimonios y puntos de vista en una sesión muy emotiva de las jornadas de Sare en Gasteiz.
A Peru, hijo de Kepa del Hoyo, se le sigue quebrando la voz –y a quién no– al recordar la última visita a su aita. Fue antes del verano. En junio y julio (Kepa murió el 31, a punto de empezar agosto) Peru no fue a visitarle, tenía conciertos que cantar y su padre era el primero que quería verlo feliz con su afición. Pero le espina se le ha quedado dentro y duele: «Nuestra mayor condena ha sido esa –explicó ayer tarde en Gasteiz conteniendo a duras penas la aflicción–: tener que elegir entre ver a tu aita y seguir con tu vida; un concierto, un cumpleaños... Yo ese verano elegí no verlo, y luego ya no lo volví a ver. No es sano, no es moral, no es legal siquiera»
La culpa no la tiene solo la cárcel, sino sobre todo el alejamiento. Kepa estaba en Badajoz. Txema, el aita del hijo de Maite Díaz de Heredia, aún más lejos, en Puerto de Santa María. En la segunda sesión de estas jornadas de Sare en Gasteiz, Maite corroboró la afirmación de Peru sobre lo duro que es para los menores, cuando llegan a etapas como la adolescencia, llevar a sus espaldas esa mochila llena de piedras llamada dispersión. Narró cómo a su hijo en un momento dado «algo le hizo ‘crack’ dentro y explotó, me dijo que él solo quería tener una familia normal». Una secuencia similar se refleja en ‘‘Motxilaren umea’’, el documental que abrió la mesa redonda. Díaz de Heredia dejó claro que estos niños y niñas «tienen todo el derecho a sentirse mal, cansados, a quejarse. No podemos hacerles sentirse culpables por ello». Desde el público, tras las intervenciones, una voz muy sensata consoló a Peru y le animó a descargar poco a poco esa mochila y vivir a tope todo lo que tiene por delante.
Hasta aquí ya queda claro que fue una tarde dura, con testimonios que no dejan indiferente a nadie. Qué decir de la situación que ha atravesado la tercera contertulia, Kontxi Ibarreta, amona de Izar: «Cuando Sara fue a verla por vez primera después del ataque, creo que eran dos días después, la niña estaba despertando. La trajeron esposada, y para que pudiera darle el pecho a la niña, una enfermera tuvo que subirle la camiseta a Sara. Los policías estaban delante, como si aquello fuera un espectáculo, ‘¡una etarra aquí!’. Fue terrible todo aquello. Entonces no te queda más remedio que pasarlo y punto, pero recordarlo ahora se me hace más duro».
Contó Ibarreta que tras no haber conseguido traerla a Donostia para el curso escolar se consuelan con que en el piso de Alcobendas «están bien: salen a la calle, no hay rejas, no hay funcionarios… Pero Sara no tiene las condiciones de quienes están allí en tercer grado, para cualquier cosa tiene que pasar por Instituciones Penitenciarias».
El futuro dirá si la mochila que hoy lleva Izar le deja o no un peso de por vida, si marca su carácter. Maite Díaz de Heredia cree que a su hijo sí se le nota. El periplo lo explica todo: nació en prisión y vivió allí con su madre unos meses, luego pudo pasar un tiempo en la calle con sus dos padres, pero después pasó a tener dentro a ambos: «Llevaba entonces dos mochilas, la mía y la de su aita, que encima estábamos en cárceles diferentes. No teníamos un espacio que compartir los tres». Destacó que en esa época tampoco podía responder a preguntas básicas como «Ama, ¿cuándo volverás a casa?». «Y es que a un niño de 3-4 años no se lo puedes explicar, porque para ello unos años suponen un tiempo infinito», indicó.
Peru, la historia ya es conocida, ha llevado la mochila toda su vida, porque a Kepa del Hoyo lo encarcelaron cuando tenía mes y medio y ya nunca lo vio fuera de la cárcel. El joven se remontó a su infancia para hacer dos reflexiones interesantes que pasarán desapercibidas a quien no haya vivido esa situación: «Cuando yo iba a colonias me gustaba hacer amigos, pero siempre tenía la duda de a quién le contaba lo de mi aita y a quién no. Un día no lo hice, pero un amigo mío sí lo contó y se enteró todo Briñas, el pueblo en que estábamos. Me vinieron a preguntar si teníamos armas en casa… con mis 8 ó 10 años, aquello era surrealista». Y la segunda: «No es cierto que todos los niños conocieran nuestro problema, mis amigos no han tenido ni idea de lo que son la cárcel y la dispersión, hay una incultura total al respecto y espero que se pueda cambiar».
Mirando al futuro
La mesa redonda fue cruda por real (Díaz de Heredia se reconoció conmovida por el testimonio de Del Hoyo), pero dejó también ventanas abiertas a la esperanza. Maite parte hoy mismo a Puerto de Santa María con su hijo, y esta «será una visita especial para él, porque es la última. La próxima vez ya, en diciembre, iremos para traer a aita a casa».
Ibarreta también cuenta los meses para tener en Donostia a Sara e Izar: «Hemos visto que no cumplen nada de lo que dicen, pero tranquilidad, ya queda poco tiempo. Saldrá con todo cumplido, como siempre, pero saldrá. El problema son todos los niños que siguen viajando aún y por ellos tenemos que seguir denunciando esto».
A Peru se le quebró el sueño de estar con su padre en libertad, pero piensa continuar dando esta batalla con su testimonio personal, «porque en una sociedad del siglo XXI, una injusticia así es vergonzosa». Una lacra que, según se recordó en la presentación, sufren todavía hoy 113 menores: 95 que tienen preso y alejado a su aita, 6 que están separados de su ama, 9 más que tienen entre rejas a ambos, y 3 que conviven con sus madres en prisión. Sin olvidar a quienes, como Peru, han llegado a la veintena y jamás han visto en la calle a su progenitor encarcelado.